Yo voto ASAMBLEA CONSTITUYENTE AHORA

Es evidente que, apenas conocidos los resultados del 4 de septiembre del año pasado, debió anunciarse un nuevo llamado a elecciones de convencionales. Si no resultó la primera vez, hay que intentarlo una segunda. La experiencia por ningún motivo ha sido en vano. Y los cambios profundos urgen, quizá más que nunca.

Yo voto ASAMBLEA CONSTITUYENTE AHORA

Autor: Wari

Por Camilo Rojas

El propósito de esta columna es defender la opción ASAMBLEA CONSTITUYENTE AHORA para las próximas elecciones de consejeros constitucionales del 7 de mayo. Es decir: escribir en el voto “ASAMBLEA CONSTITUYENTE AHORA”, sin marcar la opción de ninguno de los candidatos que se han prestado para este ilegítimo intento, por parte de los partidos políticos, de mantener la estructura económico-política actual, en la que ellos han prosperado de espaldas al país. Ya nadie se engaña: sabemos cuáles son los intereses de los partidos políticos “tradicionales”, sabemos que, si hay cambios, éstos serán meramente formales o decorativos. De hecho, no sería raro que la mayoría de los partidos espere un rechazo de salida, lo que, en todo caso, no les significaría un fracaso. Muy por el contrario.

Todos sabemos que buena parte de estos partidos, es decir, buena parte de sus principales personajes, han sido financiados o “apoyados” por grandes empresarios. Sabemos que les han hecho leyes a la medida, que les han perdonado multas millonarias y que les han permitido y en muchos casos estimulado una serie de atentados (principalmente robos, directos e indirectos, pero también otros mucho peores) contra el país, contra todos nosotros.

No es casual que los partidos políticos y el Congreso sean las instituciones en las que menos confiamos, y tampoco es simple sospecha: son muchísimos los casos investigados y juzgados que se van acumulando, principalmente casos de corrupción entre políticos y empresarios, además de los robos y desmantelamientos internos que ya llevamos medio siglo espectando de forma intensiva (y que hoy en día protagonizan, con su acostumbrada nula escrupulosidad, un puñado de exalcaldes de derecha).

Uno de los factores que desató la furia social de octubre de 2019 fueron las burlas de los ministros de entonces. Esas burlas hacia la gran mayoría de quienes vivimos acá, con un transporte público colapsado y excesivamente caro, con una salud pública de dolorosas y angustiosas esperas, ya sea en listas o estrechos pasillos de urgencias, mientras pasan días, semanas o meses que significarán peor recuperación, secuelas o hasta la muerte. No sabemos si las burlas fueron producto de una total ignorancia de la realidad (es decir, producto de su estupidez) o si fueron burlas con un fondo sádico (es decir, por gozar metiendo sus dedos sucios en dichas llagas), o ambas; pero, independiente de sus motivos, esas burlas fueron un ingrediente de lo que desató la ira, que no era nueva ni silenciosa, pero que se expresaba desunidamente.

La rabia frente a esas burlas unió a muchas y muchos en esos meses, tal como debería ocurrir hoy frente a lo que podríamos denominar la Gran Burla de los partidos políticos “tradicionales” hacia la población, con este proceso ilegítimo cuyo único ingrediente democrático consiste en votar (y obligatoriamente) por unos títeres puestos por los mismos partidos, títeres que votarán lo que ya vendrá pensado y definido por los pseudoexpertos elegidos a dedo por los mismos partidos políticos. Parece una broma, pero no: es una burla, una Gran Burla. Sin embargo, hoy el contexto es diferente: si bien la violencia estructural sigue igual o peor, no es poco lo que hemos aprendido, reflexionado y trabajado. Pero volvamos, antes, al problema de la Gran Burla:

Los partidos políticos “tradicionales”, mediante el poder legislativo, han hecho una interpretación arbitraria y evidentemente inapropiada del resultado del plebiscito del 4 de septiembre del 2022; incluso el Presidente de la República hizo referencia a un tal “mundo del rechazo” que realmente no existe como tal: el 61,9% de los votantes que no aceptaron la propuesta es un grupo profundamente heterogéneo, entre quienes cuentan, por ejemplo, los atemorizados por una campaña del terror que les hizo pensar en una crisis aun mayor, los que consideraron que se podía escribir algo mejor, los que estuvieron en desacuerdo con dos o tres conceptos, quienes juzgaron negativamente a algunos convencionales, y, por último, los verdaderos interesados por mantener la estructura actual (los partidos políticos de centro y derecha y los poderes económicos relacionados, con el apoyo de sus medios de comunicación masivos y sus respectivas cortes).

Así, había muchas formas de rechazar el texto, mientras que para aprobarlo había que estar de acuerdo con la propuesta en general, pese a sus defectos (faltaba un proyecto claro de país, respecto al uso de los recursos naturales, por ejemplo, o respecto a sistemas tan importantes como el de salud). Y, además, si se rechazaba se podía hacer de nuevo, mientras que si se aprobaba, no. En definitiva: no es tan raro que se haya rechazado. Pero cuando lo evidente era una nueva elección democrática de constituyentes, los políticos decidieron sentarse tranquilamente a negociar (no es otra su tradición), puertas adentro (tampoco es otra su tradición), para terminar dictando una nueva propuesta, que pone al Congreso y a dichos partidos como responsables exclusivos del proceso. El 61,9% del rechazo (2022) les parece un argumento que apunta directo al modo de composición de la Convención, y bajo esta idea falaz se han apropiado del proceso. Esto, pese a que el plebiscito de 2020 haya sido claro y realmente directo respecto a este tema, y con un resultado considerablemente más apabullante: el 79% votó porque el Congreso no participe en el proceso. Realmente es una burla, una Gran Burla que se puede dar sólo gracias a la constitución actual que dicen querer cambiar.

Si revisamos los índices de confianza a nivel nacional, vemos que las instituciones peor evaluadas por la ciudadanía (CEP, 2017-2022) son justamente los partidos políticos (4%) y el Congreso (8%). Esas cifras podemos compararlas con el 38% del Apruebo, y, aunque es una comparación muy indirecta, marca una diferencia tan grande que debería avergonzar a estos políticos. Pero ellos no se avergüenzan. Al menos hasta ahora.

Si su criterio es que un 38% de aprobación es lo suficientemente bajo como para no repetir el modelo; hace mucho tiempo que deberíamos haber cambiado el modelo del propio Congreso, cuya aprobación viene resultando grotescamente inferior.

Como ya se ha dicho: no podemos olvidar que parte de los detonantes de la Revuelta de 2019 fueron las burlas constantes de los ministros de aquel gobierno y de su presidente, un gran burlador y un caso psiquiátrico gravísimo (de tipo egosintónico), en tanto causa daños profundos y permanentes a millones de personas y entornos. Este es un tema que deben abordar, necesariamente, la psicología y la psiquiatría contemporáneas en su irrenunciable ámbito ético-político, y estos estudios deberían tener consecuencias jurídicas.

Otro argumento que han esbozado los congresistas para tomar el control del proceso: que estamos cansados. Y posiblemente muchos lo estemos, pero no hay más opción que seguir. Mucho más cansados estamos de la violencia de los grandes capitalistas (violencia estructural que les resulta necesaria para su propia existencia y mantención) y de los propios políticos. Pero hoy nos encontramos de frente con un nuevo límite, el medioambiental, del que dependemos: simplemente no hay más espacio ni recursos para seguir el modelo de desarrollo que se nos impuso en dictadura y que han ampliado los posteriores gobiernos democráticos. Buena parte de las industrias forestal, pesquera, energética o salmonera, entre otras, han causado y siguen causando daños ambientales y sociales cuya gravedad cada vez comprendemos mejor, pues cada vez más las mayorías, desde las ciudades, notamos con mayor claridad sus nefastos efectos. Sólo pensemos en la sequía y los incendios, que son producto principalmente de los monocultivos forestales (y secundariamente de la crisis climática, que es más un efecto de la sumatoria global de estos desastres ambientales locales, que causa de ellos). Hasta ahora nos hemos ocupado casi únicamente del crecimiento económico, pero hoy definitivamente entendemos que debemos regular, debemos cuidar lo que tenemos porque se malogra y se acaba, aunque también, con mucho trabajo, puede recuperarse; debemos pensar un modelo de desarrollo inteligente, a largo plazo, y gobernado por el respeto y una defensa profunda por la autonomía, en todos los niveles (individual, comunitario, comunal, regional, estatal, etc.). Ya no podemos seguir como vamos. Ahora, tampoco se trata de simplemente decir que íbamos mal y despreciar todo lo acontecido. Debemos asumir que no podemos saber cómo sería el presente si el pasado hubiese sido de otro modo. El presente pudo haber sido mejor, o pudo haber sido peor: no tenemos idea. Resulta razonable y necesario recordar y juzgar ética y políticamente los logros y los crímenes del pasado, pero nunca regodearnos en cómo sería la vida sin ellos.

Es evidente que, apenas conocidos los resultados del 4 de septiembre del año pasado, debió anunciarse un nuevo llamado a elecciones de convencionales. Si no resultó la primera vez, hay que intentarlo una segunda. La experiencia por ningún motivo ha sido en vano. Y los cambios profundos urgen, quizá más que nunca.

Aquí es donde aparecen los escépticos y los acomodados diciendo que todo es imposible. Que estamos condenados. Que los poderes económicos tienen todo demasiado controlado, que una Constitución no asegura nada, que no hay ningún proyecto político viable, que la ética humana es a fin de cuentas antisocial, que el desastre climático ya está en marcha y no hay cómo revertirlo, etc. Pero estos escépticos se equivocan en cada punto. Si bien es cierto que la historia humana nos habla de muchos fracasos políticos, líderes carentes de ética e innumerables abusos y masacres, la historia humana también nos habla de extraordinarias obras de ingeniería y de arte, de organizaciones sociales y productivas, de amores, músicas y alegrías. Además, la historia de la humanidad es muy breve puesta en un contexto geológico-biológico: considerando nuestra flexibilidad neurológica y comportamental, realmente puede pasar cualquier cosa. Somos parte de una naturaleza que ejerce una inteligencia extraordinaria en todas sus formas, aunque también se equivoca, y puede morir; nuestro destino está abierto, y de nosotros depende usar nuestra inteligencia para resolver nuestros problemas y procurarnos una buena vida, o esperar a que lo hagan, con mayor dificultad aun que nosotros, las próximas generaciones, pues, en cualquier caso, parece difícil que a la larga nuestra estupidez pueda destruir nuestra inteligencia.

Nuestro mayor problema hoy son las desastrosas consecuencias sociales y naturales del capitalismo exacerbado, que consiste básicamente en el empoderamiento, a nivel global, de grandes poderes económicos, completamente desregulados, que hoy cumplen buena parte de las funciones que corresponden a la política, pero apuntando a su propio beneficio. Desde la segunda mitad del siglo pasado (especialmente producto de los acuerdos internacionales post segunda guerra mundial y los avances tecnológicos de las últimas décadas) varios factores vienen determinando un avance creciente de este capitalismo: las riquezas materiales se concentran cada vez más en personas individuales, mientras buena parte de la población global vive con problemas de salud desatendidos, mala alimentación, asesinatos a la vuelta de la esquina, en entornos contaminados; en el marco de una vida cotidiana hostil y atormentada por la incertidumbre.

Los grandes capitalistas han logrado reunir, por debajo de la mesa, los poderes del Estado, que hace mucho tiempo todos sabemos que hay que mantener separados. La corrupción hoy manda, y los propios políticos sostienen que es muy difícil extirparla; y es esperable que lo sostengan, pues son precisamente ellos, en su mayoría, quienes han sostenido la trama de corrupción que caracteriza nuestras tres décadas postdictadura; los mismos que negocian la elección de fiscal nacional para que no se les investigue; los mismos que hoy quieren tomar las riendas del proceso reconstituyente, obligándonos a escuchar sus discursos vacíos y a reconocer sus sonrisas satisfechas en la franja electoral y en el enjambre comunicacional de los medios masivos. Es una burla más, entre muchas, pero es una burla transversal y de proporciones inmensas.

La votación del 7 de mayo nos ofrece una oportunidad inmejorable para expresar nuevamente una decisión ya tomada por las grandes mayorías de nuestro país: queremos una Constitución escrita con representación de los diversos sectores de nuestra sociedad, y no por un grupo de personas designadas por los partidos políticos. Aunque el actual gobierno ha defraudado a muchos, aún podemos confiar en que es capaz de coordinar un nuevo intento. Pero no podemos dejarlo sólo en sus manos: casi todo debemos hacerlo nosotros, como lo han venido haciendo muchas organizaciones, comunidades e individuos que reflexionan, alzan la voz y trabajan por un país mejor, por una vida mejor.

Por último: además de la parte orgánica (estructura de la República y sus instituciones) y la dogmática (derechos y deberes), una Constitución, en el mundo actual, debería necesariamente tener un primer capítulo que establezca ciertos principios éticos, sólida, clara y sucintamente fundamentados, de los cuales pueda desprenderse la parte dogmática, y en función de los cuales se organice la parte orgánica. La defensa de una primordialidad de la autonomía en todos los niveles, y el respeto a priori ante toda otredad (sostenido, a su vez, en un argumento epistemológico que es el resultado quizá más relevante de la filosofía moderna: cada sujeto es una versión del universo, y el universo sólo se expresa en sujetos) deberían ser, a mi entender, los dos pilares éticos fundamentales.

Pese a todo lo robado, seguimos siendo un país riquísimo. Pese a todos los fracasos, el futuro sigue abierto. Marquemos ASAMBLEA CONSTITUYENTE AHORA, contemos los votos con dicha marca, y veamos si de una buena vez por todas los políticos fraudulentos y sus marionetas logran sentir vergüenza, lo que significará un gran paso para su salud mental y para la nuestra, con sus sonrisas satisfechas lejos de nuestra vista.

Así, con el panorama despejado, podremos recuperar nuestro país de tanto maltrato y aportar a un cambio global que debería venir muy pronto, pues la Política ya no se encuentra en un universo abierto y confuso: hoy existen límites claros que, aunque son lamentables (con la crisis ecológico-climática a la base), al fin nos marcan un camino claro para el futuro, un futuro que depende fundamentalmente de todas y todos nosotros, de nuestra inteligencia y nuestro trabajo.

ASAMBLEA CONSTITUYENTE AHORA.

Por Camilo Rojas

Psicólogo


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