Yo me cuido, ¿tú me cuidas?

Este año recién pasado fue especialmente intenso en cuanto al aumento de denuncias relativas a Abuso Sexual infantil

Yo me cuido, ¿tú me cuidas?

Autor: Wari

Este año recién pasado fue especialmente intenso en cuanto al aumento de denuncias relativas a Abuso Sexual infantil. Según el Ministerio de Justicia las cifras aumentaron en un 30% en relación al mismo período del año anterior. Por lo mismo, es bastante probable que, en marzo, los colegios anuncien campañas de prevención relativas al tema, las cuales en cuanto a estructura y conceptos centrales, seguramente no distarán mucho de aquellas que ya se han venido implementando los últimos años.

El concepto de base que hay en estas campañas de prevención es el “Autocuidado”, el cual es muy importante de enseñar a los niños y consiste en que conozcan su cuerpo y sean capaces de reconocer conductas de riesgo ante otras personas. Si bien, esto es imprescindible como parte de una campaña, focalizarse sólo en este punto encierra una trampa, porque pone la responsabilidad en el niño y en su capacidad de decir que no, con lo que se le hace responsable de cuidarse, él mismo, de posibles abusos.

Pensemos un poco. ¿Qué pasa con los niños que han sido abusados y ven esta campaña? ¿Es justo que se sientan culpables por no haber sido capaces de decir que no? Estos mensajes victimizan secundariamente a aquellos niños que no son pocos y son también receptores del mensaje. ¿No será mucho poner la responsabilidad en niños de hasta cuatro años? Además, si nos ajustamos a la realidad, cuando ocurre un abuso los que hemos fallado hemos sido los adultos, no los niños.

Esto, aparte de ser injusto y liberar a los adultos de la responsabilidad que les compete, muestra un desconocimiento sobre la dinámica relacional en la que se sustentan los abusos sexuales.

De acuerdo a los personajes de las campañas de prevención, pareciera que “hay alguien externo”, malo e identificable, al cual el niño debe decir no. Sin embargo, sabemos que el abuso es un acto cometido en un 88 % por miembros de la familia vinculados afectivamente al niño. A la base hay un abuso de poder de una persona en quien el niño confía mucho. Esta persona normalmente comienza a actuar de forma muy sutil, el niño no se da cuenta de las transgresiones de las que está siendo víctima, y cuando comienza a percatarse de lo que realmente pasa, se le produce una “ruptura de contexto”, es decir, se quiebra su mundo (interno y externo) y su consistencia, ya que es difícil entender que esos actos detestables los está cometiendo alguien que lo quiere, se supone lo protege y no “el malo de la película”. Su aparato mental no está preparado para elaborar algo así. Cuando se da cuenta de que algo malo está pasando, ya es demasiado tarde, ya “falló”, ya no dijo el esperado “no”, está atrapado y “debe guardar silencio”. A veces esto dura muchos años.

Por último, este tipo de campaña que se basa sólo en el autocuidado constituye una paradoja, ya que todo nuestro sistema educacional tiene como objetivo educar niños obedientes, que no cuestionen a los adultos, “respetándolos”, ojalá sin reclamar mucho. O sea queremos que nuestros hijos sean “parados de la hilacha» con el abusador, pero si cuestionan al profesor o a alguien de la familia, se les reta.

Debiéramos crear campañas de prevención basadas en una educación integral, sustentadas en mensajes que promuevan el buen trato, que incorporen necesariamente a los adultos significativos que rodean al niño, padres, apoderados y profesores, personas claves al momento de detectar situaciones de riesgo. Se debiera trabajar coordinadamente para que nuestra sociedad sea capaz de respetar a los niños, aprender a escucharlos, no sólo cuando quieran denunciar un abuso sexual, sino siempre, cada vez que quieran hablar, que quieran cuestionar. Ninguna persona debiera quedar libre de cuestionamiento, ni el profesor del colegio, ni el cura de la iglesia, ni el padre de familia, no porque haya que desconfiar de todo el mundo, sino porque los adultos también se equivocan y porque algunos adultos protegen, pero también otros dañan. Debemos aprender a confiar, pero también enseñar a confiar lúcidamente.

Por Mariana Assis

Psicóloga

25 febrero 2013

Publicado en Momwo


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