Una reflexión de amor necesaria: humanizar la nueva historia

Al cerrar 2024, el desafío no podría ser más claro: debemos recuperar la tonalidad perdida. Esto implica enfrentarnos al dolor, romper el silencio y reconstruir nuestras conexiones con los demás y con el mundo.

Una reflexión de amor necesaria: humanizar la nueva historia

Autor: amandaduran

Por Amanda Durán

Quien se queda con el mal amor acaba consigo mismo

El amor es el principio y el fin de toda existencia significativa, pero en 2024, ese amor ha sido mutilado, arrastrado por un año de dolor, violencia y el colapso de ideales que una vez nos unieron. Desde los bombardeos en Gaza hasta la condena en vida de Julian Assange, pasando por gestos simbólicos como el rechazo de México al rey Felipe VI por negarse a aceptar el genocidio inicial, precursor de que hoy el genocidio nos sea indiferente. Este año ha revelado con brutal claridad nuestra desconexión con lo esencial. Frente a esta crisis de humanidad, la filosofía de Byung-Chul Han y la poesía desgarrada de Raúl Zurita emergen como brújulas para encontrar sentido en el caos.

Byung-Chul Han lo dice con la precisión de quien disecciona un órgano vital: hemos perdido nuestra tonalidad, esa resonancia que nos conecta con los demás y con el mundo. Sin tonalidad, todo se convierte en ruido, control y repetición. Este «mal amor» no solo destroza nuestras relaciones personales, sino que contamina la política, el lenguaje y nuestra capacidad para sentir colectivamente. Lo vimos con crudeza en Gaza, donde el cálculo político permitió la masacre de más de 120.000 palestinos, la mayoría niños. Lo que debería indignarnos quedó ahogado en una indiferencia estructural.

El amor, como categoría ética y política, se ha vaciado de sentido. La administración Biden, con su veto a propuestas de alto al fuego mientras canalizaba millones de dólares en ayuda militar a Israel, es un ejemplo escalofriante. El lenguaje, que debería ser un puente, se convierte en arma de dominación. Han advierte que cuando el amor y el lenguaje pierden su capacidad de resonar, solo queda la violencia: un ruido ensordecedor que destruye nuestra posibilidad de compasión y justicia.

En todo genocidio: nombrarlo es aceptar el amor, es crear

Mohammed Mahdi Abu Al Kusam, sosteniendo los certificados de nacimiento de sus hijos muertos en Gaza, nos recordó que resistir es también un acto de creación. Este gesto, tan simple como devastador, es una resonancia que desafía al ruido. Como los versos de Zurita, escritos en el cielo y en el desierto, nos dice que aún en el dolor extremo, hay un espacio para devolver tonalidad al mundo. Zurita nos grita: la poesía es el último refugio de quienes sufren, un intento por reconstruir lo humano en medio del abismo.

En México, la negativa de Claudia Sheinbaum a invitar al Rey Felipe VI fue un gesto cargado de simbolismo. En un año donde España volvió a negarse a reconocer los crímenes de la colonización, este acto trascendió la diplomacia: fue un intento por restaurar la dignidad de una historia plagada de silencios. Este gesto, como dice Han, no solo busca sanar el pasado, sino también recuperar una resonancia política y cultural perdida.

La verdad, con penitencia

El caso de Julian Assange es otro capítulo de este mal amor. Liberado tras años de tortura y aislamiento, su declaración de culpabilidad bajo una arcaica ley de espionaje es la victoria amarga de un sistema que castiga la verdad. Assange, como Mohammed, nos recuerda que decir la verdad es un acto de amor, aunque el costo sea inmenso. WikiLeaks reveló horrores que, como los de Gaza, se alimentan del silencio global. Pero la libertad de prensa pagó un precio devastador, dejando al mundo aún más fragmentado.

Humanidad como resistencia

Zurita nos deja una consigna: “Que abandone el sol los planetas que lo circundan / para que solo de amor hable todo el universo”. Este llamado no es una fantasía romántica, sino una exigencia ética. La humanidad no puede permitirse normalizar el sufrimiento. La poesía de Zurita y la filosofía de Han convergen en esta verdad: el amor, el lenguaje y la política son resonancias que pueden transformar nuestra realidad. Sin ellas, seguimos perdidos en el ruido.

Al cerrar 2024, el desafío no podría ser más claro: debemos recuperar la tonalidad perdida. Esto implica enfrentarnos al dolor, romper el silencio y reconstruir nuestras conexiones con los demás y con el mundo. Desde Gaza hasta México, desde Assange hasta Mohammed, las historias de este año nos urgen a imaginar una narrativa distinta, donde el amor y la palabra vuelvan a ser instrumentos de creación.

El 2025 no debe ser un tiempo de resignación, sino de resistencia. Nos queda amar con valentía, desafiar la indiferencia y alzar nuestras palabras para transformar el ruido en tonalidad. Porque al final, el amor no es un refugio pasivo, sino la fuerza que nos conecta con lo profundamente humano. Que nuestras voces, como los versos de Zurita, los tuyos, los míos, o los gestos de Mohammed, devuelvan al mundo la resonancia que tanto necesita, que necesitamos con la urgencia de un corazón que se aferra al drama para no aceptar que ama, que lo hace porque es su naturaleza, que ama a la humanidad profundamente, más allá de las trincheras de barras bravas, más allá de aferrarse a tener la razón, cueste el dolor que cueste.

Por Amanda Durán


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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