Por Christian Cirilli
Mientras todas las luces se centran en el esplendoroso triunfo electoral de Donald Trump y el futuro geopolítico que se vendría (de su mano), entre el 4 y 7 de noviembre, en Sochi, tuvo lugar la 21º reunión anual del Club Internacional de Discusión Valdai, sin ninguna duda, el más prestigioso think-tank de la Federación Rusa, donde se plantea y esquematiza “otra” cosmovisión y se proyectan “otro” tipo de intereses.
Este año, en el marco del 20° Aniversario de sesiones anuales ininterrumpidas, el tema central de discusión fue «¿Paz duradera sobre qué bases? Seguridad Común e Igualdad de Oportunidades para el Desarrollo en el siglo XXI».
Si Rusia no estuviese inmersa en una guerra contra Estados Unidos y su aparato euroatlantista en el territorio ucraniano, diría entonces que es una casualidad o una mera hipótesis de trabajo. Pero considerando la cruda realidad, el evento convocante es un órdago a la declaración del presidente electo estadounidense sobre su abierto “no voy a empezar ninguna guerra, voy a parar guerras”.
¿Será que realmente habrá un cambio en la mentalidad occidental? ¿Será que por fin se acaba la lógica de la confrontación y la ecuación del dominio? ¿Podemos creerle a Trump? ¿Entenderá que el mundo se desliza hacia la multipolaridad? ¿Se encolumnarán sus históricos aliados en ese cambio de Gestalt?
La interpelación inicial (¿Paz duradera sobre qué bases?) parece estar abriendo el paraguas: no es cuestión de voluntarismo o de “compromiso de caballeros” (que después Occidente paga con puñaladas por la espalda) sino que hay una forma correcta de obtener una paz duradera. La respuesta parece incubarse en la afirmación inmediata posterior: la seguridad común y la igualdad de oportunidades para el desarrollo.
Exploremos la seguridad común…
Previamente a la Operación Militar Especial de 24 de febrero de 2022, e incluso antes de las pretensiones de Zelenski por nuclearizarse (anunciadas en la Conferencia de Seguridad de Múnich el 18 de febrero de 2022), el gobierno ruso envió dos borradores —uno a Estados Unidos, uno para la OTAN— sobre medidas y garantías fundamentales de seguridad para evitar una conflagración bélica. Fue el 17 de diciembre de 2021.
Los drafts fueron enviados bajo la condición de que tengan una respuesta integral, ya sea por la positiva o la negativa, y que no tengan excesivas dilaciones, pues serían consideradas por la negativa. La integralidad —o sea, que no se discutan los puntos por separado— era fundamental por cuanto estaban conexos. La totalidad daba sentido a la propuesta.
Desde el punto de vista occidental, Rusia se había puesto extremadamente dura para negociar. Pero era importante entender que se trataba de un marco conceptual. Sin él, con aceptaciones a medias, tomas de posición ambiguas, vaguedades en los términos, zonas grises, en fin, sin especificidades, se daba lugar a la violación de los compromisos asumidos.
El 23 de diciembre de 2021, esa urgencia por una respuesta occidental positiva a las propuestas rusas (para evitar la guerra) se había exteriorizado en una rueda de preguntas de Vladimir Putin para la prensa internacional. En esa ocasión ocurrió una durísima contestación a la periodista británica Diana Magnay, de la agencia Sky News.
La blonda reportera, casualmente (o provocativamente, quizás) vestida con los colores ucranianos, se había atrevido a intimar al presidente ruso para que garantizase incondicionalmente que Rusia no invadiría Ucrania. El mandatario frunció el ceño y le contestó que las negociaciones en sí mismas no evitarán las acciones rusas sino únicamente la garantía incondicional occidental de que Rusia permanecerá segura. Acto seguido, recalcó que es Occidente quien constantemente acerca sus sistemas ofensivos hacia la frontera rusa, razón por la cual la garantía debería salir indefectiblemente desde allí.
No llamó la atención la soberbia de Magnay —representante del establishment corporativo mediático al fin de cuentas— y la desconcertante “vuelta de tuerca” que enarbola la óptica occidental a los acontecimientos, que mientras amenaza blande el argumento de ser amenazado. Pero sí llamó la atención el grado de expresividad de Putin; usualmente un cultor de la cautela y el autocontrol. Era muy evidente que hablaba en serio y que Occidente, con su política de sanciones, injerencias internas, desestabilizaciones políticas, subversiones económicas, y finalmente, cerco militar, representaba una amenaza tan extrema que no tendría otra opción que ir a la guerra.
El draft enviado a Estados Unidos apenas seis días antes (pendiente de respuesta) era simple y directo: tenía apenas ocho artículos. El Artículo 1 oficiaba como preámbulo: hablaba de colaborar sobre los principios de seguridad indivisible, lo cual significa meramente que la seguridad de una parte no puede obtenerse a expensas de la inseguridad de la otra. Por ejemplo, tomar posiciones ventajosas contra una frontera o instalar sistemas de armas ofensivas que eliminen la capacidad de reacción de la contraparte horada la seguridad, lejos de fomentarla. La seguridad es indivisible porque es una creación conjunta y consensuada.
Los demás artículos eran absolutamente precisos y no daban lugar a ambigüedades. No los voy a reproducir aquí, pueden verlos en el vínculo a distancia de un click, pero básicamente intentaban mantener el diálogo o los mecanismos de apaciguamiento de tensión, reducir al mínimo los movimientos considerados agresivos (de aproximación, de simulacros de lanzamiento, de infraestructura adelantada, etc.) y muy específicamente, solicitaba terminar con las expansiones de la OTAN y de Estados Unidos (de manera bilateral) hacia el este, contra las fronteras rusas.
El draft enviado a la OTAN, por supuesto, abría con el mismo preámbulo sobre la seguridad indivisible. Insistía en el «Consejo OTAN-Rusia» como un marco importante de interconsultas (el último encuentro oficial había ocurrido en julio de 2019, y luego Occidente cortó el diálogo). Pero lo más importante era que pedía a los miembros atlantistas al 27 de mayo de 1997 (o sea, antes del aluvión de expansiones propiciado por Clinton y sus Neocons) que no desplieguen fuerzas militares ni armamento en el territorio de ninguno de los demás Estados europeos (excepto en casos excepcionales de crisis puntuales). Específicamente no debían desplegar misiles terrestres de corto alcance o intermedio (lo cual era un señalamiento de la retirada estadounidense del Tratado INF 1). Se solicitaba además que la OTAN se abstenga de nuevas ampliaciones, pero por si no se interpretaba cabalmente, el Artículo 7 decía textualmente que los miembros OTAN no deberían realizar ninguna actividad militar en el territorio de Ucrania, así como en otros Estados de Europa Oriental, en el Cáucaso Meridional y en Asia Central (o sea, solicitaba que se salgan de la histórica área de influencia rusa, o, dicho de otra manera, la vecindad post-soviética).
Ninguna de estas propuestas fueron oídas y comprendidas en un sentido unívoco. Es más, se solicitó no dilatar la respuesta, pero la misma llegó recién el 26 de enero de 2022; un mes y medio más tarde, con un cúmulo de “pelotas afuera”.
En el fondo de la cuestión, los rusos planteaban que Estados Unidos se atenga a la Carta de la ONU y revea su extensión más allá de la línea Oder-Neisse, que marca la frontera entre Alemania y Polonia. No pide un desmembramiento de la OTAN ni quita el derecho a los países a sumarse (excepto los ex soviéticos). Pide que las fuerzas atlantistas no se adelanten ni se desplieguen contra las fronteras rusas como una forma de evitar un conflicto inminente.
Pero el secretario de Estado estadounidense Antony Blinken interpretó caprichosamente esto como una limitación a la extensión de la OTAN y Ben Wallace, el guerrerista ministro de Defensa británico, afirmó que “numerosos países se han unido a la Alianza no porque la OTAN los obliga sino a causa de la voluntad libremente expresada de los gobiernos y pueblos de esos países”.
Serguéi Lavrov, ministro de Relaciones Exteriores ruso, les recordó entonces que tanto Estados Unidos como Reino Unido y todos los miembros de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) eran firmantes de las declaraciones de Estambul (1999) y de la de Astaná (2010), documentos firmados por 57 jefes de Estado y de gobierno, que establecen (1) que cada país tiene la obligación de no reforzar su seguridad a costa de la seguridad de los demás y (2) cada país es libre de unirse a una alianza militar. Son simultáneas y coincidentes. Una no puede ir por sobra la otra, ni contradecirla. Obligaciones y derechos, la célula del Derecho Internacional. ¡Vamos! ¡Que de eso se trata la cosa!
Ante la indiferencia y la progresión de la extensión —fuertemente armada—, de la OTAN sobre Ucrania, el 24 de febrero de 2022 se desató la operación preventiva denominada por Moscú como Operación Militar Especial. Tras de sí había una idea-fuerza, cuyo antecedente estaba también en la corta guerra en Georgia de 2008: demostrar que Rusia ya no retrocedería. Pero había más: con su “desobediencia” al Destino Manifiesto de Occidente, Rusia bregaría por la consecución de un nuevo orden mundial.
En su discurso televisivo del 24 de febrero, el presidente Vladimir Putin declaró que la respuesta de su país estaba dirigida a “quienes aspiran a la dominación mundial”. No habló de Estados Unidos, ni siquiera de Ucrania. Hizo mención (en código) a un grupúsculo poderoso de decisores, que se hizo fuerte durante el reaganismo y que llegó a su apogeo en 2001, tras los atentados del 11 de septiembre.
Me refiero a los Neocons, un grupo de “intelectuales” ensayistas, usualmente universitarios de la Ivy League estadounidense, que se enquistó en los resortes de poder del Estado, y que configuran un verdadero Estado Profundo. Son poseedores de múltiples think-tanks, anidan en cátedras universitarias, manejan los servicios secretos, el Pentágono, el Congreso y finalmente los puestos claves del ejecutivo estadounidense (secretaría de Defensa y secretaría de Estado). Suelen «promover la libertad y la democracia» a través de «cambios de régimen», y si ello no funciona, hacen «campañas militares» para «liberar pueblos de la tiranía» (pero ocupándolos luego con sus propias tropas para «garantizar la seguridad»). La «democracia» anhelada, usualmente, va de la mano de la desregulación y el tránsito libre de capitales, la destrucción del salario, de las clases medias y la financierización de las economías.
Ellos lanzaron la etapa imperial estadounidense a través del «Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense» (Project for a New American Century, PNAC). Anunciaron sus movimientos en el documento Rebuilding America’s Defenses, donde no ocultan su intención de lograr la Hegemonía Global.
Putin se había enfrentado a ellos, discursivamente, en la histórica Conferencia de Seguridad de Múnich del 10 de febrero de 2007, cuando habló por primera vez de multipolaridad. Allí fue tomado en sorna. Rusia aún no tenía la fortaleza suficiente para “asomar la nariz”.
Pero ya para 2022 la realidad efectiva había mutado. Rusia había reaccionado en el Cáucaso y en el Asia Menor (auxiliando a Siria y deteniendo el Rediseño de Medio Oriente Ampliado de la neocon Doctrina Rumsfeld-Cebrowski). Hacía las paces con China y forjaba una alianza de facto, que se plasmó en la Declaración Conjunta sobre la Nueva Era para el Desarrollo Sustentable Global del 4 de febrero de 2022. Lo mismo empezaba a ocurrir con Irán, y ¡hasta dejaba la puerta abierta a Turquía!
Y ocurrió el choque atroz en Ucrania, con miles de muertos, que aun prosigue, pero que, con el triunfo de Donald Trump, pareciera que se irá consumiendo hacia un proceso de paz… que no podrá ser de cualquier modo.
En ese marco ocurre este foro del Club Valdai, usualmente atiborrado de expositores de gran calidad intelectual, donde se presenta la otra mirada, la que usualmente no se expone en la colmena massmediática de sincronización Borg 2.
Pero la palabra más esperada, indudablemente, fue la del presidente ruso Vladimir Putin, que cerró la jornada de debate el 7 de noviembre.
Adepto a los simbolismos, la fecha era coincidente con la Revolución de Octubre de 1917, cuando ocurrió la toma del Palacio de Invierno 3. Putin decidió exponer su oratoria ese día, haciendo un puente entre un viejo hito histórico —que determinó la política, la economía, la estructura social y el devenir de los acontecimientos durante muchos años— con el anticipo de lo que presupone será un nuevo hito histórico, que dará a luz un nuevo orden mundial, rupturista con el de los sistemas de Westfalia o Yalta.
Si la cumbre de los BRICS en Kazán estuvo comprometida con el diseño práctico de un mundo más inclusivo, verdaderamente democrático, policultural y en búsqueda de la ecuanimidad en el sistema de representación y poder, el Club Valdai indagó sobre la deconstrucción ideológica de Occidente.
Que Putin hable de la próxima caída de un paradigma de pensamiento el mismo día en que —en 1917—, se sacudieron los cimientos de las estructuras monárquicas, imperiales, colonialistas y burguesas europeas, no puede ser en absoluto algo desincronizado.
Literalmente, apuntó:
“Surgen nuevas potencias. Las naciones son cada vez más conscientes de sus intereses, su valor, su singularidad y su identidad, y se empeñan cada vez más en perseguir los objetivos del desarrollo y justicia. Al mismo tiempo, las sociedades se enfrentan a una multitud de nuevos desafíos, desde apasionantes cambios tecnológicos hasta catastróficos desastres naturales, desde escandalosas divisiones sociales hasta oleadas migratorias masivas y agudas crisis económicas. Ha llegado el momento de la verdad. El antiguo orden mundial está pasando irreversiblemente, en realidad ya ha pasado, y se está desenvolviendo una lucha seria e irreconciliable por el desarrollo de un nuevo orden mundial. Es irreconciliable, sobre todo, porque no se trata ni siquiera de una lucha por el poder o la influencia geopolítica. Es un choque sobre los verdaderos principios que fundamentarán las relaciones entre los países y los pueblos en la próxima etapa histórica. El resultado de esta lucha determinará si seremos capaces, mediante esfuerzos conjuntos, de construir un mundo que permita a todas las naciones desarrollarse y resolver las contradicciones emergentes sobre la base del respeto mutuo de las culturas y civilizaciones, sin coerción ni uso de la fuerza. Y, por último, si la sociedad humana será capaz de conservar sus principios éticos humanísticos y si un individuo será capaz de seguir siendo humano.”
Prosiguió diciendo: “Este liberalismo occidental moderno, en mi opinión, ha degenerado en una intolerancia y agresividad extremas hacia cualquier pensamiento alternativo o soberano e independiente. Hoy, incluso busca justificar el neonazismo, el terrorismo, el racismo e incluso el genocidio masivo de civiles.”
Como se aprecia, el discurso de Putin es una crítica feroz no solamente al turbo-capitalismo deshumanizante, al pensamiento único (destructor de la verdadera diversidad, no la diversidad comprendida como imaginaría wokista) y a la apisonadora cultural, sino un rescate del tradicionalismo en las relaciones sociales, a la que considera una forma de protección del ser humano, del género y la familia, contra los seres post-humanos y post-orgánicos. Es además un rescate de los Estados-nación, como organización compleja aglutinante y protectoras de las células individuales y familiares.
Si hilamos fino: es una apuesta por un gobierno surgente de la armonía entre diferentes pueblos y civilizaciones en contraposición al proyecto (esgrimido ad-nausean en Davos, en Bilderberg, en los think-tanks norteamericanos, vale decir, por la élite globalista) de un Gobierno Mundial bajo la hegemonía del feudalismo corporativista y la uniformidad mental.
Según Putin, es este tipo de ideología extremista, basada en el convencimiento del excepcionalismo, el supremacismo racial o religioso, la intención de hegemonizar o imponer rankings “naturales”, la que los lleva a lugares tan aventurados como el haber amenazado seriamente a la mayor potencia nuclear, Rusia. Y la única verdad está en los hechos visibles 4: Rusia ha sobrevivido a las decisiones de las élites en Washington o Bruselas, porque sencillamente no pudo ser aislada. Y eso es porque ha llegado un punto de inflexión en la política mundial, una nueva corriente que va en sentido contrario a las aspiraciones hegemonistas de Occidente. Se impone una diversidad ascendente ante un hegemonismo descendente.
Por supuesto, el Club Valdai no es la verdad revelada. Es un foro de debate. Y la opinión de Putin, bien fundamentada o no, puede ser (y seguramente será) tomada de manera peyorativa, sacada de contexto, deconstruida, o sencillamente rebatida por una visión más meridiana sobre cómo “ejercer el poder”. Incluso algunos podrán opinar que su valoración es una mera expresión de deseos.
Pero lo que resulta evidente e innegable es que la guerra en Ucrania se ha manifestado como un parteaguas (yo mismo suelo catalogarla de línea de fractura)… y posteriormente, la debilidad de la égida israelí en Medio Oriente, con las reacciones iraníes del 13 de abril y 1 de octubre, también. Marcan la vuelta de Rusia a las ligas mayores, y la aparición de Irán en Asia Occidental como un jugador de notable peso; todo ello, en un marco de ascenso de países-civilizaciones como Brasil, India, Indonesia y Arabia Saudita.
Esos países, tan diversos y divergentes, que además tienen derecho a sus legítimos intereses, confluyen, por ejemplo, en BRICS. Y lo hacen porque han abandonado su idea de competitividad por el de interacción. Es un cambio filosófico en las relaciones internacionales. No debe haber “barreras artificiales”; debe subsistir la diversidad (no se debe imponer como algo universal un modelo de democracia, por ejemplo); todos deben tener máxima representatividad. Es la mejor forma de tener seguridad.
Lo que se viene, según Putin, es la fuerza civilizatoria. Al contrario de lo aseverado por el profesor Samuel Huntington, donde las civilizaciones tienden a chocar —según su obra «Choque de Civilizaciones»—, Putin sostiene que las civilizaciones en verdad no guerrean, sino que colaboran.
Es admirable la coincidencia: en la reunión de Davos del 22-26 de mayo de 2022, el milmillonario «filántropo» György Schwartz (alias George Soros) leyó un texto de una hoja pre-escrita llamando a derrotar a Rusia y Putin para (escuchen bien) «salvar nuestra civilización occidental».
El recorte de Soros confirma con creces que no estamos simplemente ante un problema regional de seguridad, ni a un conflicto puntual de intereses económicos, territoriales, religiosos o culturales. Podría ser todo eso, pero de manera subyacente aparece mucho más. Estamos frente a un verdadero cisma mundial que dará luz a un Nuevo Orden Internacional.
El Club Valdai y las palabras de Putin lo han confirmado.
Es el tiempo de la asunción de Donald Trump. En 2017, durante su primera presidencia, el mandatario entendió que la reconstrucción de su país pasaba por un nacionalismo proteccionista. Ahora parece opinar lo mismo, pero el mundo con el que se encuentra en este segundo periodo está mucho más organizado, desafiante y dispuesto a colaborar. Quizás Trump comprenda que Estados Unidos puede incorporarse a esa dinámica de asimilación, abandonando la compartimentación y el repiqueteo desgastante de la confianza.
Es indudable que para ello debe sacudirse las rémoras parasitarias Neocons 5, que anteponen sus objetivos de élite a los grandes objetivos nacionales.
Solo así podrá encaminarse hacia el desarrollo de suma no-cero… y la seguridad se hará una cuestión indivisible.
Por Christian Cirilli
NOTAS
- El Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (Intermediate Range Nuclear Forces) fue un acuerdo firmado el 8 de diciembre de 1987 entre Estados Unidos (Reagan) y la Unión Soviética (Gorbachov). Su objetivo era eliminar y prohibir el uso de misiles balísticos y de crucero con un rango de alcance entre 500 y 5.500 kilómetros. En 2019, bajo Donald Trump, Estados Unidos se retiró del Tratado INF. En 1987, el Pacto de Varsovia y las fuerzas soviéticas lindaban con Alemania Federal. Pero para 2019, la expansión territorial de la OTAN hacia el Este hacía innecesaria la vigencia del Tratado y no tenía ninguna aplicación práctica (defensiva) para Occidente. ↩︎
- La figura metafórica me pareció muy indicada y es producto de la inventiva del analista Andréi Raevsky, más conocido como The Saker. Asemeja a la corporación mediática occidental con la civilización de humanoides de Star Trek, que combinan lo sintético con lo orgánico, y cuyas mentes están conectadas por implantes corticales a una colmena, una mente colectiva, controlada por la Reina Borg, quien es capaz de suplantar las identidades individuales y los sentimientos personales de sus súbditos. Así, lo que piensa un Borg lo comparte con todos los Borg de la colmena. Si uno muere, otro lo reemplaza con el conocimiento del Borg anterior. ↩︎
- Pocos saben que el 25 de octubre de 1917 corresponde al calendario juliano (vigente en la Rusia de los Zares) y que la fecha según el calendario gregoriano es en realidad el 7 de noviembre. ↩︎
- Utilizando otros términos, Putin terminó emulando las palabras del estadista argentino Juan Domingo Perón: “La única verdad es la realidad”. ↩︎
- La reciente designación como futuro secretario de Estado del senador por Florida, Marco Rubio, no es un buen augurio. ↩︎
Análisis publicado originalmente el 12 de noviembre de 2024 en La Visión.
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