Venezuela: El Estado o la Revolución

Desde hace años que el proceso bolivariano tiene poco de socialista: un sector de la burguesía venezolana, que hoy mezcla a viejas y nuevas élites (la llamada boliburguesía) hace tiempo que hace alianza con el Gobierno, que es el garante de sus negocios; hoy el modelo combina una dolarización de facto y liberalización económica.

Venezuela: El Estado o la Revolución

Autor: Wari

Por Leonardo Tapia

Entre 1918 y 1922 se desarrolla la cruenta Guerra Civil Rusa, la más mortífera de la historia, que enfrentó al naciente poder soviético con su Ejército Rojo, y al Movimiento Blanco y su ejército contrarrevolucionario, una alianza entre liberales, conservadores y monárquicos que a poco andar recibió el apoyo militar de las potencias triunfadoras de la Primera Guerra Mundial (EE.UU, Japón, Francia y el Imperio Británico) que organizan una expedición militar multinacional e imperialista. La rebelión de la llamada Legión Checoslovaca podría ser el puntapié inicial de la guerra, y el final la toma de Vladivostok por el ejército rojo en octubre de 1922.

Ese conflicto existencial para la Revolución es el contexto y fundamento para la implementación del “Comunismo de Guerra”, decretado por el Consejo Supremo de Economía (VSNJ); una línea política y económica cuyo eje es una fuerte centralización. Entre otras medidas incluyó la nacionalización de las industrias y la banca (fin a la empresa privada), la socialización de la tierra y la centralización de la distribución de los alimentos y los excedentes agrícolas, la prohibición de las huelgas, el control militar de los ferrocarriles, la creación y fortalecimiento de la “Comisión Extraordinaria Pan Rusa para la lucha con la contrarrevolución, la especulación y el abuso de poder” (la “Cheka”). La extensión y poder de este último organismo se acrecentó luego del intento de asesinato a Lenin en agosto de 1918, siendo en septiembre de dicho año publicado el decreto que abrió paso a lo que se conoció como el “Terror Rojo”, para reprimir a los blancos y contrarrevolucionarios en general. Un período complejo que tuvo como uno de sus hitos la represión a la Rebelión de Kronstadt en marzo de 1921.

El Comunismo de Guerra se aplicó hasta 1922, cuando el poder soviético derrotó militarmente a los Blancos y a la intervención de las potencias imperialistas. A fines de ese año se fundó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, mientras que durante ese mismo período se realizaron los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista. Al “Comunismo de Guerra” sucede la llamada “Nueva Política Económica”, la NEP, que modifica aspectos de la política anterior siendo una transición hacia el Primer Plan Quinquenal en 1928.

Décadas después, en Cuba, la naciente Revolución enfrentó en julio de 1960 las primeras sanciones económicas luego de promulgada la Ley de Reforma Agraria de 1959, que consistieron en que Washington (gobierno de Eisenhower) decidió suspender la cuota de azúcar en el mercado norteamericano privando a Cuba del 80% de los ingresos procedentes de este sector.

La respuesta cubana llegó el 6 de agosto de ese año, cuando Fidel Castro leyó públicamente la ley mediante la cual se nacionalizaron 26 empresas estadounidenses, incluidas las petroleras Esso Standard Oil, Texas Company West Indian, Sinclair Cuba Oil Company, así como la infame United Fruit Company, junto con las compañías de electricidad y teléfonos, así como numerosas empresas azucareras. El 19 de octubre de 1960 Washington anunció la aplicación de nuevas sanciones y la supresión de todas las exportaciones con destino a Cuba, con la excepción de los alimentos y los medicamentos. Luego de eso, Cuba nacionalizó todas las compañías extranjeras y estatizó las grandes empresas de capital nacional.

La escalada de sanciones económicas pasa durante el gobierno de Kennedy a la intervención militar directa en abril de 1961, que incluye bombardeos aéreos y un intento de invasión a la isla por tropas contrarrevolucionarias formadas y equipadas por la CIA en Guatemala y Miami, cuyo plan consistía en controlar una porción de territorio a partir de la Bahía de Cochinos y formar un “gobierno provisional” al que EE.UU. apoyaría. Esta aventura es derrotada inapelablemente el 19 de abril cuando las tropas cubanas toman Playa Girón, el último bastión de la fuerza invasora.

Mientras se enfrentaba la intervención militar, también hubo una respuesta política: el 16 de abril de 1961 Fidel Castro proclamó el carácter socialista de la Revolución en un discurso ante miles de milicianos armados. Como complemento importante de aquello, el 2 de diciembre Fidel declara también la adhesión al Marxismo–Leninismo. Es bueno recordar que en ese momento la conducción política estaba concentrada en las ORI, las Organizaciones Revolucionarias Integradas, las que, en 1962, luego de un proceso de depuración de tendencias sectarias, pasan a formar el Partido Unido de la Revolución Socialista y finalmente el Partico Comunista de Cuba.

En apretado resumen vimos dos ejemplos en momentos y contextos distintos pero con una respuesta similar del proceso revolucionario ante las agresiones contrarrevolucionarias, y en particular, las imperialistas: la radicalización en términos políticos y económicos, además de la respuesta militar. No es que sea una “ley” válida en todo tiempo y lugar, o un esquema rígido, pero definitivamente es un contraste con lo que se ha hecho en Venezuela estos últimos años del proceso Bolivariano, en situaciones de agresiones, sanciones y sabotajes.

La llamada revolución Bolivariana, durante el gobierno de Hugo Chávez enfrentó su primer gran desafío con el intento de golpe de Estado de abril de 2002, punto cúlmine de una confrontación con la oposición derechista y el gran empresariado organizado en Fedecamaras. El 31 de diciembre de 2007 Chávez firma un decreto que otorga Amnistía a los condenados y procesados por los sucesos de abril.

Será en marzo de 2015 que EE.UU. impuso las primeras sanciones económicas contra Venezuela, dando inicio a un largo ciclo de sanciones que buscaban ahogar económicamente al Estado venezolano, paralelas a múltiples acciones de desorden público violento (las llamadas “guarimbas”) sabotaje, incursiones armadas e intentos de magnicidio.

En ese contexto la respuesta de la conducción política que conduce un proceso que denomina “Socialista”, sobre todo durante la etapa de Nicolás Maduro, ha sido más bien contraria a una radicalización, al menos en lo económico y social.

Un ejemplo de aquello lo tenemos en agosto de 2018 con la aplicación del llamado “Programa de Recuperación, Crecimiento y Prosperidad Económica” que incluyó una mega devaluación del tipo de cambio oficial, la eliminación del control de precios, exoneración de aranceles para los empresarios importadores y del impuesto sobre la renta para el capital transnacional socio en las empresas mixtas, y una reforma laboral regresiva con el memorando 2792. Ese mismo mes se anuncian los proyectos con compañías transnacionales para iniciar la explotación minera en el Arco Minero del Orinoco (A.M.O.).

A fines de ese año la “Asamblea Nacional Constituyente” aprobó la Ley Constitucional de Inversión Extranjera Productiva, con el objetivo declarado de “consolidar un marco que promueva, favorezca y otorgue seguridad jurídica a la inversión (extranjera)” (art. 1), estableciendo lo que se llamó “condiciones favorables” (art. 23) en términos arancelarios, tributarios y un largo etcétera. Ley que profundiza y amplía una ley (por decreto) similar de 2014.

En 2019 ocurre la autoproclamación de Juan Guaidó como “Presidente Encargado” abriendo una etapa de conflictos y nuevas sanciones, por ejemplo, a PDVSA o el secuestro británico de 30 toneladas de oro.
Las medidas del gobierno agudizan las contradicciones con las tendencias más izquierdistas del chavismo y otras organizaciones como el Partido Comunista, Patria Para Todos o Tupamaros, que prontamente son intervenidas o aisladas, lo que se agudiza a partir de las críticas a la llamada «ley antibloqueo», aprobada también la Asamblea Constituyente el año 2020, y que plantea una profundización de la política gubernamental de privatizaciones. En 2021 se inició el acercamiento con Fedecamaras y Conindustria, en que se negocia el apoyo de estos gremios contra las sanciones y hacerlos parte beneficiada del proceso de privatización.

A las agresiones, sabotajes, y sanciones imperialistas no parece darse una respuesta similar a los ejemplos de Rusia o Cuba; desde hace años que el proceso bolivariano tiene poco de socialista: un sector de la burguesía venezolana, que hoy mezcla a viejas y nuevas élites (la llamada boliburguesía) hace tiempo que hace alianza con el Gobierno, que es el garante de sus negocios; hoy el modelo combina una dolarización de facto y liberalización económica. Claro, la retórica y el apoyo a políticas antiimperialistas a escala global (como Rusia lo hace), convierten a Venezuela en un rival de EE.UU. pero sin afectar demasiado los negocios.

En lo que sí hubo radicalización es en la centralización del poder político, en el partido oficial y el aparato del Estado, el proceso de burocratización, sectarismo y corrupción. Las sanciones y agresiones quizás han servido para enrocar o hasta justificar y tolerar tendencias negativas. Con todo, amplios sectores populares apoyan el proceso, en donde el socialismo es una palabra de contenido agitativo ante parte del pueblo que han despertado una conciencia de clase, pero también, hay que reconocerlo, por la dependencia a la asistencia social. La revolución se ha convertido en un fenómeno estético, retórico, o a lo más “hacia afuera”.

Uno de los fenómenos más irritantes es el de toda esa banda de oportunistas, parásitos, ganapanes, lamebotas y “no pido que me den sino que me pongan donde haya”, que han infectado durante años el proceso bolivariano.

Es obligatorio también asumir la enorme distancia política e ideológica que existe entre, por ejemplo, el PSUV y el Partido Comunista de Cuba. El carácter y contenido del proceso bolivariano es diferente al cubano y más aún al bolchevique, pero todos enfrentaron a un enemigo que en general e históricamente es el mismo, por lo que habría que saber tomar las lecciones de cada historia. No es nuestro ánimo hacer una “troskeada” o ser inspector de revoluciones, pero la propia experiencia de la izquierda chilena ofrece muchas lecciones sobre lo que NO hay que hacer, y es de esperar que todos aprendamos y recordemos.

Alguna vez Chávez habló del “Golpe de Timón”, una suerte de revolución en la revolución, pero como tantas otras ideas quedó a medio camino; como dijo Fidel el enemigo no gana nada cuando los mismos revolucionarios asumen y reconocen los errores y tendencias negativas, de lo contrario se entra en una decadencia análoga a la que terminó hundiendo a la URSS.

Por Leonardo Tapia

Amauta Librero

Columna publicada originalmente el 13 de agosto de 2024 en la revista Rosa.


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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