Entre otros temas, Mario Vargas Llosa nos viene a disertar acerca del liberalismo, orientación ideológica que hace suya y de la cual se ufanan con él una buena cantidad de intelectuales y políticos que en el pasado hicieron gala de su izquierdismo, admiraron los primeros pasos de la Revolución Cubana y formaron parte de esos cientos de miles o millones de jóvenes que en todo el mundo salían a las calles para protestar contra el imperialismo norteamericano y la Guerra de Vietnam. Entre ellos, algunos talentosos creadores como este eximio escritor peruano que buscó sin éxito la presidencia de su país, pero nunca ha podido zafarse de la política contingente, a pesar de su indiscutible éxito y reconocimiento como novelista.
Seguramente que su conocida rivalidad con otro grande de la literatura como Gabriel García Márquez lo animó a desahuciar las ideas del progresismo para confluir paulatinamente con aquellos referentes de derecha que hoy abrigan las posiciones y prácticas del neoliberalismo económico y social que rige en el mundo y en buena parte de nuestro continente. Esto es, transitando en un proceso de conversión ideológica en que fueron motejados, primero, de revisionistas y, después, como “renovados”. Al igual que varias figuras de socialismo y del socialcristianismo que justamente en estos años han administrado nuestras supuestas transiciones a la democracia en el Continente. Para culminar, en definitiva, encantados por el modelo económico social instaurado por la derecha, los más poderosos empresarios y los militares. Esto es por los que les dieron sustento a las horrendas dictaduras castrenses y hoy quieren ser reconocidos como demócratas.
Ya no son los jóvenes, ni los estudiantes, ni los trabajadores los que buscan inspiración en los Vargas Llosa y otros que, como él, recorren el mundo dictando conferencias, pernoctando en lujosos hoteles como huéspedes de algunas empresas o centros intelectuales financiados por éstas. Se reconoce en el mundo también a otros personajes como el español Felipe González y a un puñado de ex gobernantes que hicieron carrera al poder como izquierdistas y hoy ya nadie los reconoce como tal, aunque en esto de proclamarse liberales ganen mucho dinero en los países que visitan.
La versión criolla de estos personajes es, justamente, la del ex presidente Ricardo Lagos Escobar, quien fuera bochornosamente desestimado por los partidos de la Nueva Mayoría en su intento por repostularse a La Moneda. Y cuyo rostro en una gigantografía fuera expuesta en el frontis de la Universidad de Chile, junto a otra de Michelle Bachelet, como dos figuras non gratas para el Movimiento Estudiantil.
Ha resultado inevitable para Vargas Llosa y estos personajes terminar prácticamente en yunta con la derecha que, en Chile, como sabemos, fuera fiel y prolongadamente pinochetista. De la cual ahora reciben los más diversos elogios, como la hospitalidad del propio Sebastián Piñera y de los otros gobernantes que ahora predominan en América Latina. Tal como el mismo Lagos es constantemente reconocido y vitoreado por los medios de comunicación empresariales y políticos más reaccionarios, al grado que se filtrara que para la Confederación de la Producción y el Comercio y para la Sociedad de Fomento Fabril su frustrada candidatura resultaba mucho más atractiva que la de Alejandro Guillier o el propio Piñera en nuestra última contienda presidencial.
En este proceso de descomposición ideológica y moral nos parece particularmente bochornoso que Vargas Llosa haya hecho recién un público reconocimiento en cuanto a que en Chile tenemos una derecha “civilizada” que gana cada vez más espacios. O su reconocimiento de qué él mismo, de haber sido chileno, habría votado por Piñera, a pesar de que no comulga con éste en su posición frente al aborto y el matrimonio gay… Que reconozca en la derecha a quienes serían liberales y demócratas, por apoyar el “libertarismo antiestatal” y abogar por “la libertad económica, la política y la cultural (en el mismo orden)”.
Por cierto es que son muchos los atributos que le reconocemos a este escritor, como para pensar que está convencido realmente de lo que dice y escribe. Que no le repugne, por ejemplo, que la derecha en el gobierno haya retirado del Congreso Nacional una iniciativa de indemnización a quienes sufrieron la tortura y la cárcel durante el Régimen Militar. Que no le extrañe que en Chile siga vigente la Constitución de 1980 y la tutela institucional de las FFAA y del Tribunal Constitucional. Que no reconozca entre sus anfitriones a los sobornadores de Penta, Soquimich y otros grupos económicos, cuando asegura que “la corrupción es uno de los principales enemigos de la democracia”. Y, sin embargo, no vacile en tildar tan perentoriamente ex presidente Lula de “ser un ladrón”, como acaba de sentenciarlo en una entrevista.
O que en sus ires y venires por el mundo haya alertado de los peligros del “nacionalismo y el populismo”, sin darse cuenta de la parafernalia patriotera alimentada por nuestros últimos gobiernos ante las demandas a Chile de parte de su propio país y Bolivia. Cerrándole todo espacio a la integración y a la hermandad entre nuestras naciones.
No hay duda que el gobierno actual, los que hoy abandonan la Democracia Cristiana o los socialistas reciclados deben acoger a Vargas Llosa como uno de sus principales guías. Reconocer en él a uno de sus más genuinos mentores, aunque a él no le gusten las ideologías (como también acaba de reconocerlo) por la mala impresión que le causan las religiones o las ideas del marxismo leninismo, de las cuales ahora ciertamente abomina. En toda una postura o impostura de moda que le causa buenos dividendos y también favorece a otros escritores que, muy lejos de sus atributos literarios, reniegan también de su pasado. Como aquel otrora joven novelista revolucionario Roberto Ampuero recién ungido como Canciller de nuestra República.