Un país invade a otro país. Lo invade de noche y por un ratito no más. Nooo, no se compliquen, “es solamente por un ratico”, como diría un asesor hispano. Lo invado y salgo. Eso es… la puntita nada más.
El señor Presidente del país invasor está a miles de kilómetros del país invadido, comiendo maní salado y pop-corn, y bebiendo gaseosas, mirando en un televisor (junto a la señora Ministra de Relaciones Exteriores y a sus más altos jefes militares), la acción de sus marines amaestrados en el arte de la cacería, cazar a un hombre alto y delgado que está en una habitación de una casa. Casa que está en una ciudad. Ciudad que está en un país. País que está siendo invadido.
El hombre alto es asesinado, su cadáver es robado, se dice que lo lanzaron al mar.
No hubo juicio, no hubo defensa, no hubo descargos, no hubo sentencia, no hubo fiscal, no hubo estrado, no hubo jurado, no hubo martillo, martillo de juez que tampoco hubo. Ese es el Derecho Internacional en su estado más químicamente puro. Es decir La Selva donde reside la fuerza y el imperio de la ley.
El señor Presidente del país invasor es reconocido internacionalmente como un hombre de paz. Incluso tiene premios y distinciones que así lo ameritan.
El señor Presidente del país invasor recorre el planeta, incluso estuvo en este país, donde se brindó por la paz del mundo.
Todo está claro. Incluso la duda que había sobre la nacionalidad del señor Presidente se disipó ante su acción.
En la mini-invasión de un país, digitada desde otro país a miles de kilómetros, hay una gran verdad como mensaje muy claro para todos los países del mundo:”Aquí hay un gendarme que puede violarse a cualquier país que haya por los alrededores, o sea, cuidadito con andarse boleteando con comisiones internacionales o vetos en las Naciones Unidas, porque o si no me los repaso por las armas, mirando todo en mi tele de la Casa Blanca. Yo Soy El Derecho Internacional”.
Lo que el señor Presidente del país invasor no calcula es que ese tipo de acciones va creando más y más resentimiento en países dignos y orgullosos de su independencia. Como también va creando resentimiento en organizaciones que usan el terror como arma política. Terror que hoy día podría re-aparecer ante los ojos de muchos como una respuesta equivalente ante la ilegalidad y el terror que causa una invasión sin declaración de guerra ni previo aviso.
Sin lugar a dudas que ni las mini-invasiones ni el terrorismo son caminos para terminar nada. Pero la alta política, las buenas costumbres, la cultura del gendarme, va creando una lógica de enfrentamiento como forma de relación, relación que a su vez va creando el perfil de su enemigo. Enemigo que le es funcional. Sin duda todo en consecución de estrategias a largo plazo que les sigan permitiendo dominar el planeta o lo que vaya quedando de éste.
Por Mauricio Redolés
El Ciudadano Nº102, segunda quincena mayo 2011