“Cuba se prepara para vivir sin Castro”, es una de las muchas variantes de titulares con que los grandes medios de comunicación han estado describiendo el proceso electoral en marcha en Cuba y que el próximo 19 de abril culminará en la Asamblea Nacional con la elección de un nuevo Presidente, Vicepresidentes y miembros de su Consejo de Estado.
La obsesión con el apellido es antigua y alcanzó graves notas cuando a inicios de los años noventa del siglo pasado “La hora final de Fidel Castro” fue anunciada a bombos y platillos junto a la desintegración soviética, continuó a raíz de la longevidad de los líderes bajados de la Sierra Maestra y se acentuó nuevamente cuando mucho después de anunciada la “hora final”, Fidel sufrió una grave enfermedad que lo apartaría de sus responsabilidades formales como dirigente y fuera reemplazado por Raúl.
Para los cubanos está claro que el sucesor de Fidel no arribó allí por ser su hermano. Tal vez para esa prensa también, pero deben callar que Raúl Castro no llegó a ser el segundo hombre de la Revolución por su parentesco con Fidel sino por jugarse la vida por su pueblo cuando con apenas 20 años solo podían esperarle graves riesgos. Desde su participación como combatiente de fila en el asalto al cuartel Moncada fue creciendo en responsabilidades en el presidio, el exilio, la expedición del yate Granma, hasta ganar los méritos para comandar el Segundo Frente Guerrillero en la Sierra Maestra y dirigir luego de 1959 las Fuerzas Armadas que permitieron a Cuba resistir el espectro mayor de amenazas y agresiones que se hayan puesto en marcha contra país alguno por Estados Unidos.
Contra todos los pronósticos, menos los de los cubanos, Raúl ha dirigido Cuba durante doce años con un consenso popular favorable, ha impulsado los cambios necesarios para adaptarla a nuevas realidades y ha creado las condiciones para que otra generación llegue a los máximos puestos del Estado sin traumas y continúe enfrentando exitosamente los desafíos que tiene el país.
El proceso electoral culminado con las votaciones populares de este 11 de marzo comenzó en septiembre con las nominación directa en los barrios por los ciudadanos de los candidatos a delegados a las Asambleas Municipales, electos el 26 de noviembre por voto popular. Esos delegados -nominados y electos por el pueblo, sin intermediarios- son los que tienen la potestad de hacer lo que en otros países solo está al alcance de los partidos políticos: decidir las listas por las que votarán los electores.
El sistema electoral cubano no es perfecto pero los problemas que se le señalan a los procesos electorales en los países del entorno cubano y que reinaron en la Isla antes de 1959: corrupción política, fraude e incumplimiento de promesas y no rendición de cuentas ni revocación están ausentes en Cuba. En las elecciones cubanas está prohibida la propaganda y las promesas de campaña, así como el dinero, el escrutinio en cada colegio electoral es público, las urnas las custodian escolares, el Partido Comunista no nomina y los electos rinden cuentas cada seis meses a todos los niveles.
Es un sistema creado y perfeccionado bajo el liderazgo de Fidel Castro y que tiene sus raíces en la ética de José Martí, no en los regímenes del socialismo de factura soviética. El sistema electoral cubano tuvo correcciones en 1992 y va a volver a perfeccionarse en la misma dirección con una nueva Ley Electoral que ya se ha anunciado y que seguramente verá la luz antes de 2021, cuando tendrá lugar el VIII Congreso del Partido Comunista.
A diferencia de lo que ocurre en otros países, en Cuba democracia no es sinónimo único de elecciones. Los sindicatos, las organizaciones de estudiantes y de mujeres, tienen procesos sistemáticos de debate y renovación en que los problemas que los afectan son abordados y confrontados con el gobierno. Por ley los dirigentes sindicales y estudiantiles de base participan con voz y voto en los Consejos de Dirección de las entidades desde los centros de trabajo y estudio hasta los ministerios.
En ese ejercicio democrático Cuba lleva varias décadas preparándose “para vivir sin Castro”, precisamente porque su liderazgo ha contribuido a construir una democracia realmente popular, pero sobre todo diferente de lo que vende como tal la misma prensa que lanza titulares como ese pero oculta a sus audiencias todo lo anterior.
Por Iroel Sánchez Espinosa, editor y periodista cubano