Este Gobierno, desde un comienzo, se situó en una particular perspectiva, prometieron y se comprometieron con una nueva forma de gobernar que tendría como eje la eficiencia y eficacia. En resumidas cuentas hacer un viraje hacia la técnica en desmedro de la política, pues la Concertación encarnaba un ejercicio viciado por el despilfarro, la mala gestión y la corrupción entre otros flagelos. Así entonces, se requería de nuevas personas que no tengan que responder a cúpulas partidarias ni a cuoteos políticos.
Sin embargo, la política es y exige un uso racional de argumentos, estos son esgrimidos en espacio público, esa lógica construcción nos lleva por diversos procesos, agónicos a veces, a la construcción de consensos. Pues bien la mayor debilidad creo, está precisamente en esta elaboración técnica de la política que tiende a obviar al ciudadano, que lo convierte en alguien que sólo está para ser convocado a votar cada cierto tiempo y no por que él quiere sino por el que la cúpula ofrece.
Esta fractura con la ciudadanía parece encontrar su máximo rechazo en este Gobierno, ejemplos abundan Punta de Choros y Magallanes son la expresión más pura de lo transversal que se convierte el rechazo, pues la ciudadanía reacciona no por ser engañada, esto último supondría un acuerdo, sino por ser atropellada al no ser ni siquiera consultada, lo peor para el Ejecutivo es que no puede achacárselo a la Concertación u otra colectividad, pues los espacios son copados inmediatamente por los medios de expresión que ofrece Internet, que por esencia son dispersos difusos y la mayor de las veces inorgánicos.
Entonces ¿Qué hacer? La receta no está en la oficina, ni en las paredes de algún gabinete, está en las calles, como siempre la política ha estado en las plaza, el ágora le llamaban los antiguos griegos. Sólo así se fortalece la democracia que requiere legitimarse siempre, el Gobierno puede decir que lo que hace es legal, puesto que lo que hace se ajusta estrictamente a la ley, pero si en cada problema, caso de Intendenta del Bío-Bío, caso Magallanes, caso Mapuches, el mismo Gobierno debe salir a dar explicaciones en torno a la legitimidad de sus actos porque no cuenta con el respaldo suficiente, lo que sucede es que al final del día se percibe como una incapacidad para crear un sistema de creencias coherente.
Ahí, entonces, la técnica no es suficiente, por lo mismo se recurre a políticos de fuste como Allamand y Matthei, para ocupar cargos ministeriales sin embargo en ese proceso se daña nuevamente la legitimidad, se nombra al dedo a dos personas que van desde Santiago (potenciando nuestro centralismo colonial) a aquellas zonas en donde no existe nadie que pueda asumir tan importantes cargos.
A un año, entonces, tenemos que la instalación ha resultado difícil, las encuestas parecen indicar que no habrá repunte, que el peligroso rechazo en torno al 50% se transforma en un eje simbólico que se tatuará en este Gobierno. Cuando ello pase, lo más probable es que los que antes estaban comiencen discursivamente a alejarse y a medida que se acerque el minuto en que deban “acordarse” de la ciudadanía, los que estaban en la fotografía del comienzo ya no estén.
La derecha tiene un pequeño gran problema: Administrar un modelo económico neoliberal, que prescinde de la política partidaria, en una democracia que se atreve a manifestarse cada vez que el modelo atenta contra sus lógicas de consumo. Se debe buscar la respuesta ahí (o bien hacer las preguntas correctas).
Pareciera ser que este Gobierno corre solo y va perdiendo, no son pocas las críticas que salen de sus propias filas, esa es una estocada profunda. Más aún, cuando por la Concertación pareciera respirar la herida.
Por Pablo Zúñiga SM.
Académico de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC)