Vientos de tormenta

La tormenta se avecina a Chile y Latinoamérica

Vientos de tormenta

Autor: paulwalder
Paul Walder

Paul Walder

La tormenta se avecina a Chile y Latinoamérica. El año que nos deja ha instalado marcas no observadas desde los peores momentos de la transición, en aquella inmovilidad trabada por las políticas de los consensos operadas y financiadas por los poderes en la sombra. Bajo este síndrome, que no tiene nada nuevo sino es reacción ante los impulsos reales de la historia, ingresamos a 2017, un año en que observamos cómo la resaca conservadora vuelve a controlar las decisiones políticas en Latinoamérica. Este síntoma extendido, esta reacción que busca desinstalar los avances en inclusión social, vuelve, de manera desembozada y también desesperada, a reconstruir aquel orden que condujo a las mayores crisis sociales y económicas durante las décadas pasadas. Reagan y Thatcher están de vuelta en las figuras de Macri, Temer y Kuczinski, afirma Raúl Zibechi en una columna titulada “2016: Los primeros relámpagos”.

En nuestras sureñas latitudes, entramos a 2017 bajo el mismo síndrome de los años inmediatos a la dictadura. Vivimos en la deriva de un gobierno que avanza, no necesariamente hacia adelante, sino por inercia y protocolo. Una extensión catatónica que delega las decisiones en otros organismos. Porque no está muerto, sino en coma. La opción tomada por la fragmentada Nueva Mayoría (NM) es la entrega del futuro político a cambio de la subsistencia, de la mantención de sus signos vitales. Un pacto aparentemente secreto se ha concebido entre la NM y las elites. Una transacción que nos devuelve a la inviolabilidad de las instituciones refrendadas por los controladores de la economía a cambio de terminar el gobierno, aun cuando tranquilos, como meros conserjes del edificio.

Esta decisión es también una regresión a los momentos más fríos de la transición, al centro de las políticas de los consensos y del armazón institucional legado por la dictadura. Bachelet y la NM ha entregado el gobierno y la capacidad de conducción, qué duda cabe, a las elites fusionadas desde décadas con el mercado y su tablero de juego. Esa decisión, que es hoy una confesada renuncia, deja al país, que es la civilidad, al arbitrio de los poderes instalados junto a la estructura mercantil.

Chile, con un gobierno en capitulación, ha ingresado en el mismo proceso que sus vecinos. Lo hace sin necesidad de un cambio de gobierno, sino con la entrega de la conducción a la institucionalidad neoliberal y a los poderes económicos. Un trance que no es camino a ninguna parte, sino un movimiento circular que redobla nuestra dependencia con los poderes ocultos y ubicuos, aquellos presentes desde la colusión del papel higiénico y los pañales, la carne de pollo y los medicamentos, la banca y el retail, la salud y la educación, las boletas y los políticos. En este espacio lúgubre y peligroso nunca habíamos estado más desamparados. Sólo durante la dictadura hubo mayores marcas.

El año que comienza está desde ya marcado por las elecciones presidenciales, un rito propio y protocolar para la certificación del orden que ha organizado y estrechado nuestra vida económica y social durante las últimas tres décadas. La retórica política está acotada a la permanencia de las instituciones que han llevado al país a la mayor crisis desde la dictadura. Un ejercicio, una coreografía artificiosa sobre el mismo escenario de desigualdad y miseria social y cultural que favorece a las elites dueñas del país.

En esta escena, que apunta sin duda a reestablecer, como falsa opción política, las relaciones y artificiales equilibrios de los primeros años tras la dictadura, está destinada, desde la NM y sus variantes y la clásica oligarquía y sus parásitos, al más profundo fracaso. Al tratarse de espuria demagogia, sólo profundizará la actual crisis de representación con candidaturas de marketing y photoshop que no alterarán los altísimos niveles de abstención. En este espacio, que tenderá a repetir y repetir los mismos discursos que defienden el orden que favorece a las elites, la única salida está en una recuperación del poder desde abajo, desde las organizaciones de base. Desde el lugar natural de la política.


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