Concédeme la gracia de que en el infinito universo de los viajes, una y otra vez, sea yo el descubierto.
Descanso un momento. Repongo las fuerzas, emprendo la marcha. Cientos de personas han vuelto la mirada. Manos y sonrisas acarician la afilada cara mochilera. Miserable, el tiempo se escurre por nuestras manos y pensamientos. Abro las manos, estamos vivos. Río en medio de las callecitas brasileñas.
Dejo la bicicleta a un lado, repentina decisión. Ahora solo viajo a dedo o en “carona” como le dicen acá. Cruzo la mitad del país. Visito pequeños pueblitos, congelados por la historia, de gente amable y cariñosa. Nunca dejo de sentir la naturaleza, la floresta y sus cielos estrellados, sus montanas zigzagueantes de rojo carmesí junto el mar con la playa caliente y gustosa.
Reemprendo la marcha. Ruedas de camión me dejan en Ouro Preto, a 200 km. al sur de Belo Horizonte y a 400 km. de Río de Janeiro. Extraño la bicicleta. Desciendo al pueblo y encuentro un lugar que se asemeja a una ciudad medieval europea, con muchas iglesias. Una ciudad que concentra un pasado de reivindicación independentista, consagrada a su mayor exponente: Tiradientes -conocido así por haber sido dentista y bueno para los combos-. Su vida fue un torbellino de emociones. Caudillo de la independencia, luchó contra los abusos de los patrones portugueses, dinamizando las relaciones entre las mayores ciudades de este vasto territorio. Encauzó las ideas revolucionarias que predominaban en el pueblo y en la naciente burguesía. El desenlace? Similar a muchos caudillos y líderes subversivos de nuestra América Latina. Traicionado y humillado fue llevado al paredón de los condenados; descuartizado, sus partes se exhibieron en las diferentes plazas públicas. Su cabeza fue expuesta en la plaza de Ouro Preto donde hoy presencio la reunión de la clase política encabezada por Lula y ¡Sarkozy!, el presidente francés. Conmemoran el feriado nacional de Tiradientes; haciendo suyos los discursos de libertad y emancipación del mártir rebelde, pero con un gran ausente en esta mega conmemoración: el pueblo.
Asqueado de Lula y Sarkozy, me dispongo a abandonar el ultra vigilado perímetro de la putrefacta clase política, busco algo mas verdadero. Centenares de personas transitan por la ciudad. Muchos están aquí para manifestarse contra los poderosos. Sus dardos apuntan a la escalada de desempleo y a la falta de derechos de los trabajadores. Mucha policía en las avenidas circundantes, aprisionando a la muchedumbre inconsciente del control represivo por parte de las fuerzas del Estado. Infantería, caballos, motocicletas y hasta helicópteros controlan a la gente.
Mientras, en las afueras de la ciudad, los 15 buses venidos de diferentes partes de la región son detenidos sistemáticamente, retrasando la marcha, haciéndola perder valioso tiempo. La gente se dispersa más y más Rodeado, aparezco en otro lado de la ciudad, de históricas calles, testigos mudos del devenir humano, sus locuras y anhelos. Me siento al pie de una iglesia, echo humo, sonrío.
Desesperado miro al cielo; me gustaría tener una hamaca para pastorear las nubes. Se me vienen a la cabeza multitud de voces de distinta lengua y color que, a lo largo del viaje, han proclamado en diferentes instancias y lugares la formación de comunidades autosuficientes con nuestros seres queridos, basados en la premisa. armonía+cooperación= felicidad. Al margen del sistema actual. A la usanza de las comunidades de principios del siglo XIX formadas y alentadas por los llamados “Socialistas utópicos”. Acá en Brasil existen todas las condiciones para la formación de comunidades autónomas. Pero me pregunto ¿es esta la real solución? ¿Existe una solución? Mientras, una mariposa se acurruca a mi lado.
El pueblo brasileño abre sus brazos al viajero curioso; gente alegre y hospitalaria. Llevo 4 meses en esta tierra de encanto. Mi visa venció, mis pasos son ilegales, pero sigo convencido de mi ruta, de mi viaje de conciencia. Chile esta lejos aun. Me pongo en la carretera, levanto el dedo, se detiene un camión, ¿adonde va voçe? pregunto, a Sao Paulo, me responden… bueno a Sao Paulo entonces.
por Sergio San Martín