Hoy, nuevamente, comienza Teletón. Las 27 horas de amor que año a año van adquiriendo más polémica y detractores, tal como ha pasado en Estados Unidos y México.
De a poco la gente va tomando conciencia del negocio asqueroso que han hecho los empresarios, que lucran care raja con el sentimentalismo extremo, sensacionalista, exhibicionista y degradatorio con que se abordan las historias de personas y niños que buscan la superación de sus dificultades. “Si de aquí a las 14°° horas logramos vender cien mil cajitas felices, vamos a duplicar nuestro aporte” ¿Cómo no criticar a quienes sin ningún pudor utilizan vidas difíciles y las exhiben como rarezas de circo, a la vez que como parcartas publicitarias. ¿Cuánto ganaron?
Tengo curiosidad por ver esta Teletón ahora que ya sabemos que Choclo Délano era el presidente. Después de ver la “colusión del Confort”, aunque ya sabemos que las marcas Confort, los pañales desechables Babysec y las toallas femeninas Ladysoft no van a ser expuestas para evitar escándalo y la animosidad adversa hacia las marcas (Pero los muy hijos de puta -con todo el respeto que me merecen la profesión más antigua del planeta- si pueden exponer a niños y sus miserias). Quiero ver cuando todos estos infelices hagan su aporte, aunque todo pinta como que se van a esconder. Quiero ver el agradecimiento de un país por las sobras de 10 años de estafa y enojarme por ello.
Teletón ¿todavía?
Honestamente me preocupa que aún existan estos eventos que tuvieron su apogeo en la década de los ochenta (años de terror), donde todavía a los homosexuales se les llamaba “colipato o maricueca”, donde si un niño lloraba, le decían “no seas maricón”, donde se criticaba a las mujeres porque salían a trabajar y se escuchaba el cometario atroz de “¿y ésta no tiene marido que anda gueviando?”, donde a las personas con discapacidad mental se les decía “mongólicos” y a las personas con discapacidad física se les decía “inválidos”. Recuerdo que en esa época, si miraba fijo a una persona con dificultades, mi mamá me decía “no mires” (como si mirar fuera una ofensa o como si se me fuera a pegar lo “inválida»). También recuerdo cuando nos juntábamos todos a ver la Teletón en casa de uno de los amigos y aparecían los chistes crueles, y la felicidad morbosa de poder mirar a destajo y sin que nadie te retara. Los ochentas y noventas en ese aspecto tenían un dejo de perversidad bien raro.
No podemos hacernos los inocentes y fingir que olvidamos el estribillo idiota de “yo no tengo manos ni tampoco tengo pies”
Pero está bien. Veníamos de un proceso histórico en el que era lícito torturar y asesinar. Reírse de un “invalido” no era tan malo. Eran los tiempos.
Lo sorprendente es que sigamos escuchando la cantaleta del 24.500-03 en estos tiempos, es increíble que todavía que los animadores de la Teletón sigan peleando pantalla por aparecer en el mega evento de Don Francisco. Es insólito que las marcas tengan que modificar sus etiquetas. Es ridículo –además de peligroso- que los autos sigan con la pintura blanca en los parabrisas traseros.
Todo es tan anacrónico a pesar de las discusiones que se han dado sobre el tema y de la democratización de las mismas gracias a internet.
Por lo mismo y a razón del título del artículo es que no voy a pelear más con argumentos en contra del empresariado, ni de la “explotación infantil” que hacen las empresas ni nada de eso. Quiero centrarme en un hecho puntual.
Hace poco menos de un mes, tuve un Accidente Vascular Encefálico, más conocido como “infarto cerebral”, que me dejó con una parálisis en el costado izquierdo de mi cuerpo (cara, brazo, pierna) y con problemas de lenguaje. El proceso de recuperación es muy complicado y extenuante. No me interesa dar las causas ni hacer arengas en contra de nada, ya que todos los organismos son diferentes. Pero si quiero ser enfática es en una cosa. La ciudad no está preparada para personas con movilidad reducida, porque faltan medidas que sean políticas de Estado.
El Metro de Santiago es una mierda si estás con problemas para caminar pero no usas silla de ruedas. Hay estaciones que no tienen ascensores en ciertos tramos, o que son muy pequeños. La gente no es solidaria en términos generales en los días de no Teletón porque faltan políticas públicas de concientización y de “desplazamiento social” para personas con dificultades.
Para qué decir Transantiago, que es satánico por lo lleno que va y la poca frecuencia de los buses.
Las calles… ¡eché tanta chuchada por culpa de las calles! Ya que la cantidad de hoyos, la falta de cemento en algunas veredas me tuvieron al borde de sacarme la chucha 100 veces y eso que camino con bastón. Entonces, no sé si agradecer o enchucharme, ya que transitar es tan imposible que hago más horas de terapia al día, sólo para sentirme más independiente y más segura al andar. Sin embargo, hay gente que no tiene las posibilidades ni el tezón para recuperarse a mil por hora. Y lamentablemente (y en esto soy irreductible) la culpa de esto la tiene Teletón. La discapacidad en cualquier país, debe ser una política de Estado para garantizar los mismos derechos para todos los ciudadanos. La gente que tiene algún tipo de discapacidad (por lo menos no hay en mi caso una “capacidad o habilidad diferente” más allá de las obvias diferencias entre seres humanos, sino una discapacidad para desplazarme y hablar con normalidad) en realidad no tiene el mismo derecho a desplazarse con comodidad por la ciudad, ni tiene acceso a los espacios como el resto.
Como yo misma, antes del accidente.
Honestamente yo no quisiera tener que exponer mi miseria, para demostrar que me puedo superar con esfuerzo. Todos necesitamos ayuda, pero exhibir la intimidad, el dolor, los momentos de debilidad, los episodios de escasez a razón de remedios, médicos y terapias me parece que es sumarle dolor al dolor. Y que en vez de dignificar la fortaleza que hay que tener para lograr la rehabilitación, lo que se hace es denigrar al sujeto en dificultades. Es destacar y subrayar su diferencia. Es poner el acento en donde no se debe.
La Teletón no hace más que fomentar que el Estado se siga haciendo el hueón con derechos ciudadanos que deberían ser fundamentales para estas personas.
Y cada uno de los que se hace partícipe en este show business (desde los animadores, hasta los camarógrafos) es cómplice y culpable de que miles de personas discapacitadas, que no tienen acceso a Teletón (porque la Teletón cobra cuando no eres casi un indigente) se las tengan que ver como puedan.
Esta nota no pretende ser una crítica para quienes ven la Teletón y se emocionan.
Tampoco para los niños y personas que están dispuestas a mostrar televisivamente tus “procesos” para sensibilizar y conseguir recursos.
Yo también me sentaré frente a la TV y con toda la empatía de lo que me ha pasado, seguro también voy a llorar con las historias. Sin embargo, no por ello, voy a dejar de sentir náuseas por el ejercicio empresarial macuco para ganar lukas a destajo con la sensibilidad ajena.
Me enoja que niños inocentes, con un buen fin (el de recaudar recursos) tengan que exhibir su dolor para que, Té Supremo, Watt’s, Soprole, Ripley, Sódimac, OMO, Luchetti, LAN, COPEC, CLARO (solo por mencionar algunas de las marcas) ganen millones y que el aporte que hagan sea una caracha en relación a lo que ganaron porque la gente, en su afán de ayudar, efectivamente elige las marcas que se vinculan a Teletón.
Me emputece que empresarios como Délano y Lavín hayan estado detrás de una institución como esta ya que dice mucho del mega evento, cuyo principal objetivo sea sacarle brillo a las ganancias y a la limpieza de imagen gracias a la hipocresía y la mentira de que están unidos para ayudar.
La Teletón no es más que la mejor de las publicidades con “mano de obra” prácticamente gratis durante 27 horas.
Todos los que trabajamos en comunicaciones sabemos cómo funciona el negocio. Todos los rostros de Teletón lo hacen porque es bueno para el currículum. No cuesta nada trasnochar un rato y poner cara de santo en las selfies para instagram y conseguir así miles de corazones para que otras marcas te tengan en cuenta.
Y todos saben que el que está más cerca de don Francis, es el que la va a llevar porque es el rey de las comunicaciones y estar en gracia con él te puede significar el éxito y al revés la muerte.
Para solucionar los problemas de discapacidad hay que hacer mucho más que centros de rehabilitación. En el metro ponen cajas auxiliares para que los pasajeros hagan su aporte, pero no hay ascensores.
¿Quién entiende esta esquizofrenia? ¿Cómo los rostros de la TV utilizan su capital simbólico para avalar esto y sin asco o sin una reflexión anterior que los haga sentir vergüenza?
Quisiera terminar diciendo que la gran culpa la tienen los gobiernos y sus respectivas administraciones que han sabido limpiarse la raja con las políticas que debieron crear en torno a la discapacidad, para evitar los vicios y las malas prácticas que hay en torno a esta dinámica teletonística que tanto daño nos hace.
Cabe mencionar que en el caso de la “Colusión del Confort”, los aportes no superan el 1% de las ganancias que consiguieron con esa práctica delictual.
El twitter: @AngelaBarraza