Venezuela. Una respuesta

Venezuela sigue siendo un referente de lucha frente a todo un sistema atlantista de opresión global y destructor de las formas-de-vida que se opongan a los rendimientos de hiperproductividad, los dictados del FMI y los principios de la cultura neoliberal, hoy en día, además, de marcado carácter neofascista.

Venezuela. Una respuesta

Autor: Wari

Por Aldo Bombardiere Castro

Coyuntura

Como se sabe, las elecciones presidenciales llevadas a cabo en Venezuela el 28 de julio, han tenido resonancia a escala mundial. El evento ha sido cubierto por un abanico mediático que va desde las grandes agencias de prensa internacionales hasta las redes sociales, incluyendo Fake News puestas en circulación por Elon Musk. Sin duda, hemos recibido una sobreabundancia de noticias, de datos y análisis -lo cual bordea la intoxicación informativa- con un denominador común: la denuncia, por parte de la ultraderecha venezolana, del supuesto fraude orquestado por Maduro para imponerse en la contienda electoral.

Por su parte, e independientemente de que la ultraderecha venezolana -desde el año 2002- no ha dejado de mostrar su posición golpista, así como de poner en cuestionamiento las más de 30 elecciones de diversa índole ganadas por el chavismo (y curiosamente no las solo dos ganadas por su sector), el Consejo Nacional Electoral de Venezuela (CNE) ha cometido irregularidades que fomentan, muy justificadamente, las sospechas acerca de este proceso en particular. Resulta evidente que un requisito mínimo para cualquier sistema político consiste en la transparencia de los mecanismos electorales, pues, en las democracias representativas, estos son responsables de canalizar y dar fe de modo directo de la soberanía popular conferida a los representantes. Por desgracia, el CNE no ha presentado el desglose de los resultados electorales, pero, así y todo, ha emitido un segundo boletín nacional con un recuento correspondiente a alrededor del 98% del escrutinio, cuya participación rondó el 60%. En tal boletín Maduro se impone con un 52 % contra un 43% de Edmundo González, candidato de la ultraderecha apoyado por su principal figura, María Corina Machado, y cerca de un 5% restante para los otros nueve candidatos que participaron.

Ahora bien, si mantenemos la cautela e intentamos dejar de lado la suspicacia, para realizar una fría comparación entre los números oficiales y la situación venezolana de estos últimos años, podríamos afirmar que las cifras presentadas por el CNE son plausibles y razonables de creer, al menos, por tres motivos: 1) Maduro alcanzó la base de apoyo sólido que históricamente ha ostentado el chavismo, con alrededor de seis millones de votos; 2) de los siete millones de venezolanos que residen fuera del país, la gran mayoría de ellos opositores, no sufragaron más de 80 mil, principalmente debido a la negligencia y falta de voluntad (cuando no, directamente interesada mala fe) del Gobierno, lo cual, por cierto es muy grave; finalmente, y no menos importante, 3) el sistema de voto digitalizado y huella dactilar que rige en Venezuela (y entre cuyas virtudes se encuentra el respaldo de votos físicos en cada urna, así como las numerosas auditoría antes, durante y después del proceso, además, en este caso, del acompañamiento de cientos de observadores internacionales) constituye uno de los más fiables del mundo a ojos de técnicos y especialistas de todos los sectores políticos. En este último punto, no hay que olvidar que, como ha señalado Juan Carlos Monedero, aquel sistema se generó, precisamente, para evitar la histórica falsificación de actas con que los dos partidos tradicionales se repartieron el poder durante el siglo XX, fenómeno que, en términos coloquiales, se conoce bajo la expresión, cacofónica e hilarante, “acta mata voto” (Monedero, 2024).

No obstante -como hemos señalado- la falta de resultados pormenorizados ha impuesto un justificado manto de dudas sobre el proceso. Esta falta de transparencia enturbia el proceso. Si bien, en este caso, la actitud antidemocrática de la ultraderecha se evidenció desde un comienzo, cuando, retirándose de los Acuerdos de Barbados, señaló que desconocería cualquier resultado electoral que no diera como ganador a su candidato González, dejando entrever el preludio de una nueva matriz golpista, el gobierno ha cometido, un error grave, que excede, incluso la turbiedad. En efecto, a la hora de brindar las explicaciones de las irregularidades y tardanza de la publicación de los datos, el CNE, deja todo en un nuevo estadio de opacidad. ¿Por qué? Porque esgrimiendo haber sido víctima de un ataque cibernético a gran escala (cuestión totalmente verosímil proviniendo de una derecha neofascista y profundamente aliada con el capitalismo cibernético propio del imperialismo estadounidense), que afectó al sistema de transmisión de votos, no ha entregado los respectivos detalles a la opinión pública que den cuenta del origen, del modo, de las medidas tomadas y de los responsables de aquel acto. Esta omisión, por supuesto, resulta no sólo incomprensible, sino un hecho que impone una legítima suspicacia sobre el proceso y, más aún, brinda la ocasión para que la ultraderecha nacional e internacional haga utilización táctica de este punto con el fin de consumar su estrategia golpista.

Ahora bien, hasta el momento, el asunto del hackeo masivo se ha canalizado por medio de los Tribunales de Justicia, a los cuales han acudido tanto Maduro como todos los candidatos restantes, con excepción de González, para favorecer el esclarecimiento de los hechos. Por otro lado, la ausencia del candidato de la ultraderecha puede ser leída como señal tendiente a la confirmación de su falta de voluntad para aclarar la situación y beneficiarse de la coyuntura para hacerse con el poder; sobre todo, si a ello sumamos que, de manera unilateral e inconstitucional, ha difundido actas selectivas, espurias, y otras claramente manipuladas, a través de un sitio web no oficial, y comprado desde antes de la elección. Dichas actas, a todo esto, incompletas además de espurias, cifrarían en cerca del 70% la adhesión a su candidato contra un 30% de Maduro, números que, al contrario de los presentados por el CNE, nada tienen de plausible ni razonables al momento de contrastarlos con la situación del país.

En paralelo al escenario institucional, la calle también sufrió estragos. Como ha señalado Marco Teruggi (2024), grupos guarimberos, financiados por la ultraderecha y en algunos casos traídos desde Colombia, tuvieron espontáneo apoyo de la población comprensiblemente cansada de un chavismo en general decadencia pese al último año de respiro. Esto significa que algunos miembros de capas populares, justificadamente convencida del fraude y cuyas existencias cotidianas se manifiestan hartadas de la miseria y del creciente autoritarismo bolivariano, se sumaron a los grupos guarimberos para atentar contra edificios públicos, escuelas, hospitales y fuerzas policiales. El movimiento, que se concentró principalmente el lunes y martes inmediatamente posteriores al domingo de elecciones (jornada muy tranquila, por lo demás) se zanjó con cerca de una treintena de muertos, la mayoría de ellos integrantes de las fuerzas policiales del Estado. En este sentido, el libreto de la ultraderecha era claro: la guarimba debía diseminar la legítima rabia de algunos sectores populares con el objetivo de generar un caos general tal que permitiera mostrar, dentro de Venezuela y a todo el mundo, la exacerbación criminal de la “dictadura de Maduro” ahora revestida por innumerables masacres. Por fortuna, eso no sucedió. En cambio, las marchas del chavismo han sido multitudinarias y hoy la denuncia acerca del fraude parece sobrevivir más bien fuera del país, principalmente alentada por las grandes agencias internacionales -siempre tan serviles a los intereses imperialistas del gran capital- que en la nación caribeña.

Con todo, y tras esta rápida síntesis, la situación a la que hemos asistido no deja de reclamar un momento de reflexión problemática y de elaboración crítica que, dadas sus complejidades e implicancias, exceden con creces el rol, presuntamente experto y crucial, de los -así llamados- “venezolanólogos” (o como se diga). En efecto, lo que ocurre en Venezuela, no sólo ahora, sino desde hace años, nos interpela y nos interpone en una encrucijada acerca de nuestra más íntima, y a la vez común, sensibilidad, de nuestro más diverso y comprometido ethos existencial asociado a esas formas-de-vida que, en resistencia frente a la homogeneización epistémica, devastación natural y explotación globalista, parece aún proclamar el ideario de izquierdas, incluyendo (¿o no?) los colores de Venezuela.

Crucial/Encrucijada

La situación que hoy atraviesa Venezuela detenta una crucial relevancia. Aquí la palabra crucial no es casual, pues muestra el estado de la cuestión, es decir, la repercusión mediática que continúan provocando aquellos estertores del chavismo, el cual llega a adoptar atributos de política interna en muchos países. Tal carácter crucial, a primera vista, parece concernir a una región de nuevos especialistas, los ya mencionados “venezolanólogos”. Lo que aquí nos atañe, sin embargo -y para ser más precisos y sutiles-, no remite a un mero asunto crucial, sino a una suerte de encrucijada. ¿A qué me refiero?

La encrucijada ha de ser comprendida como tensión y conflicto entre, al menos, dos caminos; caminos que, a veces, corresponden a una naturaleza distinta y hasta opuesta entre sí. Se trata, otras veces, de una relación entre elementos heterogéneos. Para decirlo de una vez, nos referimos a dos elementos que resulta indispensable considerar: por un lado, el rol que cumple Venezuela dentro del tablero geopolítico actual; por otro, la problematicidad que conlleva, al día de hoy, el hecho de solidarizar con la Revolución Bolivariana, pero no tanto para gobiernos e izquierdas partidistas de la región -casi siempre tan dados al pragmatismo acomodaticio- sino, precisamente, para quienes habitamos este mundo, e intentamos transformarlo, desde el seno de un ethos común, pensante y sensible, el cual se encuentra fuertemente enraizado a las izquierdas. Muy rápidamente, entendamos el término “izquierdas” de un modo intuitivo y en un sentido amplio, cuyo elemento central marca una opción preferencial por lxs cualquiera, grupos históricamente marginados y empobrecidos, pero, a la vez, en resistente y digna lucha por un tipo de justicia que, en todo momento, presupone y hace carne formas-de-vida sostenidas desde la igualdad.

En ese sentido, lo mediáticamente crucial, a nosotros, asociados rápida e intuitivamente al ethos de izquierda, se nos presenta en calidad de encrucijada. ¿Por qué? Precisamente porque, tras las elecciones presidenciales de fines de julio y la acusación de fraude electoral denunciada por la ultraderecha regional, nos encontramos ante una situación que, sencillamente, nos interpela a nivel existencial, esto es, a nivel de disposición, actitud y forma-de-vida. Si lo meramente crucial consiste en la neutral contemplación de un momento dirimente que marque el desenlace de un nudo o entramado conflictivo, ello no deja de ser eso: un acto de contemplación. Y toda contemplación puede reducirse a la siguiente estructura de pasividad propia de lo espectacularizante: un acto de detención y captura de la atención “realizado por alguien – para ver algo” decisivo. Al contrario de lo crucial, la encrucijada nos involucra desde un comienzo: estar en una encrucijada es sinónimo de yacer tensionado, disyunto, dolorosamente clavado a esa suerte de máquina de tortura conformada por las dos rectas perpendiculares que constituyen la figura de la cruz. Y, por lo mismo, por tratarse de una estancia tortuosa, no podemos soportar durante mucho tiempo aquel dolor, aquel estado hasta cierto punto habitable e inhabitable: la encrucijada demanda una resolución medianamente llevadera, una suerte de principio de equilibrio u horizonte de referencia que permita seguir cargando la cruz con miras hacia un punto de fuga. La experiencia de yacer en una encrucijada, lejos de quedar reducida a la simple lógica de los medios y los fines, siempre precisa de una salida, de un movimiento de huida capaz de portar la promesa de un devenir vital más aliviante. Pero, para lograr llegar a ese nuevo estado, para respirar y suspirar, antes que todo, hemos de reconocernos condenados a decidirnos. Por ello, la encrucijada nos interpela, nos lleva a discutir con camaradas, a mordernos los labios o a besar otros nuevos, a avergonzarnos o a reafirmar lo dicho, a ocultar fotos o a retomar escritos olvidados y dejados a medio camino; también la encrucijada nos impone el pensamiento, pero un pensamiento en marcha, un pensamiento desde la incomodidad, del insomnio y el acoso de la reiteración, y, con ello, a suspender indefinidamente el compromiso, con miras, tal vez, a renovarlo, o simplemente con miras a solicitar perdón, pero sabiendo (aunque nos resulte imposible) que no debemos culparnos por eso. En suma, la encrucijada reclama su propia atenuación, su respiro y alivio, pero, al mismo tiempo, nos obliga a transitar el calvario de volver sobre un sendero quebradizo y lacerante, quizás sin destino o cuyos confines se hunde en el precipicio que amenaza a toda decisión de carácter existencial.

La encrucijada que nos presenta Venezuela sólo ha de ser provechosa en la medida que estemos dispuestos, que demos la cara para intentar habitar, transitoriamente, en lo inhóspito de su crisis, acogiéndola y aceptándonos éticamente, sin engaños ni autoengaños. Dicha ética del habitar vinculado a las izquierdas, por cierto, nada tiene que ver con una posición subjetiva: no se trata de moralismo ni de cálculo, o, dicho con Weber, de ética de la convicción o de ética de responsabilidad, las cuales se mueven en una comprensión de la política como acción racional. Nada de eso. A lo que nos lanza la encrucijada, más allá de la toma de posición, es a abrazar el lugar de caída, el lugar donde caeremos, y, paradójicamente, en el cual ya nos encontramos. Sólo así, desde el afecto que prolifera en la ética del habitar, podremos elevar la caminata y, por cierto, escuchar, acoger los dolores.

Geopolítica

Para comprender el caso venezolano es necesario adoptar una mirada geopolítica. En efecto, el proceso que, desde 1998, ha tomado el nombre de Revolución Bolivariana, entendido en el marco del movimiento del socialismo del siglo XXI, ha significado, sobre todo en sus primeros años bajo la égida de Chávez, un modelo de desarrollo productivo y redistribución económica basado en la prominencia del Estado, el cual, junto con haber integrado a la participación política a los sectores histórica y endémicamente marginados, también ha sido capaz de establecer alianzas internacionales alternativas al modelo neoliberal (aunque no al capitalismo), a contrapelo de la hegemonía globalista que, durante las últimas décadas y hasta hace muy poco, predominó crecientemente a nivel mundial.

Pero nada de esto tendría verdadera importancia geopolítica si no fuera por un factor central: Venezuela cuenta con las reservas de petróleo comprobadas más grandes del mundo, así como con grandes fuentes de “minerales raros” y, además, ostenta una posición geográfica privilegiada, en la medida que a ella pertenece buena parte de la frontera norte del Amazonas. En un contexto de crisis energética como el actual, y donde la hegemonía mundial de EEUU contempla su inevitable declive, los recursos venezolanos no representan ninguna nimiedad. Por ello, el país del Tío Sam y varias naciones europeas que le secundan, han puesto marcha una intensa y sostenida presión diplomática (especialmente por medio de la OEA y de gobiernos europeos, como el de España, saltando a la vista en el caso Guaidó), un oneroso apoyo financiero e ideológico a la oposición de ultraderecha (principalmente radicada en Miami) y, por cierto, un embargo ilegal (de Citgo en EEUU; y de grandes cantidades de oro en Londres) unido a un bloqueo económico, comercial y de insumos médicos y tecnológicos (que cuenta con más de 935 sanciones a la fecha). Todo ello, desde 2015, agravó considerablemente la prexistente recesión e inflación venezolana, producida un año antes por una pésima estrategia económica y una dependencia casi absoluta del precio del crudo, que mostró la incompetencia del chavismo para reestructurar la matriz económica (Vázquez Heredia, 2021). De esta manera, tal recesión derivó en una crisis e hiperinflación económica, lo cual, por el mal manejo de la situación, el descontento y la miseria generalizada, se transformó en un problema de carácter humanitario, dando como resultado que más de siete millones de venezolanos buscaran mejores condiciones de vida fuera de su país.

Entretanto, para intentar atenuar los impactos de la crisis, Venezuela forjó alianzas comerciales y tecnológicas con naciones que se avizoran como una auspiciosa alternativa a la hegemonía mundial estadounidense, entre ellas, destacan principalmente Rusia, China e Irán, así como Cuba y, en menor medida, Bolivia, dentro de Latinoamérica. A su vez, el país caribeño se encuentra cada vez más cerca de integrarse en el grupo BRICS+ (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, más otros países de envergadura regional, entre ellos Irán, Egipto, Arabia Saudita), conglomerado de países intercontinentales constituido por mercados emergentes y las demografías más grandes del planeta. Como se sabe, BRICS+ apunta a operar en calidad de contrapeso frente a la economía financiera estadounidense, la cual, desde 1973 tras la crisis del petróleo y la actuación de la OPEP, ha extendido la dolarización a nivel planetario, omitiendo cualquier tipo de regulación internacional gracias a la liberación de la divisa estadounidense de su respaldo en oro.

Visto a la luz de la geopolítica, por tanto, Venezuela sigue siendo un bastión de resistencia contra los afanes imperialistas del gran capital financiero y neoliberal liderado por EEUU y su nunca caduca “Doctrina Monroe”, nación desde siempre dedicada a saquear los recursos naturales de los “pueblos tercermundistas”, a burlarse de la soberanía de los países afectados otorgando migajas a sus oligarquías colaboracionista y, por cierto, dispuestos a desplegar una invasión militar (tal cual ha querido la oposición venezolana, en este caso) cuando se dé la justa ocasión. En ese sentido, Venezuela sigue siendo un referente de lucha frente a todo un sistema atlantista de opresión global y destructor de las formas-de-vida que se opongan a los rendimientos de hiperproductividad, los dictados del FMI y los principios de la cultura neoliberal, hoy en día, además, de marcado carácter neofascista.

Control

Pues bien, pese a toda esa presión internacional, la Revolución Bolivariana, o lo que queda de ella, no ha caído, resiste. Incluso, durante los últimos meses obtuvo un considerable repunte. Si bien algunos de sus aliados le brindaron una oxigenación limitada de cara a restituir parte de la producción petrolera, aunque aún muy distante de las cifras de antaño, fueron las políticas económicas de liberalización, la rebaja de impuestos, la generación de condiciones beneficiosas para nuevos inversionistas en dólares y la implementación de ventajas comparativas para buena parte de la burguesía nacional, en detrimento de las leyes laborales y de la seguridad social, las que han permitido un lento pero impensado repunte económico capaz de ir dejando atrás, poco a poco, la catastrófica hiperinflación. Esto, por cierto, confronta al chavismo gubernamental con un fenómeno incómodo: Maduro ha podido salir a flote gracias a la adopción de medidas contrarias al proyecto bolivariano (Tapia, 2024), inicialmente estatista, enfocado en un alto gasto público y en la participación de las grandes mayorías sociales en las dádivas rentistas del petróleo. Por el contrario, hoy en día, las principales compensaciones económicas que recibe el pueblo venezolano atañen a la política de bonos directos, con toda la inestabilidad e inseguridad social que ella, de por sí, implica.

De la mano con estos planes macroeconómicos que en los últimos años han aliviado parte de la crítica situación por la cual atravesaba Venezuela, vale destacar dos factores fundamentales que han logrado, aún y dentro de todo, mantener la alta adhesión popular a favor de Maduro. Por un lado, se trata de la lealtad y compromiso político del pueblo venezolano con (lo que queda de) la Revolución Bolivariana, pueblo que se ha movilizado masivamente no sólo cada vez que el Gobierno lo ha convocado, sino también por iniciativa propia y en espontáneo apoyo a un proceso que, pese a encontrarse en un momento descendente hoy en día, fue capaz de integrarlos a una realidad históricamente desconocida para ellos, esto es, a bajar del cerro a la ciudad (dicho metafóricamente) para integrar un proyecto político, cuestión de la cual le privaron todos los gobiernos anteriores. Por otro lado, se encuentra el fenómeno (lamentablemente tan poco frecuente en la historia latinoamericana) consistente en el respeto constitucional que ha mostrado el Ejército Bolivariano. Ello, obviamente, no ha sido gratis, sino fruto de una serie de concesiones, dádivas y nuevos posicionamientos institucionales en sectores estratégicos del Estado. Este último factor, ha impedido que las FFAA cedan a los cánticos golpistas provenientes tanto de la ultraderecha nacional como de los halcones de Washington.

Sin embargo, justamente aquí reside el segundo componente de nuestra encrucijada: la Revolución Bolivariana ha generado un sistema de control político, de autoritarismo policial y de erosión de los lazos sociales, que se expresa desde la violencia del lenguaje utilizado por Maduro hasta en la estigmatización, persecución y encarcelamiento sufrido por activistas sociales y políticos de todos los sectores, incluso provenientes de la izquierda, que, alejándose del chavismo, se han atrevido a criticar a Maduro (como, por ejemplo, miembros del Partido Comunista de Venezuela, entre otros).

Si Maduro, por ende, no se muestra dispuesto a entablar diálogo con los sectores que, habiendo sido parte del chavismo hasta hace poco, se han desmarcado de él, entonces poco se puede esperar en vista a darle un giro a la tendencia autoritaria (y en cierta parte también fascistoide) que se ha internalizado bajo la epidermis afectiva y microfísica de la cotidianeidad venezolana.

Este, en efecto, corresponde al segundo ingrediente de nuestra encrucijada: la fuerza con que Venezuela, desde hace años y aún más ahora, interpela a la sensibilidad y al ethos de las izquierdas antifascistas -y generalmente extrapartidistas-, las cuales, pese a no caer en la ingenua aspiración a esperar el advenimiento de una paradísíaca utopía desprovista de conflictividad, someten a crítica a Maduro y, al mismo tiempo, continúa resistiendo a la devastación y degradación propia de los procesos de acumulación capitalista. Tal interpelación cobra aún más relevancia debido a que contraviene el espíritu de justicia an-árchica emparentada con las izquierdas, cuya virtud lejos de simplemente proponer la práctica de la igualdad entre lxs cualquiera, como si se tratase de un bien a conquistar, la presupone, en cuanto ya desplegada en los intersticios afectivos que se van tejiendo en el mismo acto de habitar un pensamiento común, imaginal y solidario.

¿Por qué digo esto? Porque pocas cosas generan más cuestionamientos que verse obligado (o creer verse obligado a decir “nos hemos visto obligados”) a recurrir al militarismo, a la represión sistemática y al dispositivo del espionaje y control policial a todxs de quienes nos sabemos enraizados a la polifonía de aquel árbol de imaginación popular que es la izquierda. Maduro ha tenido que recurrir a eso, ahora y muchas veces, lo cual nos duele. Nos duele Venezuela. Pero, tras la intensidad de aquel dolor, advertimos el peso de una mirada, la fuerza de una interpelación nos exige dar una respuesta, desde el inicio, condenada a ser, más que errónea, inexorablemente equívoca. Respuesta equívoca, equivocidad y conatus interpretativo, afectivo y político, que, sin embargo, debemos exponer. Para estar a la altura, debemos responder a la interpelación.

Lo perverso del fascismo es que logra hacer que el pueblo, lejos de reconocerse, ya sea en cuanto contingencia o sustancia (esa consciencia de clase y toma de posición histórica que Marx definía con el término hegeliano “en-sí y para-sí”) se torne hostil a sí mismo, para terminar deseando, incluso donde yacen muchas condiciones favorables a la revolución, las antorchas de odio levantadas por el fascismo. El pueblo en desesperación pide fascismo, sin importar, sin preguntarse si lo sabe o no, si es fascismo o no. Y esta línea es delgada y peligrosa. Porque cuando el pueblo pide fascismo también lo exuda, lo irradia con dientes apretados, con la mano cerrada y las uñas clavadas en las palmas. Cuando el pueblo pide y exuda fascismo, llega un punto en que se pierde toda lucidez y toda esperanza, se pide fascismo, se da fascismo y se logra obtener en aquel mismo acto de pedirlo. Por eso, muchas veces, nosotrxs mismxs, dispuestxs en lucha contra el fascismo, nos encontramos consumidxs por él. Bordeamos un precipicio en cuyo fondo corre el río de la ira y del odio, y que nos arrastra, sólo con verlo, a sentir, a desear el sometimiento emocional. El fascismo anuncia esa tierra prometida donde se desgarra y recompone el placer de la furia, el goce explosivo del dar muerte a alguien o algo que, desde hace un tiempo, se nos ha clavado en el corazón y al cual no hemos dejado de llamarlo “cerdo”, para, si se da la ocasión, desollarlo en nuestro matadero mental. Es ahí, sabiéndonos al borde del precipicio, donde es más difícil respirar en calma, se torna imperativo pensar, imaginar, sentir: en una palabra, a pasos del abismo, aún podemos resistir al vértigo del poder. Y si logramos hacerlo, se abrirá el tiempo propicio, la ocasión de responder a la altura de la interpelación popular.

Pero no nos engañemos. La cuestión no es particular, al modo de si en el caso puntual de la Venezuela de Maduro nos parece justificable o no la exacerbación, hasta lo sistemático y estructuralmente reproductivo, de un régimen policial, de una sociedad de control, de una represión enfermiza y diseminada por los vecindarios de cada ciudad venezolana. Al contrario, si la pregunta nos interpela es poque pone en el tapete lo que significa ser de izquierdas mucho más allá, como ya dijimos, de una mera lógica instrumental basada en el análisis de los medios al servicio de determinados fines. En efecto, se trata de algo más esencial que preguntarse si el aparato militar venezolano sirve o no, si es funcional o no, a un socialismo bolivariano en decadencia, pero, sin lugar a duda, digno, y aún en compañera resistencia. Se trata, en suma, sólo de esto: ¿cuál es el tipo de relación que el ethos de izquierda ha de mantener con el poder, con el Estado, con el ejército para evitar caer en la monumentalización de cada uno de estos conceptos e instituciones? Y, por otra parte, en sentido específico pero con alcances generales, ¿cómo resguardar la seguridad, cómo contrarrestar la violencia de los grupos guarimberos con libretos hechos en Washington y contingente reclutado en Colombia, mientras los distinguimos de las capas sociales precarizadas que, desesperadas y hastiadas por la miseria, salen a las calles espontáneamente a expresar su ira afincada en su sufrimiento? ¿Acaso debemos conformarnos con la mirada protésica, aquella que no mitifica las instituciones del Estado y, en su lugar, las dispone a la imaginación popular, mientras EEUU, cuan fiera herida de muerte, no dejará pasar oportunidad de actuar, de invadir, de saquear y masacrar, tal cual lo viene haciendo desde el amanecer de su historia?

Aldo Bombardiere C.

No lo sé. No sé qué responder. En este mar, en este oleaje de tensiones, en esta encrucijada, tan sólo puedo responder que no sé qué responder. Sin embargo, acto seguido, acaricio la vaga, la tenue emergencia de una intuición, de una sutil corazonada: siento que pronto será hora de sentarnos a pensar acerca la relación del ethos izquierdista con su posibilidad de habitar y hacer uso de distintas clases y grados de violencias. En el caso de Venezuela, sin duda, se trata de una violencia vinculada a un órgano centralizado como lo es el régimen policial amparado en el Estado. Por lo mismo, bien vale preguntarse si, tal vez, justamente llegamos hasta acá porque antes evitamos la discusión sobre la violencia; quizás, en lugar de hablar de la violencia durante ese instante que antecede y anticipa a la furia, decidimos no decidir, decidimos desviar la mirada y, con los ojos entrecerrados, arrojarnos, sacrificarnos a tal tipo de violencia.

Por Aldo Bombardiere Castro

Referencias

Monedero, Juan Carlos (2024): “Venezuela, una encrucijada en la crisis mundial” en Jacobin, 16 de agosto, 2024. Disponible en: https://jacobinlat.com/2024/08/venezuela-una-encrucijada-en-la-crisis-mundial/

Tapia, Leonardo (2024): “Venezuela. El Estado o la Revolución”. En Rosa. Una revista de izquierda, 13 de agosto, 2024. Disponible en: https://www.revistarosa.cl/2024/08/13/venezuela-el-estado-o-la-revolucion/

Teruggi, Marco (2024): “Las preguntas abiertas por la elección en Venezuela”. Podcast El mundo en crisis (Revista Crisis), 3 de agosto, 2024. Disponible en: https://revistacrisis.com.ar/notas/el-mundo-en-crisis-las-preguntas-abiertas-por-la-eleccion-en-venezuela

Vázquez Heredia, Omar, (2021): “¿Por qué el Partido Comunista de Venezuela se aleja de Maduro?” En Nueva Sociedad, marzo de 2021, disponible en: https://nuso.org/articulo/el-partido-comunista-de-venezuela-nicolas-maduro/

Columna publicada originalmente el 20 de agosto de 2024 en Ficción de la Razón.


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

Sigue leyendo:


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano