Una mujer y Nerval

El metro es un lugar común donde el absurdo se aprieta en toneladas de humanidad

Una mujer y Nerval

Autor: Pia
Pia

El metro es un lugar común donde el absurdo se aprieta en toneladas de humanidad. No hace falta llegar a la asfixia para ponerse graves y sentir deseos irresistibles de teorizar sobre nuestra vida en sociedad. Es suficiente asomarse al horizonte limitado por tanto armatoste, sin mayores intenciones que hacer del espacio un valor rentable, para saltar al vacío de las malas decisiones cometidas por nuestra especie. Pareciera que nunca hemos estado tan insoportablemente cerca y lejos. Promiscuos e invisibles, vamos sintiendo cómo nuestros pensamientos se aletargan.

Entre roces de otros cuerpos, el claro del camino se abre hacia un asiento. Llego a él con gestos triunfales. Desde abajo todo es diferente. La sorpresa me encuentra. Una mujer, colgando de una mano bien sujeta al barandal, sonríe de satisfacción. Tiene el pelo oscuro y liso hasta los hombros. Su rostro es anguloso, de un atractivo más interesante que clásico, la boca perfecta pintada en rojo. Una blusa blanca se cuela dentro de la falda estrecha. Tacones altos. Me quedo atónita. Se hace un silencio largo y no puedo quitarle la mirada de encima. Ella no lo nota porque está enfrascada dentro de un libro. La mano encantada Gérard de Nerval, dice sobre la reproducción de una pintura decimonónica con otra mujer solitaria.

La contingencia se deja caer en derrumbe de piedras, queriendo sepultar de una vez por todas esa imagen. ¿Será posible, conociendo la realidad de la lectura, que esté experimentando euforia ante este incidente habitual? Uno de nuestros récord estrella es el más jugoso impuesto a los libros, y desde 1976 van pasando las páginas de nuestra historia sin haberse podido derrocar el problema. La mayoría no compra nunca por el precio estratosférico, pero menos del 10% es socio de alguna biblioteca. Engorda tanto el porcentaje de quienes nunca han leído un libro que en las estadísticas la gráfica es uno de esos edificios nuevos brotando como plaga infecciosa. Podría seguir así hasta vomitar verdades estériles pero ahí sigue ella, bellísima en su unión con ese artista del lenguaje siempre encandilado entre el espíritu del mundo y la mediocridad absoluta, el martirio y la belleza diaria, la inesperada facultad creativa de cualquier hombre y su inevitable capacidad de odio, miedo y pereza.

Dándome por vencida me planto en la posibilidad de que una lectura quiebre el cemento sobre nuestras relaciones humanas, y el aire se llena de polvo entre ruidos ensordecedores. Por detrás aparece una silueta perfecta. La mujer leyendo, misma expresión de absoluto placer, pero instalada dos siglos atrás, en un París donde Nerval se sentaba a escribir y las narraciones eran publicadas por entrega en los medios de prensa. El periódico, digo en voz alta, y caigo en cuenta de mi error. La mayoría definitiva sí lee, escuchando con fuerza en los rincones impresos, como si aún quedara una palabra entre nosotros. Corro hasta aquí, imaginando esa palabra.

Por Rocío Casas Bulnes


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