Reforma a los fundamentos epistemológicos de la educación
Sobra decir que la crisis educativa experimentada de forma tangible en los últimos meses se ha convertido en el punto de inflexión de los debates en toda la estructura social del país, delatando tanto la serie de mecanismos visibles de sujeción y represión del Estado, como también los elementos discretos e invisibles que han violentado la instancia más importante de nuestra existencia como seres humanos; la cognición y, por consecuencia, el pensamiento.
En primer lugar, porque es evidente la anulación del pensamiento crítico-reflexivo en el sistema educativo chileno; un sistema que prefiere los organismos mansos, psitacistas y adormilados que sean capaces de soportar la larga jornada escolar completa carente de novedad; que prefiere a los estudiantes preparándose hasta la muerte en colegios y preuniversitarios para rendir una prueba que cuantifica qué tan necesarios son realmente para la sociedad (y que de lo contrario excluye violentamente y de forma indigna a quienes deben eliminar la universidad de su lista de sueños por cumplir). En segundo lugar, porque ésta anulación del pensamiento crítico proviene de las limitaciones y podaciones de las facultades cognitivas -tales como se poda un árbol-, que se refleja en la incapacidad de plantear problemáticas de orden contextual, vale decir, una incapacidad para cuestionar el entorno, la realidad, el lenguaje, la información, etc. Y en tercer lugar, porque la concepción de vida ha sido construida en base a elementos estáticos de producción, la configuración de un ser dócil, trivial y desencantado, incapaz de hacer dialogar sus ideas para construir sus propios principios éticos guías de su acción-reacción-integración en el mundo.
Estas tres variables no son de ninguna manera aleatorias ni azarosas. Fueron pensadas explícitamente durante la dictadura militar para que nadie perteneciente a los estratos populares vuelva a gobernar en la historia de Chile. Atacando dos frentes como lo son el financiamiento y los estatutos epistemológicos de la educación chilena, acabaron con la accesibilidad igualitaria a la educación y, una vez accediendo a ésta, acabaron también con las herramientas y fundamentos críticos que permitían cuestionar esta accesibilidad e inequidad. La ceguera cognitiva que hoy los estudiantes, profesores y todos quienes apoyan el movimiento de reforma social, han logrado denunciar apoyándose en las nomenclaturas economicistas que han viciado el sistema educativo en su conjunto.
¿Pero qué significa atacar los fundamentos epistemológicos de la educación chilena? Significa una ofensiva directa en contra de los elementos que nos permiten problematizar y cuestionar nuestro conocimiento y por tanto nuestras formas de conocer. Una mella que sobrepasa los límites subjetivos y que converge en el tipo de organización social que establecemos con nuestros pares. Una herida que nos dificulta la posibilidad de pensar el “qué” y el “cómo” de nuestro aprendizaje que a su vez genera inseguridades, desinterés, desmotivación y el consecuente fracaso de estudiantes y profesores/as en el proceso educativo. La imposibilidad de la construcción de individualidades devoradas por la colectividad que impide la capacidad de auto-referenciar un sujeto en libertad, o más bien, la incapacidad de concebir el conocimiento como una instancia libertaria, crítica y reflexiva de nuestra realidad.
Ayudados por la institucionalización académica del saber, la racionalidad popular se encuentra excluida de los núcleos universitarios, constituyéndose como un elemento que únicamente sirve para fundamentar las competencias sello de las universidades como la Responsabilidad Social y la Vinculación con el medio, que justamente responden a las lógicas técnico-empresariales de solidaridad y de ayuda a la sociedad. Estudiantes ahogados que reemplazaron el “no estoy ni ahí” por el “para qué”, demostrando la crisis de los fundamentos vitales de la educación como herramienta de construcción del sujeto; profesores con una sobredemanda superando a duras penas la carga horaria, sometidos a los planes y programas, la planificación y el currículum oficial; sostenedores incompetentes e ignorantes de sus establecimientos, reproductores de las lógicas conservadoras y de la deificación de la ley que somete a quienes están bajo su mando, son sólo algunas consecuencias del imperativo categórico de la economía por sobre la construcción igualitaria de una educación epistemológicamente libertaria.
Como consecuencia de estas mellas de carácter epistémico, podemos situar la vida como su manufactura más dañada. Se aglutinan en ésta la serie de elementos propios de la libertad humana que han sido avasallados y excluidos por la legitimación del capitalismo y sus mecanismos de acción, que ahora subyacen como privilegios de quienes han sabido sobrellevar la crisis del sistema en general o que se han convertido en quienes guían, regulan y establecen las lógicas del orden de éste. La felicidad, el placer, el gozo, parecen palabras lejanas de nuestra cognición y han pasado a ocupar espacios pequeños de liberación aparente o hobbies con los cuales se intenta complementar el bucle vicioso de vivir para trabajar y trabajar para vivir, sin ser ésta un elemento constitutivo del día a día, ni una construcción autónoma digna de reflexión.
Por tanto, sean cuales sean los resultados a futuro de este punto de inflexión que hemos construido, nos preparamos ahora a despegar hacia un universo en los que somos totalmente responsables del derrotero en el que viajamos y las coordenadas que queremos encontrar en nuestro camino, situándonos en nuestra capacidad de construir una nuevo sistema educativo libertario que no sólo entregue salidas a un paradigma destructivo de la cognición, si no que retome nuevamente el ideal de la Educación como tal que sea capaz de problematizar ipso facto nuestra cultura, nuestra técnica, nuestra identidad y nuestro conocimiento.
En la medida que esto sea comprendido, comenzaremos a concebir una vida transfigurada, una vida capaz de problematizarse y problematizar su realidad desde un conocimiento construido, una epistemología singular, desacademizada y armada contra los discursos mediáticos, los prejuicios, los elementos de sujeción y la felicidad estereotipada. Una vida incendiaria capaz de encender a los organismos que siguen reproduciendo ciegamente los paradigmas de la castración cognitiva y que ponga en marcha la siguiente máxima propuesta por Michel Onfray: la política volverá a sus raíces profundas no a través de la creación de grandes sistemas inaplicables, sino a través de la producción de pequeños dispositivos temibles, como un grano de arena en el engranaje de una máquina perfeccionada.
Nicolás Díaz Barrera
Estudiante, Doctorado en Ciencias Humanas m/ Discurso y Cultura
Universidad Austral de Chile