Valor en juego

El acuerdo –acercamiento, conversación, según los más escépticos– anunciado por los presidentes de la Democracia Cristiana y Renovación Nacional a principios de 2012, “es una propuesta conjunta para reformar el sistema electoral binominal y avanzar en un nuevo régimen político que reemplace al presidencial”

Valor en juego

Autor: Cesarius

El acuerdo –acercamiento, conversación, según los más escépticos– anunciado por los presidentes de la Democracia Cristiana y Renovación Nacional a principios de 2012, “es una propuesta conjunta para reformar el sistema electoral binominal y avanzar en un nuevo régimen político que reemplace al presidencial”. Eso en lo declarativo. En el fondo, el pacto equivale a torpedear la línea de flotación de la alianza gubernamental, pues, en términos doctrinarios, lesiona las relaciones entre sus dos partidos.

En efecto, el socio de RN, la Unión Demócrata Independiente, no se siente interpretada con eso de “reformar el binominal”, ni mucho menos en lo referente al “cambio de régimen político”. En el gremialismo no están por hacerle cambios a una receta que ha demostrado ser deliciosa y económica. Y en eso la UDI es consecuente y disciplinada. El partido fundado por Jaime Guzmán se mantiene fiel a las enseñanzas y al legado de su máxima figura. Guzmán aseguró a toda costa la representatividad de su sector, perfeccionando en la Constitución de 1980 un sistema que le garantizara presencia e incidencia ad eternum en el gobierno de la nación, independiente de los apoyos reales.

Cuando Guzmán se acercó a Pinochet, lo hizo empoderado de su innegable capacidad intelectual. Los militares tenían la fuerza, él tenía el poder. Guzmán fue el primero en percibir ese hándicap favorable, que a la larga marcaría notables diferencias en pro de sus ideas políticas, de su proyecto de una nueva sociedad. El líder gremialista –ya en su rol de ideólogo de la Constitución del 80– convenció a sus seguidores de entonces de tres ideas fundantes. Primero, los militares son tontos, no saben gobernar; segundo, nosotros somos los iluminados que haremos la revolución que necesita este país; y tercero, hay que cambiarle la mentalidad al “roterío”.

Tres décadas después es posible comprobar que el fallecido Senador tenía razón. Primero, ellos entraron al gobierno militar inoculándolo con su conservadurismo (católico), para luego darle un carácter mesiánico, patriotero, represivo, y sobre todo, franquearon la implantación de un sistema económico y político a su medida. Lo inteligente es que tras la dictadura no hay ningún civil preso. Todos los colaboradores de Pinochet que no usaban casco salvaron, incluso, algunos llegaron a ser parlamentarios de la nueva democracia; segundo, en Chile en efecto hubo una revolución, no social, sino económica. Su cara más visible es el debilitado Estado que hoy tenemos: empobrecido y sin mayores facultades regulatorias, cuyas principales empresas terminaron en manos privadas; en tercer lugar, el cambio de mentalidad experimentado por los chilenos –desde el “cuiquerío” hasta el “roterío”– es evidente: hoy existe una gran devoción por el consumo y el individualismo, y una enorme displicencia con la disconformidad. Un país con escasa masa crítica, y con una sorprendente habilidad para desarticularla. Este es el modelo de país que propicia la UDI. Por ellos, aquí nada debería cambiar, ni una sola coma de la Constitución de Pinochet. Esta es una convicción transversal que va desde el extremo más izquierdo del espectro político, hasta el propio partido con que la UDI cogobierna.

¿Acaso esta es la razón de RN para acercarse al PDC en busca de un acuerdo para cambiar el binominal, y establecer un nuevo sistema de gobierno de unidad nacional, que legitime la política? Es probable. Sobre todo en medio de la realidad paradójica que hoy vive Chile con un crecimiento interior –de impacto precario sobre la mayoría de los chilenos–, y en el contexto de una crisis externa que amenaza con golpearnos. La idea de un acuerdo de gobernabilidad cobra fuerza si lo que se pretende es precaver la ingobernabilidad en la que están cayendo los países de la Europa el sur.

Los cambios políticos que requiere Chile hay que hacerlos ahora. Ya no es posible que un representante de la banca (http://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2012/08/06/hernan-somerville-esto-ha-sido-practicamente-un-juzgamiento-de-calle-sin-fundamentos/) pueda mirar por encima del hombro a la gente de la calle –léase cotizantes de las AFP, gente “común y corriente” sin ninguna posibilidad de decidir sobre el destino de las inversiones realizadas con sus fondos– y pretender sacarla de la discusión como si fueran espantapájaros. No prever la inminente realidad de ingobernabilidad que podría afectarnos a causa del inmovilismo político, haciendo caso omiso de la impronta de los movimientos sociales, es una apuesta demasiado arriesgada; es una osadía irresponsable.

Los politólogos sostienen que si el PS y la Derecha son imprescindibles para la política chilena, el PDC representa el consenso. Pero, veamos. RN está casado con la UDI, y la DC lo está con el Partido Socialista (y con otros dos partidos más). Cualquier atisbo de convivencia con fines procreativos entre RN y la DC, tendría que pasar por ese espacio donde las posturas rígidas se flexibilizan, y por ciertos momentos que lo propicien.

Hoy el PDC está en condiciones de asumir su papel de amigo común de RN y el PS, en especial, si lo hace desde la perspectiva de una elección presidencial y parlamentaria ad portas. Tanto RN como el PS primero deberían hacerse cargo de neutralizar –controlar– a sus socios para poder darle curso al acuerdo de una nueva gobernabilidad. RN debería moderar la inflexibilidad de la UDI –incluso, aislarla, según el deseo de muchos–, y el PS debería controlar la dispersión de sus dos aliados menores, el PPD (más a la izquierda de la oposición), y el PRSD, partido con aspiración presidencial propia.

En la Concertación valoran a RN como un actor necesario; también reconocen su faceta liberal. En cambio, a la UDI la perciben como intransigente y partidaria del statu quo. Lo anterior le otorga un valor agregado a la calidad de amigo común que posee el PDC. Los falangistas tienen muy buenas relaciones con amplios sectores de RN y del PS.

Si Bachelet opta por quedarse en la ONU –cuestión aún no descartada en las filas opositoras–, la Concertación igual requerirá un nombre para poner en la plantilla. Es allí donde surgen los candidatos tapados. Tal vez los verdaderos candidatos –no esa lista de pre candidatos que despierta la atención de la prensa. El ex presidente Ricardo Lagos es uno de ellos. Pero él no es democratacristiano, no es el “amigo común” que deje contentos a moros y cristianos que buscan ponerse de acuerdo para hacer los cambios necesarios. Los candidatos presidenciales para 2014, o serán de RN (Allamand, tal vez), o de la DC. Un militante de ésta última podría ser el puente que una a quienes desde la Concertación y el lado más liberal de la Alianza (RN), están por modificar la rígida estructura política existente que favorece la inequidad social, que de mantenerse tal como está, podría llevar a Chile por el camino de España.

Las encuestas aseguran que una mujer opositora gobernará el país a contar de marzo de 2014. Frente a ese escenario, cabe preguntarse por qué la senadora Soledad Alvear no podría ser “la” carta de consenso (acuerdo RN-DC) para salvar el escollo que representa la UDI para RN a la hora de cambiar el binominal, y a la vez, contener las aspiraciones parlamentarias del Partido Comunista, asunto que tensiona las relaciones del PDC con sus socios concertacionistas. Por lo demás, Alvear (ex ministra y actual senadora por Santiago Oriente) está casada con uno de los genios de la baraja.

Por Patricio Araya

El Ciudadano


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