El fundador de la República Popular China, Mao Tse Tung, fue considerado no sólo un líder excepcional, sino el ‘gran timonel’, porque dirigió a los comunistas chinos durante el período más complejo, la Larga Marcha entre 1934 y 1935, una extensa retirada estratégica en la cual recorrieron 12.500 kilómetros huyendo de la represión del Gobierno de Chiang Kai-shek. La marcha recorrió la mayor parte del país y fue exitosa, pese a que el Ejército Popular de Liberación (EPL) perdió nueve de cada 10 combatientes en su camino hacia el suroeste primero y hacia el norte más tarde.
La Larga Marcha se convirtió en símbolo del heroísmo de los comunistas, quienes superaron enormes dificultades, atravesaron ríos y escalaron cumbres siempre perseguidos por el Ejército chino. La resistencia a la invasión japonesa en 1937, hasta la derrota del imperio en 1945, es el segundo hito en importancia en la historia del PCCh, que tuvo un costo de 35 millones de muertos, más del 10% de la población. Ambas gestas fueron dirigidas por Mao, encumbrado como ‘gran timonel’.
Ahora está sucediendo algo similar con Xi Jinping. Según Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China, Xi «se aseguró una posición incontestable en el seno del Partido». En efecto, es secretario general del Comité Central del PCCh, presidente de la Comisión Militar Central y presidente de la República Popular China. Según Ríos, muchos analistas consideran que China «necesita no ya de un líder fuerte, sino de hierro, para conducir el último y complejo tramo de la modernización».
Los medios oficialistas no escatiman elogios a su liderazgo y, sobre todo, a su audacia que es mentada con mucha frecuencia mientras sus numerosos discursos son retrasmitidos y sus principales conceptos son elogiados. «Su libro sobre la gobernanza es también de los más traducidos y vendidos en todo el mundo y las ideas y políticas de Xi son bendecidas por una legión de comentaristas como expresión de una inteligencia sobrenatural», concluye Ríos.
Este analista sostiene que Xi está en «camino de convertirse en un semidiós», porque «emerge dotado de un coraje fuera de serie y con la fuerza de carácter necesaria para llevar a cabo la refundación ética del sistema político chino». Va más lejos, al suponer que tiene su capacidad para imponer una estricta disciplina «le sitúan por encima de todos sus predecesores», por delante tanto de Mao (el fundador) como de Deng Xiaoping (el modernizador).
Sin embargo, no creo que estemos ante un nuevo culto a la personalidad ni ante la exacerbación irracional de las dotes de un dirigente, sino ante una coyuntura global que impone la necesidad de líderes fuertes. Encuentro tres razones de peso para que el pueblo chino y los 90 millones de comunistas del PCCh hayan erigido a Xi Jinping en su ‘gran timonel’ para conducirlos en este período.
La primera es que China se encuentra en la fase final de su modernización como país, que hasta 1949 estuvo doblemente sometido al feudalismo interno y a la dominación colonial/imperial internacional. En el plano interno, el período actual está focalizado en la reforma y la innovación, en el rejuvenecimiento de la nación china, que debe ser más eficiente y capaz de realizar transformaciones que la coloquen en la vanguardia mundial en ciencia y tecnología, con unas Fuerzas Armadas modernas y combativas.
Conseguir todo esto no será sencillo. La economía china ha crecido de forma exponencial en las últimas décadas, pero eso no se consigue sin provocar serios desequilibrios, como la corrupción, que está siendo combatida rigurosamente por el actual Gobierno. Las diferencias en el desarrollo entre las ciudades y el campo, entre las regiones costeras más ricas y el interior más pobre, son asimetrías que el país necesita resolver para evitar un período de inestabilidad social y política.
La segunda es la necesaria unidad del pueblo chino en un período de agudas confrontaciones internacionales. Para que el país no vuelva a ser humillado como en los siglos XIX y XX por las invasiones de Inglaterra, Francia y Japón, debe soldarse una estrecha unidad entre el pueblo y el Gobierno. Si los problemas y contradicciones mencionadas no son resueltos, se abrirán grietas que pueden generar una situación de extrema debilidad en un escenario regional minado por la agresividad de EEUU y Japón.
La tercera es que vivimos el período más tenso desde el punto de vista geopolítico desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945). Aunque China apostó a emerger como gran potencia de forma pacífica, impulsando la iniciativa Ruta de la Seda (Un Cinturón, Una Ruta) para potenciar el comercio y la globalización, deberá enfrentar todo tipo de obstáculos.
En estos momentos, el más grave se sitúa en su vecina Corea del Norte, pero si se observan los mapas, las vulnerabilidades de China son enormes, empezando por el cinturón de islas que pueden convertirse en obstáculos para sus exportaciones y, sobre todo, para sus importaciones de petróleo. Es cierto que la alianza estratégica con Rusia tiende a limitar esos problemas, ya que Moscú le ofrece abastecimientos seguros por tierra y un importante ramal de la Ruta pasa por territorios rusos. Sin embargo, Eurasia, Oriente Medio y Europa Oriental son campos minados que exigen la mayor cautela.
Por último, Xi es también el comandante en jefe del Ejército, título utilizado por última vez por el mítico general Chu Teh, fundador del EPL fallecido en 1976. Ahora Xi aparece vestido de militar, algo poco frecuente para el presidente de China. Para atravesar los encrespados mares de la crisis de la hegemonía de EEUU, una nación debe contar con dirigentes decididos, audaces y firmes.
Por Raúl Zibechi
Publicado originalmente el 15 de diciembre de 2017 en Sputnik Mundo.