Un libro claro

He leído el libro de Manuel Muñoz Fernández, “Torturas al ritmo de valses de Strauss”,  lo que según el autor es un diario de vida de su “paso por cárceles y lugares de tortura en tiempo de los militares y civiles golpistas”, y he quedado con una sensación de claridad y optimismo

Un libro claro

Autor: Sebastian Saá

He leído el libro de Manuel Muñoz Fernández, “Torturas al ritmo de valses de Strauss”,  lo que según el autor es un diario de vida de su “paso por cárceles y lugares de tortura en tiempo de los militares y civiles golpistas”, y he quedado con una sensación de claridad y optimismo.

Claridad, porque este pequeño libro de memorias (121 páginas), nos recuerda una vez más lo que la insobornable memoria colectiva se niega a olvidar. Es decir, que durante 17 años vivimos una dictadura militar oprobiosa para la conciencia de nuestro país. Entonces, cada vez que un periodista empleado por las cadenas derechistas de la información diga “gobierno militar” o “régimen militar”, se alza este librito con toda la dignidad de pueblo sencillo pero no estúpido y desmemoriado y dice: ”Dictadura militar, háganme el favor, y la boca les queda donde mismo”.

O cada vez que un ultra-renovadísimo de la whiskierda chilena diga “todos fuimos por igual culpables de la debacle del ‘73”, se alza este libro de Manuel Muñoz Fernández y dice “sí, todos fuimos culpables, pero unos más que otros -los que asesinaron, violaron mujeres, torturaron, hicieron desaparecer, recibieron plata de la CIA; son más culpables que el resto-”. Esa es la claridad que trae este libro. La claridad de saber que no estuvimos locos, que lo que pasó, efectivamente pasó, y no fue resultado de la afiebrada imaginación de un escritor de comics que hace un mal guión llamado “Chile, 1973”, con malos muy malos.

Y el libro me ha dejado una sensación de optimismo, porque este profesor que ejercía en San Fernando en el momento del Golpe de Estado, se da el tiempo de escribir el libro y además, autofinanciarlo. ¿Por qué lo hace? Él mismo responde :”Quienes sepan o hayan tenido una experiencia amarga, si su vida sufrió un trastorno violento, triste y doloroso, que lo hagan público dentro de su círculo de parientes, conocidos y amistades. Esto no significa estar amarrado al pasado, significa dar a luz hechos que plagaron de odio y violencia una parte de la historia. Se trata de no olvidar ese pasado de hechos sangrientos para que no sean tergiversados por aquellos a quienes les interesa tender un manto de olvido”.

Manuel Muñoz no ha esperado un Fondart ni una ONG para cumplir con un deber. El de contarnos que sí sucedió eso que los más jóvenes ignoran y que los viejos renuentes a la verdad eufemizan, llamando a la tortura “exceso”.

Escribe bien don Manuel Muñoz y es generoso al regalar este libro a la cultura de este país. Sin esperar una Agregaduría Cultural, sin esperar que Littin haga un film que pelee el Oscar. Sencillamente lo hace porque lo siente un deber. Un deber al que llama a los demás. Cuenten lo que les pasó. Es un gesto rebelde. Es un gesto revolucionario. Es un gesto fraterno.

El libro debe su título a los militares que, en sesiones de torturas, utilizaban valses de Strauss a todo volumen para acallar los gritos de los torturados. Hay imágenes hermosas y reflexiones sorprendentemente orientales. Verdaderos golpes de hai-ku en prosa de un profesor avecinado en San Fernando para los días del ‘73. Como cuando ve pasar una hermosa nube blanca por el cielo de la cárcel de Rancagua que lo sobrecoge. Y, además, es una nube que va hacia el sur, por donde se va a su casa. O cuando recuerda los días que cantaba en la cárcel, y el cantar mismo, y el saberse cantando, constituían dos deleites distintos.

Que siga cantando y que se sepa cantando por muchos años, don Manuel Muñoz Fernández. Son mis sinceros deseos para el bienestar de las almas de todos/as nosotros/as.

Por Mauricio Redolés

El Ciudadano


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