Vivimos en un mundo infeliz, algunas personas dirían que, entonces, nos faltó leer a Aldous Huxley (que el 26 de julio fue su natalicio). Yo diría, más bien, que unos pocos sí lo leyeron, pero no lo comprendieron en su real intencionalidad.
Bajo la consigna de comunidad, identidad y estabilidad se conforma un Estado mundial regido bajo el método Bokanovsky, con el cual se logran multiplicar los operarios y operarias de aquellas máquinas que aseguran la estabilidad social. Miles y miles de epsilones, sí, como lo leen y no se sorprendan por ello, la estabilidad se logra con la uniformidad o mal entendida identidad, pero no una cualquiera. Se logra con la uniformidad desigual de tener alfas y todos los demás, especialmente epsilones. Estabilidad sin dignidad.
“Pero nosotros nos inclinamos más bien a creer en la dignidad del hombre (y de la mujer), y a pensar que es lo más noble en él (y en ella) el más íntimo y potente resorte de su conducta” (citando a Antonio Machado, también nació un 26 de julio, en “Juan de Mairena”).
Lo apócrifo de ese mundo feliz está claramente representado aún en el siglo XXI y magnificado en nuestra sociedad producto de la pandemia, la cual nos invita a pensar en el futuro. Pero Jean-Luc Nancy (quien también nació un 26 de julio) en una entrevista dada el 28 de marzo de este año, decía “El confinamiento local no es gran cosa comparada con este confinamiento temporal: ahora el futuro se vuelve claramente incierto y oscuro. Hemos olvidado que esto es su esencia.” (trad. María Konta).
¿Quiénes son Alfas hoy? Si Juan de Mairena fuera profesor de filosofía, les diría a sus estudiantes que el ser humano es aspiracional y siempre “…quiere ser otro”. Como Machado recordaba al decir que buscamos y nos obligamos a “tener que ser lo que no se es”. Algo que no era problema alguno para Mr. Foster (renombrado Epsilon en “Un mundo feliz”) que dijera “…no necesitamos inteligencia humana”. El derecho a la educación supone que el Estado ofrezca igual calidad, también acceso, para todos y todas. Pero el modelo neoliberal ha conseguido su objetivo de estabilidad social, formando millones como Foster, pero no puede ir contra la comunidad, ni volverla inoperante. Nancy diría “La sociedad puede ser lo menos comunitaria posible, pero no se logrará que en el desierto social (hoy podemos releer como distanciamiento social) no haya, ínfima, inaccesible incluso, comunidad.” (trad. Juan Manuel Garrido).
Basta ya, de educar para la no comunidad, para la no identidad personal, para la no estabilidad social. Basta ya, de seguir reproduciéndose como las AFP por medio de sus enviados y enviadas, tal como indica la investigación de Ciper recientemente. Basta ya, de tantos apócrifos apoyos y bonos. Vamos a lo medular.
Claramente el futuro de la educación, posterior a la pandemia, no está en volver a los colegios para evitar abusos de menores en sus hogares. Está, entre otras cosas, en dejar de electrificar los libros y las flores para los epsilones, hagamos comunidad y estabilidad social desde la educación de calidad (simbolizada esta vez en libros) y la sabiduría ancestral de la naturaleza (simbolizada en aquellas flores). El cambio de paradigma está, entonces, en dejar de fortalecer la idea de castas (que el 26 de julio de 1847 enfrentó en la llamada “guerra de castas” a población maya de Yucatán) y la desigualdad que esto conlleva. No más drogas de ese control social expuesto por Huxley, más memoria y comunidad infinita.
Juan Alejandro Henríquez Peñailillo
Profesor de Filosofía
Autor de www.filopoiesis.cl