Sé que el solo título del artículo es sumamente pretencioso. Sí, yo también necesito humanizarme, pero es algo que procuro hacer cada día, y no es porque me crea de una superioridad moral inapelable e indiscutible, sino, precisamente, porque intercambio con la gente: comida, palabras, afecto. Por ejemplo, a través de unos muchachos estudiantes que querían tener contacto conmigo llegué a acercarme un poco a la filosofía: a Kant y a Spinoza especialmente.
A las ideas de sujeto, modernidad, mayoría de edad; profundicé en las pasiones del alma para buscar caminos de paz… en fin, conviviendo, sabiendo que de cada persona, por muy distinta a mí que sea, puedo aprender algo, siempre desde y dentro la concordia, palabra esta que debieron haber escogido como la más hermosa del español por su etimología y sus acepciones, sin que me encuentre, claro, en desacuerdo con esa ciudad preciosa que es Querétaro, cuya pronunciación y enunciación también me parecen preciosas, además porque viene de una lengua nativa de América. Pero quería yo enfatizar en la concordia, esa palabra que viene del latín, que significa unión, que ha sido invocada en los textos más sublimes escritos por el ser humano. Concordia, común acuerdo, sortija compuesta de dos anillos enlazados.
No hay que ser de izquierda o de derecha, tampoco feminista, ni activista por los derechos de los homosexuales; basta con ser humano y abrir los ojos, pero abrirlos de verdad para ver y no solamente mirar. Hay gente que se despierta y, como un autómata, se baña, se viste, se arregla. Lee la prensa. Todo eso está bien. Octavio Paz hace alabanza de ello en El arco y la lira. Pero continúa. Lee la prensa: el PIB está bien, el TLC está a punto de ser firmado, la gasolina subió (y aquí se preocupa un poco), la inflación sigue estable, ya empieza el problema, y no del que lee el periódico, sino de todos: A meras estadísticas se le antojan, puras siglas, va al carro, lo enciende, ve que en la calle hay una familia de desplazados y, de ser muy bondadoso, les ofrece a los cinco una moneda de doscientos pesos. Se va tranquilo al trabajo. Ignora que detrás de eso hay un Estado incompetente e indolente que no quiere reconocer un conflicto, que a duras penas reconoce las cifras del FMI y cuanta sigla se han inventado, que, sumiso, acepta las tasas de cambio y las transacciones que le imponen. En lo interno, en lo social, solamente invierte en guerra: armas, soldados, policías. Ya Colombia no ve potencial humano, sino potencial de guerra. Bueno, ¿pero yo qué puedo hacer como ciudadano? ¡Mirar! Kant decía que el hombre es esclavo de sí mismo, de sus propios prejuicios, de sus cadenas. No basta con que exista un legislativo que fabrique leyes, sino que necesitamos un aparato de justicia que esté dispuesto a cumplirlas y una ciudadanía atenta a entenderlas, a saberse obediente para algunas y rebelde para otras, ¡pero consciente! El canal del Congreso, créanlo o no, no está ahí para que los senadores y representantes a la Cámara se den pantalla y, frente a toda la nación, descaradamente, incumplan con lo que le prometieron porque se comprometieron con un cacique político. Tenemos que ser más participativos, más activos. La mayoría de edad no está en la cédula, sino en la conciencia que se va adquiriendo con el conocimiento, no solo de los libros, sino también del otro.
Sin embargo, una sociedad no solamente está hecha de leyes, y esto lo sabe cualquiera. La solidaridad, por ejemplo, ha sido vergonzosamente desplazada por la indolencia, la mezquindad, la avaricia. Ahora resulta que es gracioso burlarse de los defectos físicos de las personas, de su manera de vestirse, de cómo se apellida. Eso hasta en los colegios está prohibido, pero aquí, aquí hay gente que se dice de izquierda, de avanzada, defensora de derechos humanos, que no es capaz de respetar a las prostitutas, ni a las personas que padecen enfermedades mentales, ni a aquellos que han acudido al alcohol y a las drogas, síntomas estos también de una sociedad enferma, ya no enfermiza. Los consultorios de los psiquiatras están cada vez más llenos, nuestras niñas se están muriendo de anorexia, los jóvenes se nos están suicidando. Pareciera que las sonrisas de los niños ya no enternecieran, ni los consejos de los viejos sirvieran. La venganza es lo que más los motiva y al finalizar el día le dan gracias a Dios porque tal jefe de Estado tiene cáncer o se está muriendo, el ejército dio de baja a unos, los unos dieron de baja a los del ejército. Amén. Padre Nuestro que estás en los cielos…
Una vez leí en el Twitter de un muchacho que ni siquiera es simpatizante mío -para que vean que yo sí manejo mi Twitter- una frase que me marcó hasta el día de hoy, y la escribió el 21 de marzo: “Para tener un sistema moral respetable no se necesita creer en la existencia de Dios sino en la existencia de los demás. Eso es más difícil.” En realidad no sé si es de él. Se llama Javier Moreno el que lo puso allí y me pareció brillante. Aquí, y en todas partes, nos hace muchísima falta creer en la existencia de los demás, especialmente en aquellos que no les va tan bien como a nosotros, ni cuentan con los mismos privilegios. Despertarnos ante el hecho del asesinato de Ana Fabricia, porque justo anteayer asesinaron a otro de los líderes de la restitución de tierras en Apartadó. Y así, van cayendo, “un negro más, un negro menos, quién los manda a estar jodiendo”, dicen. A este paso vamos a tener la ley, pero no víctimas a las que reparar.
Los del Banco Mundial, por su parte, van creando siglas de países que, en unos casos, son nobles y en otros, por su nombre en inglés, ofensivos. ¿A quién se le ocurre que los portugueses, italianos, griegos y españoles son unos cerdos? ¡Italia y Grecia son la piedra angular de la cultura occidental! Portugal tiene un Nobel de Literatura y cientos de escritores de renombre. Con España pasa igualmente, ¿por qué permitimos eso y no nos indignamos?
Creo que, como decía otro filósofo el problema es la ética. Wittgestein afirmó que la ética era la estética, y yo estoy de acuerdo: actuar mal es muy feo.
Por Piedad Córdoba
30 de junio de 2011
Publicado en www.piedadcordoba.net