Según Hélène Carrère d’Encausse, –secretaria perpetua de la Academia Francesa, ‘inmortal’ (como llaman a los miembros de la Academia) ella misma, rusa de origen y conocedora de la Historia de Rusia–, cuando la URSS de desmoronó en 1991 quedaron millones de ciudadanos rusos y de otras nacionalidades viviendo en el país equivocado (Hélène Carrère d’Encausse – La Gloria de las Naciones. París, 1990). Fue una de las serias consecuencias de la Política de las Nacionalidades aprobadas por los bolcheviques en los albores de la Revolución Rusa.
Lo que se transformaría en la URSS estaba compuesto por quince Repúblicas Soviéticas, en el interior de las cuales había 20 Repúblicas Socialistas Soviéticas Autónomas (RSSA) de las cuales diéciseis en la Federación Rusa, dos en Georgia, una en Azerbaïdjan y una en Uzbékistan, amén de ocho Regiones Autónomas y diez Distritos Autónomos.
Vladimir Putin haría bien en leer las obras de Carrère d’Encausse, para evitar decir sandeces a propósito de Lenin, a quien acusa de ser el creador de repúblicas artificiales –como Ukrania– que hoy se transforman en peones de los intereses Imperiales.
En 1917 las grandes potencias disponían de colonias en el mundo entero. El poder soviético no podía nacer sino al precio de reconocerle a cada cual, en la Constitución, su derecho a la independencia y a su libre determinación. Su integración en la URSS fue voluntaria. Cuestión de principios. Los principios, un tema que hoy le provoca risas tontas a la mayor parte de los mediocres que nos gobiernan.
El ensayo que definió la Política de las Nacionalidades de los bolcheviques no lo escribió Lenin, como Putin pretendió en una de sus declaraciones, sino Iosif Visarionovitch Zhugashvili, entonces conocido como Koba, y que más tarde se haría famoso como Stalin. Entretanto Putin rectificó su error, pero su visión apocalíptica del poder revolucionario sigue allí. Es una de sus debilidades.
Aprovechando el impulso, Putin debiese leer la biografía de Lenin de la misma Carrère d’Encause. No porque sea la más completa ni la más erudita –lejos de ello– sino porque la autora pone de manifiesto que el periodo de tiempo durante el cual Lenin pudo ejercer su autoridad entre bolcheviques muy dados al debate, al cuestionamiento de la cuestión y a encontrarle cinco patas al gato, fue muy breve: de octubre de 1917 al 30 de agosto de 1918 (día en que atentaron contra su vida y le metieron una bala en la cabeza): ¡ni siquiera un año!
Durante casi un siglo los poderes coloniales –EEUU, el Reino Unido, Francia, Alemania, España, Portugal, Países Bajos, Bélgica, Japón, etc.– reprimieron sangrientas guerras de liberación con millones de muertos y horrendos crímenes contra la Humanidad, Historia convenientemente borrada con el fin de autoedificarse una reputación de defensores de la libertad y la democracia, que es la pomada que venden ahora. Atrás quedan los asesinatos de Ben Barka, Thomas Sankara, Lumumba, Um Nyobè, Moumié, Boganda y muchos otros.
Que Ukrania estuvo siempre ligada a Rusia es un hecho: Rusia, Bielorrusia y Ukrania encuentran su cuna en Kiev. Quienes liberaron todos esos territorios de la dominación Mongol fueron los rusos (1480), gracias a lo cual los ukranios de hoy no tienen los ojos achinados. A los periodistas ignorantes que sostienen que Ukrania no tiene nada que ver con Rusia habría que preguntarles de dónde salieron Nikita Kroutchtchev y Leonid Brezhnev, esos atroces comunistas que ‘occidente’ combatió con tanto fervor en su día.
Putin pretende que Lenin creó artificialmente Ukrania, en un esfuerzo por echarle la culpa de una política de principios gracias a la cual centenares de grupos étnicos vivieron en paz y armonía en lo que fue la URSS, y viven aun hoy tranquilos en la Federación Rusa. No hubo discriminación racial ni étnica como la que practican los EEUU con los negros, chicanos, latinos, japoneses, italianos y otros grupos nacidos de la inmigración o del comercio de esclavos.
Pero, como cuenta Carrère d’Encausse, en 1991 millones de rusos quedaron dispersos en el inmenso territorio y en centenares de regiones, así como cientos de miles de chechenos, turkmenistanos, kirguizios, tártaros, letonios, lituanos, estonios, georgianos, kazajos, armenios, ukranios, bielorrusos y aun otras nacionalidades, portadores de costumbres religiosas diversas y variadas: judíos, cristianos, musulmanes, luteranos, etc. En todos los sitios hubo familias plurinacionales. La cuestión residía pues en cómo garantizarle a cada cual los derechos ciudadanos de los que, bien o mal, había disfrutado en la URSS.
Ahí empezó a chivarse el tema. Algún reciente país independiente, de aún más reciente democracia, practicó una suerte de limpieza étnica con las nacionalidades que le producían erisipela, comenzando por los rusos. Mala cosa cuando tienes a Rusia al lado.
Fue lo que hizo el gobierno de Ukrania después del golpe de Estado de 2014… estimulado por lo que un periodista francés llamó ayer “las mentiras de EEUU, tendientes a hacerles creer que podían entrar en la OTAN”.
Y ya estamos en líos: Rusia invade Ucrania. La TV europea hace lo de siempre: invitar una jartá de “expertos” y periodistas tarifados para condenar a Rusia, tratar a Vladimir Putin del nombre del puerco, anunciar apocalípticas sanciones, proferir amenazas y sugerir las más descabelladas reacciones.
Un “experto” sugirió “cerrar el Mar Negro” (sic). Debe haber estudiado geografía en Google Map, pero se le puede perdonar visto que es un “experto”, o sea un irresponsable (dicho sea de paso, hoy por la mañana un diario galo publica una entrevista a un general francés que asegura que Argelia dispone de armamento ultra moderno, con el que es capaz de cerrar el Estrecho de Gibraltar…)
El que se pasa de rosca –y este sí tiene responsabilidades– es el ministro francés de Exteriores: visto que Putin declaró que respondería a eventuales sanciones con el máximo rigor, Jean-Yves Le Drian –un tránsfuga ‘socialdemocrata’– en un patético intento de mostrar que él la tiene más larga, declaró “Nosotros también tenemos armas atómicas” (resic). Se supone que nosotros, parisinos, debemos suspirar aliviados: nuestra incineración nuclear intervendrá al mismo tiempo que la de nuestros vecinos moscovitas. Magro consuelo.
Entretanto, Joe Biden constata con placer que los objetivos de EEUU se van cumpliendo: fortalecer el control que el Imperio ejerce sobre casi toda Europa, forzar a Rusia a una demostración de fuerza, asustar aún más a sus vasallos europeos, y de pasada, como si nada, debilitar la economía de Alemania, Francia, Italia y España: un detallito, simple víctima colateral de “la agresividad del oso ruso”. ¿Quién gana?
Por el petróleo y el gas no hay que preocuparse, los EEUU disponen de las cantidades necesarias (a precio de oro, es verdad), producto del fracking que contribuye a cargarse el planeta pero a quién diablos le importa la ecología “cuando se trata de proteger la libertad y la democracia”?
Que nadie se llame a engaño. No estoy apoyando a Putin. Gracias a la TV europea estoy en el mundo de Mickey: la Humanidad se divide en buenos y malos. Mickey es bueno. Del otro lado están los Chicos Malos. Imposible equivocarse. Yo, desde luego, estoy con Mickey, porque soy bueno.
¿Cómo no estarlo? Hubert Védrine, ministro de Relaciones Exteriores de François Mitterrand, responsable a ese título del genocidio de los Tutsis en Rwanda (7 de abril – 17 de julio de 1994) en el que 800 mil hombres, mujeres y niños fueron asesinados a machete con el concurso del ejército francés, Hubert Védrine digo, hombre de experiencia, sugiere “hablarle directamente a los rusos” para que abandonen a Putin. Hay patadas en el culo que se pierden… pero Védrine también está del lado de Mickey… (esto lo denunció un alto oficial del ejército francés que estuvo en Rwanda en esa época).
El desastre ocasionado en Ucrania por el golpe de Estado patrocinado por EEUU, que le entregó el poder a un hato de neonazis (2014) fue tan tremendo que hubo que apaciguar el tema. De ahí surgió el Protocolo de Minsk, firmado por Ucrania, Alemania, Francia y Rusia (05/09/2014). Ese Protocolo obligaba a Ucrania –entre otras cosas– a cesar la represión y la persecución de su población rusoparlante. ¿Te sorprendería saber que el gobierno ucranio se pasó esos acuerdos por el Arco de Augusto sin que ningún occidental reaccionara? Ya sabes: “La defensa de la libertad y la democracia” tiene sus cosas…
Luego, EEUU, por medio de su brazo armado, la OTAN, le dejó entender a Ucrania que podía integrarse en el Pacto Militar para estar bien protegida. Entretanto, si en 31 años el PIB de Ucrania se redujo a la mitad, es un detalle. Nadie la quiere en la Unión Europea, sino en la OTAN, porque –ya se dijo– “La defensa de la libertad y la democracia” tiene sus cosas… La carne de cañón se recluta entre el pobrerío…
Todo esto fue repetido una y otra vez por Putin en innumerables comparecencias públicas, pero… ¿a quien le importa una ex-potencia cuyo PIB es inferior al de Italia? (argumento repetido en bucle en la TV europea). De modo que la extensión de la OTAN continuó como si nada.
Putin anunció claramente que eso provocaría una reacción rusa, y la única sorpresa es que haya tardado tanto: Mickey sabía. En fin, yo mismo, que soy amigo de Mickey, lo escuché muchas veces en boca de Putin (basta mirar la TV rusa…), y supongo que los ‘servicios de inteligencia’ occidentales también. Ayer un periodista galo dijo exactamente lo mismo en un canal de TV. Hoy ya no está allí, tal vez porque “La defensa de la libertad y la democracia” tiene sus cosas…
A estas alturas, en un desesperado intento de ayudar a Mickey, me hice la pregunta del millón:
Finalmente: ¿Cuál es la solución al (jodido) problema?
¿Provocar aún más a Rusia? Como hizo un ectoplasma llamado Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, quien afirmó que “mientras más Rusia combata a la OTAN, más OTAN tendrá en sus fronteras”…
De paso te cuento que Stoltenberg, un hijito de su papá, ni hizo su servicio militar, ni dispone de arco ni de flechas: Stoltenberg le sirve el café a los generales yanquis cuando vienen a controlar la limpieza de los locales en Bruselas. Un socialdemócrata que confiesa ser ‘fan’ de Bob Dylan.
Rusia (Vladimir Putin, Serguei Lavrov, Serguei Shoigú…) han repetido hasta el cansancio que sus siniestras intenciones consisten en convocar una Conferencia de Seguridad Europea en la que se pueda negociar y garantizar la seguridad de todos y cada uno de los países europeos, incluyendo desde luego a Rusia.
En modo tal que nunca más la OTAN puede bombardear una capital europea, como bombardeó Belgrado en 1999.
En modo tal que nunca más la OTAN pueda despedazar un país como Yugoslavia, y desgajar un territorio serbio para crear un Estado artificial a su antojo, como ese chiste de Kosovo.
Los rusos son Chicos tan Malos que ni siquiera exigen que ‘occidente’ cese de organizar guerras en África, como cuando Francia y Gran Bretaña, con el concurso de EEUU, bombardearon Libia en 2011. O como cuando juntos bombardearon Siria durante cinco años, con el concurso de 20 países asociados a la OTAN. O como Francia, que mantuvo una guerra durante 14 años en Malí, desde donde acaba de ser expulsada. Ni organizar golpes de Estado como en Burkina Fasso, en donde Francia hizo asesinar a Thomas Sankara. Para ahorrar espacio no volveré sobre la guerra en Afganistán, ni en Iraq, ni en Irán, ni en Yemen, ni en Somalía… Y tampoco, desde luego, sobre los innumerables golpes de Estado en América Latina.
De modo que mi respuesta a la pregunta ¿Cuál es la solución al (jodido) problema?, es muy sencilla.
Abandonar la OTAN. Construir nuestra defensa europea para no seguir siendo vasallos de EEUU. Parar las guerras. TODAS las guerras. Organizar una Conferencia de Seguridad y de Fronteras en Europa para TODOS los países europeos. Considerar que la seguridad de los demás es parte de la seguridad propia. Terminar con la venta indiscriminada de armas a diestra y siniestra. Reanudar el diálogo con Rusia. Pensar en nuestros propios intereses.
Desde luego existen alternativas: seguir cacareando insultos todo el día. Mirarse en el espejo y encontrarse cara de Estatua de la Libertad. Pedirle a EEUU que nos siga apapachando. Lanzar un par de bombas atómicas para ver qué pasa…
Visto desde ahora, Stanley Kubrick no estaba tan majareta cuando realizó su película “Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb”…
Solo nos falta el incomparable Peter Sellers… porque los imbéciles partidarios de la guerra ya están aquí.
Por Luis Casado
Publicada originalmente el 25 de febrero de 2022 en Politika.