Observo en la televisión escenas de gente con mascarillas en ciudades de México y de otros países y me queda dando vueltas la idea de que hemos logrado alcanzar una representación muy exacta de la vida, en nuestros días. Esas mascarillas están para librarnos de las otras personas que están a nuestro alrededor o que caminan cerca de nosotros. Podrían contagiarnos. Y el contagio podría ser fatal. Ellos son nuestros peores enemigos. Los globalizadores nos enseñaron que las fronteras se habían pasado de moda: y los virus de los cerdos les están dando la razón. Los ideólogos del anti-estatismo nos dijeron que el mercado se iba a preocupar de arreglar todos los desajustes, pero que los individuos, para poder sobrevivir en el nuevo ordenamiento económico social, deberíamos preocuparnos de ser competitivos al extremo, a sabiendas de que los otros también están en el juego de la competitividad, que son tus competidores, tus enemigos -cuidado con ellos-. La mascarilla en el rostro es el símbolo del miedo al otro. Una alegoría perfecta de la desconfianza que ahora palpita en el corazón de la humanidad: la desconfianza permanente de la vecindad de los iguales, sean quienes sean, vengan de donde vengan, que pueden venir quizás de dónde. Y a lo mejor ni siquiera se han lavado las manos (¡añade a la mascarilla un par de guantes de goma!).
NO ES LA CULPA DEL CHANCHO
Algún agripado estornudó cerca de un cerdo, sin taparse las narices, y el pobre cerdo se agripó. Naturalmente, cuando otra persona se acercó al chiquero, el cerdo no pudo evitar el estornudo –oink, oink at chiiis- con lo que traspasó el virus de su gripe al visitante. Lo malo es que el virus humano que infestó al cerdo había sufrido una mutación dentro del cerdo y cuando éste le pegó su gripe al visitante lo que le estaba pegando era una gripe transformada de origen mezclado, humano y chancho, que al entrar de nuevo a un organismo humano volvió a mutar adquiriendo la temible capacidad de transmitirse de persona a persona.
Ahora ya no basta con matar las vacas locas, como el 95, o eliminar a las gallinas con la gripe aviaria, como el 2004. Ahora es cuestión de mascarilla y de paciencia hasta que algún laboratorio diga que descubrió la vacuna que puede atajar la pandemia –si es que los virus agripados de los cerdos también llegan a globalizarse, como aseguran que ocurrirá-. Y, en ese caso, bueno sería saber quiénes son los propietarios de ese laboratorio que descubrió la vacuna y que, en virtud de esto, ganará millones y millones de todas las monedas del mundo. No vaya a ser cosa que el que le dio el afrecho al chancho se lo dio convenientemente contaminado. Para vender las vacunas, quiero decir…
Qué lastima. La palabra granuja pasó de moda, habiendo tantos a los que les calza.
por Alejandro Arellano Allende