Enfrentamos una brutal campaña imperialista orientada a propiciar un golpe de Estado en Venezuela. Los hechos se han desarrollado vertiginosamente en lo corrido de esta semana y han logrado alinear a todo el arco político que va de la Derecha al progresismo a escala mundial. Unánimemente, desde el Reino Unido, Francia, España, Alemania, en Europa y en Latinoamérica, Brasil, México, Colombia, Argentina y por supuesto Chile, se han alineado con mayor o menores énfasis a la política de EEUU de desconocer el resultado electoral del pasado 28 de julio y reclamar un escrutinio “imparcial” del proceso electoral que determinó la victoria de Nicolás Maduro sobre el candidato de la CIA, Edmundo González.
La izquierda, por su parte, se ha limitado a reclamar la corrección del proceso electoral, con una impotente política pacifista, que se muestra obsecuente para con Maduro y el régimen venezolano. Si queremos defender la revolución venezolana es imprescindible ponerse incondicionalmente del lado de los trabajadores y el pueblo venezolano, quienes han debido soportar la miseria y la explotación capitalista que cae sobre sus espaldas. Ocho millones han debido salir de Venezuela huyendo de la miseria y cerca de un 60% de la población vive en condiciones de indigencia, mientras los índices económicos presentan a Venezuela como el país de la región que más crece.
Esta paradoja se explica porque quienes están siendo beneficiados por la política antiinflacionaria y de liberalización, son el gran capital financiero que en los últimos años ha ido ganando posiciones como lo revelan el Pacto de Barbados con EEUU y la declaración complaciente de la cámara empresarial Fedecámaras. Esta política ha empujado a los sectores más pobres de la población a los brazos de la derecha fascitizante y responsable de la descomunal crisis política que vive Venezuela.
La principal lección que nos deja la tragedia venezolana es el carácter de la democracia burguesa en Venezuela, en Chile y en todo el mundo. Tal régimen se encuentra totalmente agotado, del momento que los trabajadores y el pueblo lo identifican con miseria, explotación y represión crecientes. Y esto es así por cuanto aún la mayor de las democracias, como la norteamericana, no es más que una máscara para ocultar la inclemente dictadura de la minoría capitalista en contra de la inmensa mayoría explotada. La institucionalidad capitalista, bajo su aparente vigencia de derechos individuales, separación de poderes y elecciones periódicas, es en sí un fraude con entera independencia de cómo se cuenten los votos. La única salida a esta crisis es revolucionaria, se definirá en las calles, en la lucha de clases y comenzará a resolverse cuando los trabajadores estén en el poder.
Por Gustavo Burgos Velásquez
Columna publicada originalmente el 4 de agosto de 2024 en El Porteño.
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