¿Votar o no votar? El dilema de las voluntades de cambio democrático

Se decía habitualmente en los círculos de la élite, y de las principales fuerzas políticas del país, que la nuestra había sido una transición ejemplar

¿Votar o no votar? El dilema de las voluntades de cambio democrático

Autor: Leonel Retamal

Carlos Ruiz, Presidente Fundación Nodo XXI

Se decía habitualmente en los círculos de la élite, y de las principales fuerzas políticas del país, que la nuestra había sido una transición ejemplar. Y no sólo por su estabilidad política. Fundamentalmente porque había logrado articular tal estabilidad con un crecimiento económico sostenido que daría lugar a la acumulación de riquezas más impresionante de nuestra historia republicana. De ahí el mayor nivel de bienestar para los chilenos -señalaban- si se compara con generaciones precedentes.

En efecto, fue muy sorpresivo para el establishment el que las luchas sociales de la presente década hayan estado protagonizadas fundamentalmente por los supuestos “beneficiados” del neoliberalismo chileno, y hayan sido apoyadas por una mayoría ciudadana tan amplia. Esta es la gran paradoja que enfrentan. ¿Hemos sido malagradecidos con nuestra élite?

Es verdad que se ha producido en estos años una gran acumulación de riqueza. Pero se ha hecho a través de la mercantilización de todas las esferas de nuestras vidas, de nuestros recursos naturales, de nuestros derechos. Es una riqueza que acumula una pequeña minoría. El resto tiene que arreglárselas con su “chorreo”. El peso del endeudamiento, la esperanza de ingresar a la mejor educación posible y el esfuerzo económico que ello demanda, el miedo a enfermarse por el costo de la salud, la inestabilidad laboral, el escaso tiempo de libertad que dificulta la posibilidad de construir una familia; todas estas situaciones atraviesan la vida de las grandes mayorías, no únicamente de la pobreza oficial. Y en la medida que el mercado se vuelve el espacio fundamental para la reproducción de nuestra existencia, la política aparece como algo alejado, sin ninguna importancia cotidiana. El juego democrático que se conformara tras el pacto de la transición, entre Concertación y derecha, ha quedado atrapado en la discusión sobre cómo administrar el mercado. Ha aceptado la esencia de la obra dictatorial expresada en el Estado subsidiario. Si no se pertenece a una estrecha franja “focalizada”, el Estado no significa nada en nuestras vidas salvo el pago de impuestos. Con ello, la política misma ha dejado de tener sentido para las grandes mayorías de la población, a las que además se les ha hecho casi imposible organizarse sindical y socialmente con alguna posibilidad de disputar mejores condiciones de vida.

El que las generaciones jóvenes manifestaran su “desagradecimiento” con apatía política durante los noventa y los dos mil fue un primer indicio del malestar. No obstante, la apatía daría lugar a la acción. Este paso fue posible por el aprendizaje histórico del movimiento social y el surgimiento de nuevas gestas colectivas, de las que, como muchos, hemos sido parte.

Es cierto que en estas luchas basadas en la indignación con el mercado y la negación de nuestros derechos, está la potencia de superación de la actual democracia. Pero es una potencia que todavía puede ser derrotada. Hoy las dos principales fuerzas de la casta política se aprestan para una nueva ofensiva electoral, que de las presentes elecciones municipales se proyectará hasta la próxima presidencial. Este período ofrece oportunidades y dificultades específicas a la lucha por una nueva democracia.

La ofensiva electoral de una casta política que aún no se saca los tapones de los oídos

Más que una elección sobre gobierno local, la elección municipal se perfila como una gran primaria en que los distintos sectores al interior de las dos grandes coaliciones miden fuerzas de cara a la negociación por cupos parlamentarios y responsabilidades en la contienda presidencial. No obstante, a pesar de su parlamentarización, tampoco aparece una discusión de calado profundo sobre los destinos del país. El desgaste del sistema político, y la creciente pérdida de proyecto de sus actores, transforma dicha medición previa en una confusa maraña de listas y slogans cuya conformación cada vez tiene menos argumento político. Son catalogadas a menudo por los chilenos -con justicia- como de exclusivo interés para los políticos. En una especie de círculo vicioso, ante su propio desprestigio y el desinterés de los electores por unas elecciones que no hablan de sus problemas, las campañas de todos los colores -salvo honrosas excepciones- tienden a esconder su filiación partidaria, a disfrazarse de “independientes”, y no pocas veces recurren a figuras de farándula. Pero a pesar de eso, la casta política no logra encantar a la ciudadanía.

Si se mira con atención a las reacciones más sustantivas de los actores políticos ante el malestar de la sociedad chilena, ninguna de las dos coaliciones principales ha tomado con propiedad el guante lanzado. Tanto en una como en otra hay voces con proyecto y mirada de largo plazo, no obstante, no logran imponerse en la medusa de los partidos y sus “lotes”. En la derecha se consolida su ala más conservadora. La tibia discusión de modernización de aquel sector, de la cual el mismo Piñera fuera impulsor en su momento, se desinfla. Y la Concertación, como conjunto, es incapaz de asumir un determinado sentido de marcha que no sea la recuperación del poder por el poder. Es difícil encontrar algo que la identifique más allá de eso; de ahí la facilidad que ha tenido el gobierno -aún con todos sus “errores no forzados” y desaciertos mediáticos- para dividirla y someterla a su agenda, cooptando a sus principales dirigencias para una suerte de política de cogobierno. La Concertación ha caído en el chantaje de quedar bajo la misma caricatura de “ingobernabilidad” con que se moteja al movimiento social.

No obstante la abierta crisis de la Concertación, han habido voces minoritarias en la oposición que no pueden ser ignoradas, y que han colaborado también de forma efectiva con la posibilidad de avance democrático. Sin embargo, estos esfuerzos se pierden en el difuso enjambre de peleas intra e inter partidarias. No logran formar un sector coherente. No rebasan el estatus de acciones particulares.

Difícil encrucijada: ¿cómo sumar y no ser sumados en este escenario electoral?

A nivel nacional, ninguna de las dos fuerzas principales es expresiva de una voluntad genuina de realización de las aspiraciones que se plasmaron en los movimientos sociales de estos años. En casi la totalidad de los municipios, a quienes aspiran a la refundación democrática del país, no se les deja otra opción que abstenerse de participar en estas elecciones. Nada sustantivo para estos objetivos se juega en ellas.

No obstante, algunas luchas sociales y políticas han tenido la capacidad, a pesar de las enormes dificultades impuestas, de conformar algunas candidaturas en ciertos municipios que desbordan el escenario anteriormente expuesto. Con ellas no cabe sino ser solidarios. Las candidaturas de Mauro Tamayo en Cerro Navia, de Josefa Errázuriz en Providencia, de Francisco Marín en Valparaíso, de Iván Carrasco y Rosario Carvajal (a concejal) en Santiago, y de Fernando Espinoza (a consejal) en Tomé, buscan genuinamente, desde distintos sectores y con diferentes propuestas, un avance democrático que supere la reedición espuria del agotado pacto de la transición. Es por eso que les apoyamos.

Es necesario estar en todos los lugares donde se puedan dar pasos concretos hacia el cambio democrático. Desafortunadamente, en estas elecciones municipales, se trata de excepciones. En el resto de los municipios compartimos la difícil posición de muchos electores que, con genuino ánimo de dar su apoyo a una fuerza diferente al duopolio de la política, no tienen opciones.

La derecha y sus opinólogos cortesanos se han esforzado mucho por motejar a las nuevas voluntades de cambio como esencialmente anti-políticas, y así, desprestigiarlas como constitutivas de proyecto ante la sociedad en general. En lugar de enfrentar el debate que se ha propuesto, tanto sobre nuestros derechos mercantilizados como sobre lo estrecha de nuestra democracia (en el fondo, sobre el modelo que sintetiza ambas cuestiones: el Estado subsidiario), los poderosos han optado por desarticular, arrinconar, esconder y manipular. Su interés es desconocer el carácter político de lo que una buena parte de la sociedad chilena demanda, obligándole a escoger entres las opciones políticas ya previamente constituidas, entre montescos y capuletos.

La abstención no implica necesariamente despolitización, por tanto, no debe ser pasto para la manipulación de la derecha. No es una negación de la política, de la democracia y de las elecciones en sí mismas como institución. No es tampoco simple indiferencia ante la política por parte de sectores sociales encerrados en su propio ombligo. Y no es indiferencia -menos todavía- con la necesidad histórica de detener el avance de la derecha.

La abstención, allí donde no existan esfuerzos de refundación que respaldar, sí es una acción de desobediencia a la actual política. Al igual que el voto, es el ejercicio de un derecho a manifestar una posición política. Es una decisión legítima y políticamente intencionada. La incapacidad de parte de las alternativas en disputa de aumentar significativamente la intención de voto, indica que los distintos cambios de maquillaje de la Concertación y la derecha que buscan captar la esperanza del nuevo malestar social, no tienen un mayor respaldo de la ciudadanía que sus desempeños anteriores, menos todavía en los nuevos electores. La ciudadanía y los jóvenes están haciendo ver que no serán sangre nueva para viejos fracasos. En el fondo, es una forma de hacer oír -con los instrumentos que se disponen- el hastío de la sociedad con esta política.

El desafío ahora es transformar su propia incapacidad de convocar a los chilenos en fuerza propia de las voluntades de refundación democrática.

Tendrían razón tanto la derecha como sus opinólogos si las emergentes voluntades de cambio sintieran comodidad en quitarle el bulto a los grandes escenarios de confrontación política que son las elecciones. No es eso lo que buscamos. No intentamos quedarnos con la limpieza de las manos que no se usan. Al contrario. Estamos convencidos que quienes buscan la refundación democrática del país y la conquista de nuestros derechos sociales básicos, deben actuar unidos en las próximas contiendas políticas y electorales. Esto implica un entendimiento entre distintos actores, tanto nuevos como ya existentes, a la vez sociales y políticos. Estamos dispuestos para ello, y hemos estado construyendo esa posibilidad. Pensamos que será mayor si colaboramos con fortalecer los esfuerzos de cambio democrático allí donde existan candidaturas que lo expresen, y donde no, si hacemos más visible todavía el desprestigio y la sordera de la política ante los reclamos de la gran mayoría de los chilenos.

Por Fundación Nodo XXI, Octubre de 2012.


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