Estos primeros meses del Gobierno de la Presidenta Bachelet, que he vivido en mi nueva condición de Senador, guardan cierta similitud con el primer tiempo del gobierno del Presidente Aylwin, en el que participé como intendente de la Región de Los Lagos.
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Entonces, como ahora, se iniciaba un nuevo ciclo histórico con grandes expectativas. Los liderazgos de Aylwin y Bachelet guardan también ciertas similitudes. Son transversales, van mucho más allá de sus partidos, convocan a sectores populares, medios y también a parte del empresariado que perciben garantías gubernamentales de estabilidad y paz social en el largo plazo.
Si antes la dictadura y la pobreza extrema eran la principal amenaza para la paz social, hoy día esa amenaza está representada en la desigualdad. Por estas razones, y por la magnitud de los desafíos que enfrenta, el segundo mandato de la Presidenta Bachelet se parece mucho más al Gobierno de Aylwin que a su propio primer periodo.
Esta reflexión tiene que ver con el respaldo que han entregado a estos procesos los partidos y las coaliciones, que al final del día son evaluados por el rol que han cumplido sus dirigentes.
A la luz de las reiteradas declaraciones del senador y presidente de la Democracia Cristiana, Ignacio Walker, se percibe que hay quienes no han aquilatado el momento histórico que estamos viviendo y del cual somos protagonistas, y actúan como si éste fuera un gobierno de administración más y no uno de transformaciones, como se propuso originalmente y como la propia presidenta ha insistido en recalcar.
El apoyo leal tras esta idea central, expresado en un discurso confluyente y no divergente, es clave para el éxito de gobiernos de este carácter.
Recuerdo que en los 90 fui incomprendido por muchos compañeros socialistas que criticaban mi lealtad a toda prueba con un gobierno encabezado por un demócrata cristiano, pero yo entendía que esa actitud era una cuestión de responsabilidad histórica.
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El liderazgo de Aylwin trascendía a su partido y a la propia Concertación, del mismo modo en que hoy el liderazgo de Bachelet trasciende al Partido Socialista y a la Nueva Mayoría.
No rebato el derecho del senador a cuestionar uno o más aspectos de las reformas que ha enviado el Ejecutivo que, por cierto, son perfectibles. Pero en el debate de cada punto no podemos perder de vista el horizonte. El objetivo estratégico es concretar las transformaciones incluidas en el programa de Gobierno, no levantar agendas propias animadas por otro tipo de intereses. En el caso de la Reforma Educacional, siempre tuvimos claro que la iniciativa se sustentaría en el fin al lucro, al copago y la selección. Desde esa base partimos. Podemos mejorar la propuesta, pero no provocar oleaje, porque nos interesa que llegue a puerto, no que zozobre.
Hay una doble paradoja en la actitud del senador Walker; en primer lugar, insiste en presentarse como defensor de la clase media, en circunstancias que son los sectores medios los que proponen –cuando no exigen- las alternativas más radicales de cambio. Y luego, el rol moderador que siempre ha cumplido la DC, puede terminar dando lugar a un rol polémico, conflictivo, nada más lejano de lo que quiere la gente a la que aspira a representar: cambios en orden.
Una gran parte de los chilenos, que proviene de todos los sectores sociales y es representada por todos los partidos de la Nueva Mayoría quiere que los cambios se hagan. Y como suele ocurrir en política, el todo es más que la suma de las partes.
Los cambios no serán posibles sin la participación de sectores medios, populares y de parte del empresariado, particularmente de la mediana y pequeña empresa. Nuestra actuación debe estar dirigida a sumar y no a restar.
Habrá un momento electoral en que cada cual se encargará de perfilarse legítimamente ante una opinión pública que va mutando. Así como algunos socialistas estaban impacientes en los 90 porque aparentemente la Democracia Cristiana capitalizaba el apoyo mayoritario y, por lo tanto, las principales posiciones de poder, hoy algunos dirigentes demócrata cristianos se sienten vagón de cola. Se olvidaba antes y ahora que las sociedades experimentan cambios y que, finalmente, la lealtad y la coherencia con los compromisos contraídos con la gran mayoría de los chilenos son la base de cualquier propuesta política seria. Faltar a esos valores equivale a seguir alimentando el desprestigio en el que ha caído el quehacer político en nuestro país.
El rol de la DC y de todos los partidos de nuestra coalición es agregar fuerzas a este proceso transformador que el Gobierno se comprometió a impulsar – al cual candidatos y partidos suscribimos e hicimos propio durante la última campaña parlamentaria- y que ha convocado el interés de la ciudadanía, que ha vuelto a confiar en la centro izquierda chilena como referente para gobernar. Y ese es el camino que debemos seguir para ser no sólo una Nueva Mayoría, sino también una Gran Mayoría.