Antes de emitir cualquier observación sobre el proceso electoral en Venezuela que tuvo lugar este fin de semana, es necesario aclarar dos puntos. El primero es que no creo en los propagandistas de derecha y sus supuestos deseos de democratizar Venezuela. No le creo a Vicente Fox, a Marko Cortés, ni a ninguno de los personajes que intentaron llegar a Venezuela para ofrecer su versión de los hechos. A pesar de ello, tanto Fox como Cortés son ciudadanos mexicanos que, de manera pacífica, pretendían observar el proceso electoral, y el gobierno mexicano tiene la obligación de defenderlos, al igual que a cualquier compatriota, fuera de nuestras fronteras.
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El segundo punto es que tampoco confío en la propaganda oficial venezolana que proclama que los comicios de este domingo fueron un ejemplo de democracia, transparencia y libertad de expresión. Cualquier persona, en este caso Nicolás Maduro, que busca perpetuarse en el poder, está fuera del ámbito democrático, aunque intente legitimarse a través de procesos electorales.
Dicho esto, respeto la decisión del pueblo venezolano de elegir libremente a su gobierno, defiendo la libertad de expresión y la decisión soberana de la sociedad de escoger a sus líderes.
Venezuela se encuentra en una encrucijada entre una democracia autoritaria y una dictadura imperfecta. Este término, democracia autoritaria, puede parecer contradictorio, pero intentaré aclararlo con una anécdota. Una amiga venezolana me comentó que cuando escuchaba los planteamientos de la oposición mexicana, comparando al gobierno mexicano con el venezolano, notaba que la oposición mexicana no tenía una caraja idea de lo que hablaba. En México, hay competencia real por el poder, autoridades autónomas y libertad de expresión, circunstancias ausentes en Venezuela.
El secreto de la llamada «dictadura perfecta» en México, como la denominó Mario Vargas Llosa, residía y reside en la no reelección del presidente de la República. Esta característica permitió al PRI gobernar durante 70 años. En varios momentos de nuestra historia reciente, el presidente en turno, embriagado por el poder que da la institución presidencial, pudo haber contemplado en su cabecita loca la reelección, por fortuna todos que consideraron esa idea la desecharon. Este hecho ha permitido la paz social y la consolidación de la democracia en México.
En Venezuela, hay elecciones, pero Hugo Chávez y ahora Nicolás Maduro se han reelegido, desvirtuando así la democracia. Chávez se reeligió en dos ocasiones y Maduro ha ganado por tercera vez, un fenómeno similar al de Evo Morales en Bolivia. No me refiero a la orientación o el sentido de sus gobiernos, sino al uso de la democracia para perpetuarse en el poder.
El presidente Andrés Manuel López Obrador ha decidido esperar los resultados oficiales antes de reconocer el triunfo de Nicolás Maduro, una postura prudente. La situación política en Venezuela es compleja y polarizada. Por un lado, existe una administración que clama ser la voz del pueblo y la garante de los derechos sociales, mientras que, por el otro, hay una oposición que denuncia constantemente abusos de poder, falta de transparencia y represión.
La percepción externa sobre Venezuela está cargada de prejuicios y narrativas contradictorias. Los defensores del régimen de Maduro argumentan que han resistido la injerencia extranjera y las sanciones internacionales que han afectado gravemente la economía del país. Sostienen que estas medidas han sido parte de una estrategia para desestabilizar el gobierno y propiciar un cambio de régimen favorable a intereses extranjeros, particularmente los de Estados Unidos.
Sin embargo, la oposición y muchos observadores internacionales denuncian la falta de condiciones justas y transparentes en los comicios, la represión de voces críticas y la manipulación de las instituciones para mantener el poder. La detención de líderes opositores, la censura mediática y la persecución política son realidades innegables que han oscurecido la legitimidad de las elecciones.
En este contexto, se debate la verdadera naturaleza del régimen venezolano. ¿Es una democracia en crisis o una dictadura disfrazada? La respuesta no es sencilla. El régimen ha mantenido ciertos elementos democráticos, como la celebración de elecciones, aunque estas han sido profundamente cuestionadas por su transparencia y equidad. Por otro lado, la concentración del poder, la manipulación institucional y la represión de la disidencia son características propias de un régimen autoritario.
La situación de Venezuela nos recuerda la importancia de una democracia robusta y transparente, donde la alternancia en el poder es una garantía de estabilidad y legitimidad. La historia nos ha enseñado que la perpetuación en el poder, aunque se disfrace de procesos electorales, tiende a erosionar la democracia y a sembrar la discordia social.
En México, hemos tenido la fortuna de vivir una transición democrática que, aunque imperfecta, ha permitido la alternancia en el poder y la consolidación de instituciones autónomas. La no reelección presidencial ha sido un pilar fundamental en nuestra democracia, y cualquier intento de subvertir este principio sería un grave retroceso.
La situación en Venezuela debe ser observada con una mirada crítica y objetiva. Es esencial reconocer los desafíos y complejidades que enfrenta el país, sin caer en la trampa de narrativas simplistas y polarizadas. Debemos abogar por un futuro donde el pueblo venezolano pueda ejercer su derecho a la autodeterminación en un marco de verdadera democracia, libertad y justicia. Eso pienso yo, ¿usted qué opina? La política es de bronce.
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