Las próximas elecciones municipales, ya visualizadas en un horizonte muy cercano, levantan imágenes que nos recuerdan las pasadas del 2012, cuando la clase política recibió de la ciudadanía la primera y masiva señal de repudio. Hace poco más de cuatro años, con la vigencia del voto voluntario, la casta binominal quedó, aun cuando por instantes, enmudecida ante esta nueva modalidad de medición de la profundidad democrática. Un gesto de transparencia que de forma tácita les dijo que más del 60 por ciento de los electores no confía en el andamiaje político. Una señal jamás bien escuchada, que expresaba, como una profecía, la caída del pesado telón que ocultó durante un par de décadas las prácticas obscenas de las elites.
Desde entonces, desde aquella primera gran y silenciosa protesta electoral, el proceso ha sido de evidente deterioro. A la intuición le ha seguido la información; la sospecha ha sido reemplazada por la certeza. Con la contundencia de la realidad, de las boletas falsas, de los millones invertidos por los empresarios en la compra de políticos y parlamentarios, el repudio se ha ensanchado tanto que aquellas cifras del 2012 quedarían cortas.
La clase política, anquilosada y adosada a los rincones del poder público y privado, sólo expresa su sordera y refuerza sus trincheras. Demostraciones ante la ciudadanía como el espectáculo de unas amañadas primarias, que en los hechos han reforzado los caciquismos, no logran, pese a la espuria retórica de la participación y el cambio, alterar los escenarios. La política institucional, en todas sus manifestaciones, expresa una crisis estructural que los ritos electorales tan sólo confirman y amplifican.
Estamos encerrados en un proceso de deterioro circular, sin dirección y cuyas salidas, hacia el mediano plazo, son inciertas. Un proceso de acumulación de energía, cuya evidencia más cercana, pero no lo única, son las reivindicaciones de los estudiantes cada día más despreciadas y arrinconadas por las elites.
La clase política, ocupada a partir de estos meses y por el año entrante en su reproducción, olvida un hecho fundamental. En esta soberbia y vanidosa presentación de sí misma ha mutado en tapón a las insatisfacciones y demandas de la ciudadanía. Sus potenciales electores no sólo no votarán por esta casta, sino que se levantarán como sus adversarios. La presión que taponea a la clase política necesita liberarse por algún canal. Y no será ni el institucional ni el político.