¿Y el pueblo dónde está?

El Estallido Social del 2019 en Chile, si bien solo logró remecer la antigua institucionalidad, sirvió para comprobar que, cuando el pueblo se levanta y moviliza por sus propios fueros, es posible abrigar y consolidar cambios fundamentales y hasta revoluciones.

¿Y el pueblo dónde está?

Autor: El Ciudadano

Por Juan Pablo Cárdenas

El desarrollo de la política profesional realmente limita en demasía el ejercicio de la soberanía popular. La realidad internacional nos señala que las grandes decisiones mundiales son adoptadas de espaldas a los llamados ciudadanos por gobernantes de facto, en muchos casos, o por otros que se han impuesto en los gobiernos y parlamentos sin mayor voluntad de servir a los intereses de sus connacionales, sino más bien a su afán de perpetuarse en los altos cargos públicos. Y, por supuesto, medrar en ellos.

Dan cuenta de lo anterior, las guerras que hoy asolan a varios puntos del planeta, los miles de muertos civiles, la destrucción de ciudades y grandes obras arquitectónicas y de infraestructura.

Si bien en el pasado remoto los pueblos concurrían con entusiasmo a los más cruentos episodios, hoy es indiscutible que los pueblos prefieren la paz por sobre cualquier consideración política, económica o estratégica. Los movimientos por la paz son mucho más multitudinarios que los actos patrioteristas.

Ya casi no existe el prestigio y la fama de antaño de los ejércitos y militares. Lo que se explica mucho en los horrores cometidos por los uniformados contra los propios pueblos obligados a solventar sus despropósitos.

Como es el caso de aquellas Fuerzas Armadas que practicaron la guerra interna y pisotearon sistemáticamente los Derechos Humanos de tantos países del mundo y, en particular, de nuestra región.

De este modo, solo cabe lamentar la autoridad que todavía se le asigna a las instituciones mundiales y a aquellos mecanismos con los cuales la política profesional consolida su hegemonía, abogando siempre por principios que vulneran constantemente, como la igualdad entre las naciones, la libre determinación de los pueblos y la no intervención en los asuntos de los otros estados.

El mismo Tribunal de Justicia de La Haya, pasando por todas las instancias multinacionales, se ve que son manipuladas por las grandes potencias y los lineamientos impuestos por la ideología neoliberal asumida como un estricto canon entre las relaciones internacionales.

Con frecuencia se descalifica a aquellos regímenes que no son del gusto de las potencias, mientras que en estas imperan gobiernos de muy precaria condición democrática como sucede con los Estados Unidos, China, Rusia y varias de sus naciones adláteres, donde justamente existe licencia para violar los derechos humanos y el derecho a declarar por doquier conflictos armados, invasiones y genocidios para alimentar su principal forma de sustento: el lucrativo negocio de las armas.

O cuando en su supremacía no trepidan en digitar las economías y los gobiernos vasallos, como ocurre hoy en día con aquellas naciones asiáticas y africanas completamente dominadas por la política exterior de los países más ricos e imperialistas. Estados pobres y atrasados que solo pueden salvar relativamente su autonomía cuando carecen de petróleo y otros recursos estratégicos.

Lo que ocurre en la presuntuosa Europa es realmente bochornoso a causa del influjo que le asignan a la OTAN y a referentes como el Banco Mundial. Lo mismo que ocurre nuestra región con la más que desacreditada Organización de los Estados Americanos y otras instancias multinacionales que tuvieron los más nobles propósitos pero que finalmente sucumbieron a las presiones del imperialismo.

A cuyo influjo vemos que se inclinan, también, gobernantes de izquierda que llegan al poder cargados de promesas para en un dos por tres terminar arrodillados frente a la Casa Blanca y el Banco Interamericano de Desarrollo.

Pero no todo está perdido. El Estallido Social del 2019 en Chile, si bien solo logró remecer la antigua institucionalidad, sirvió para comprobar que, cuando el pueblo se levanta y moviliza por sus propios fueros, es posible abrigar y consolidar cambios fundamentales y hasta revoluciones.

Siempre y cuando los que alcancen después el poder no se corrompan tan rápidamente y terminen dándole aliento, por ejemplo, a la Constitución de Pinochet como a su herencia económica y social.

Al respecto, años atrás, nadie hubiera podido imaginar que nuestro Estado podría llegar a consolidar un estratégico acuerdo empresarial con el yerno del Dictador, acaso el empresario más repugnante del régimen castrense y que ahora de su apelativo de “rey del salitre” ha pasado a ser el ”zar del litio” y otras reservas que nuestro Desierto de Atacama le ofrenda por obra y gracia de los gobierno de la Concertación y, ahora, de izquierda.

Llena de esperanza lo que ocurre actualmente en Francia donde los trabajadores del agro han sitiado su Capital y tienen en jaque la tozudez de la clase política renuente a concederles sus justas demandas.

Así como creemos ejemplar la espontanea reacción de cientos de miles de alemanes propuestos a encarar a los grupos hitleristas o neofascistas que se proponen irrumpir en la política para poner en práctica sus intenciones racistas y genocidas. Las cuales, se ve, continúan muy latentes allí y en otros países.

Nunca debemos olvidar que la derrota del apartheid sudafricano se debió al levantamiento popular y a la solvencia de líderes incorruptibles como Nelson Mandela. Como también debemos rendirles tributo a figuras tan señeras como la de Gandhi y Martin Luther King.

Así como es posible reivindicar, aunque a algunos mucho les incomode, la Revolución Cubana que, más allá de sus logros y frustraciones, demostró una entereza enorme en las fauces mismas del imperio, sobreponiéndose a toda suerte de bloqueos y agresiones criminales contra un pueblo que se ha mostrado, hasta aquí, indomable.

Quizás si la mejor contribución que pueden hacer los sectores de izquierda y del progresismo sea dejar que la organización social fluya y se oriente hacia un nuevo y justo estallido democrático y popular que no esté dispuesto a cederle el poder a los políticos profesionales, ni a las bandas de delincuentes.

A endosarle su fuerza y representación a esos líderes de papel causantes de tanto desencanto aquí y en otras naciones. Para que la desigualdad social continúe profundizándose, las oligarquías se mantengan impunes y se haga propicio el crimen organizado, el narcotráfico y otras lacras del tiempo actual.


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