No es ninguna casualidad que el evento más ordinario de Chile se realice en Viña del Mar. Para entender un show del ego como la gala del Festival debo comenzar por ese lugar. Por Viña. Se me viene una sucesión de hechos a la mente: Virginia Reginato en una foto vieja sosteniendo con su mano izquierda un ramo de flores multicolor. Virginia Reginato en esa misma foto sosteniendo con su mano derecha la mano de Augusto Pinochet. Virginia Reginato electa concejal de Viña en 1992 con un poco más de 3.000 votos. El dictador sentado en la primera fila de la iglesia de Las Carmelitas. El ladrón comprando un departamento en Las Golondrinas, con nuestras monedas. Virginia Reginato reelecta como alcaldesa de la misma comuna en 2008 con más de 100.000 votos. Virginia Reginato caminando junto a Jaime de Aguirre, el creador del jingle del No, sobre una alfombra roja dispuesta a los pies del Casino de Viña.
Los canales de televisión ya están instalados en la comuna. Las cámaras llegarán mucho antes del comienzo del evento. El público permanecerá sentado en las galerías apostadas al borde de la alfombra. Virginia Reginato será, como siempre, una de las últimas en caminar ese trayecto tan anhelado por los mirones. Mal que mal es su fiesta, y está triste porque no vino Shakira. Luego le llegarán los micrófonos y contestará lo habitual. Ningún periodista le preguntará cuánto daño le hace a una comuna que su máxima autoridad destine uno de doce meses a la organización de un evento; tampoco le preguntarán por el estado de Viña, la ciudad con más campamentos de Chile, con más de 6.000 familias bajo techos de zinc o de asbesto.
No. Los focos estarán en otra parte: en la gala.
Todos los años este evento incorpora elementos nuevos. Primero fue la cámara 360º, prestada por Canon, que permitía mirar a los famosos desde todos los ángulos. Después vino la kiss-cam, que no era más que filmar a las personas del público para que se dieran besos. Luego llegó una cámara acomodada en un cajón pequeño, en la que los rostros introducían los dedos para enseñar sus lujos, esas joyas que algunos, en esta oportunidad, donarán a Bomberos de Chile (aplausos).
Pero por más que existan estas modificaciones hay cosas que, por lo menos por ahora, no van a cambiar. Las caras serán las mismas. Tonka Tomicic, Martín Cárcamo, Francisca García-Huidobro, Diana Bolocco. Quizás habrá una que otra persona nueva; el suertudo que alcanzó la fama en un reality show, o en una teleserie exitosa, o en un video de Youtube. Ese hombre o mujer tendrá que recurrir, por esta vez, a un diseñador emergente, uno que no conocerá la animadora de la fiesta, que le preguntará en vivo, para Iberoamérica, sobre los detalles del vestido.
Cuánto cuestas, cuánto vales.
Los orígenes de las galas se remontan a no sé qué época, y tampoco me importa. Alguien, el que quiera, me lo podría sugerir. Yo parto de la premisa que es un lugar de exclusividad, y por consiguiente, de exclusión. Cada invitado que asiste acepta este pacto. Y eso no importaría tanto si es que el famoso fuera un director de cine, alguien que haya ofrecido algo único al público. Tampoco importaría si a la gala asistieran gran parte de los artistas internacionales que nos van a deleitar con sus canciones. Por eso este evento es una ordinariez: no hay nada exclusivo, y aparte de los humoristas o cantantes que asistirán, son todos invitados que creen poseer virtudes que otros no tienen. Y claro que es así; claro que tienen virtudes diferenciadoras, pero aquella no es la razón por la que caminarán rodeados de cámaras.
Son invitados tapados por vestidos que a lo largo de la noche se impregnan de una transpiración que se oxida. Son, al final, los vecinos con más cuea, que podrían estar sentados en las galerías pero que no lo están por una serie de movimientos con aspiraciones determinadas.
Ruego que uno de ellos se pregunte, camino al evento, arriba de un auto caro, si es que vale la pena tratar de extender su tiempo en la pantalla; si es que vale la pena que la alfombra roja sea tan larga.
También es interesante eso de que el público pueda interceder en la entrada de los famosos. Hace unos años ocurrió un capítulo revelador, que dio luces del poder que tienen los espectadores presentes. La protagonista fue Daniela Aránguiz, la esposa del Mago Valdivia. Ocurrió poco tiempo después de la circulación de un video en el que ella decía, en tono amenazante y a otra mujer, que tenía la pura cara de cuica. Apenas se acercó a la gente le empezaron a gritar al unísono lo siguiente: ¡Carecuica, carecuica! Ella, la pobre Aránguiz, horrorizada ante tan pronta pérdida de estatus, no tuvo otra que hacer oídos sordos. Fue un circo romano, todos con el pulgar hacia abajo, aunque también fue una excepción, la primera; normalmente las pifias no se escuchan, como si tanto vestido y tanta joya dejaran a las personas mudas.