Hola. Me ha costado ponerme a escribir luego del terrible porro que me fumé a hondas caladas. Estaba entretenida cavilando: ¿Cómo saber si la determinación del hombre está dada por el mono o por una sublime totalidad llamada Dios? ¿Por qué no nos concentramos en dar 10 becas anuales para que jóvenes estudien medicina y así mejorar estructuralmente la salud chilena? ¿El origen en sí mismo es tan decadente como el final? ¿Es hipocresía no ir a la inauguración del memorial de Jaime Guzmán cuando se gobierna según su palabra hecha ley? ¿El mundo en su comienzo no era una fumarola de gases más venenosos que los manados por la industria?
Me bullía la cabeza que se alzaba sobre mis hombros y no había cómo ponerle atajo. Me gusta esa sensación. Me imagino la sinapsis cada vez más corta. La vaina de mielina estallando al contacto con la cola de mis neuronas burbujeantes de ideas que, como pompas, se elevan y se estrellan frágiles contra la muralla de la racionalidad, destruyéndose por completo, pero dejando una huella como la del caracol cuando avanza lento y seguro.
Es verdad. La marihuana me pone motoramente lenta y mentalmente fértil. Eso es lo que no conviene. Por eso tanto ataque a una planta, hermosa por lo demás. No sirven los huachos lerdos, los poetas atolondrados, los locos que lo están por improductivos. ¿Por qué no hacen una propaganda de un pasturri vuelto mono asaltando a la abuela de al lado de su casa? ¿Por qué no muestran las aventuras de un cuico flaite jalando en el baño del club árabe y después compitiendo en una carrera de autos hasta hacerse cagar en un choque? ¿O las tretas del chofer de un diputado para transar en los cerros porteños una buena bolsa de mote, para que el «jefe» se la esnife en el mismísimo hemiciclo?
No quiero resultar apologética, pero cuando el mundo se vuelve técnica y artificio y las certezas son las incertidumbres políticas y económicas no habiendo ni un huequito para el desvarío, para el ejercicio de orfebre pulidor de la piedra de la locura, y no hay momento para dejarse ir en el disparate y la relatividad física del cosmos, se necesita de un remedio natural. De un medio para conseguir develar el alma,: su estulticia esencialmente humana y proféticamente divina.
Yo empecé a fumarla cuando tenía 17 años y lo recuerdo con cariño porque fue una primera vez esperada y libre, diametralmente opuesta a la primera vez sexual. Fue como si me hubiesen instalado un software para componer la vida en mí. Desde ahí en adelante mis juicios fueron más severos y más profundos. Me enternecí con las patas de empanada de los niños de dos años y me enrabié como fiera con los hombres abusadores de la inocencia de mis quince.
La marihuana me hizo salir la muela del juicio. Me quitó la preocupación del cuerpo y sus banales rituales, exigidos para marchar de uniforme decadente y marino en las filas de la ignorancia escolástica. Me lavé menos los dientes y comí más helados de frutilla y ricolates. Me compré menos petos y más VHS de The Doors, anduve menos en micro y más a pié, porque el tiempo era para alargarlo y disfrutarlo, como un beso. Mi adolescencia tuvo ese condimento, verde como la albaca y oloroso como un pomelo.
Quizás no vuelva a ser inteligente nunca, y no pueda jamás ser un formal canciller, un contralor, un senador, un jefe o un corredor en la bolsa de valores. Definitivamente odio los productos químicos sintetizados con arsénico. Creo que esa weá si que te puede dejar imbécil, insensible, mundano, utilísimo a un sistema que funciona con un molino, en donde la sangre, la mierda y la merca hacen girar las aspas.
por Karen Hermosilla