Los paros, huelgas y manifestaciones de la calle, son acciones legítimas que tienen los gobernados para hacer notar su voz a los gobernantes, a las elites. Pero para que tengan efecto hay que entender qué se busca con ellos. De lo contrario pueden actuar en sentido contrario sin quererlo.
Hay que asumir que en tiempos “normales” las elites copan los canales de comunicación más importantes, por lo que los gobernados quedan fuertemente excluidos de esos grandes flujos. Por ejemplo, los ciudadanos “de a pie” logran pocos espacios en los medios de comunicación de masa o en el parlamento. Así los paros y las marchas callejeras, entre otros, se vuelven mecanismos efectivos para expresar disconformidad sobre la forma en que se gobierna, especialmente en períodos no eleccionarios y de crisis de representatividad como el de hoy.
Es su arma más poderosa para hacerse escuchar. El problema es cuándo y cómo hacerlo para que su voz tenga más fuerza, y estas acciones no terminen, por inoportunas o inarticuladas, debilitando la acción social de largo plazo. Pero, ¿cuándo un paro puede ser inoportuno pensando en los objetivos de largo plazo de la demanda social?
Un paro, a diferencia de otras acciones sociales, exige mucho más esfuerzo de sus participantes que otras acciones. Mucho más trabajo, coordinación, tiempo e incluso riesgos físicos o laborales para ocupar el espacio efectivo de la ciudad. Implica desgaste importante de actos sociales concretos y efectivos para alcanzar logros sociales de largo plazo. Es como una “bomba de neutrinos” de la lucha social no-violenta.
Para aclarar, al otro lado de la lista, están las acciones sociales no-violentas más simples, como las exitosas marchas callejeras del último tiempo, las huelgas parciales por sectores (que se ven menos), los brazos caídos, las cartas masivas al director o al Gobierno, asambleas populares, que difieren entre ellas por el esfuerzo y tiempo que requieren para organizarse y realizarse.
A mayor complejidad y esfuerzo, se requiere más compromiso y conciencia.
Con esta disparidad de acciones y herramientas, se necesita un criterio para elegir la acción más adecuada a cada momento, y aquí el esfuerzo que se hace en relación con el objetivo que se busca debe ser iluminador para no hipotecar objetivos mayores.
Por eso es tan importante que el objetivo sea claro y compartido por la mayor cantidad de movilizados. Además se debe creer que ese fin debe ser “posible de alcanzar” con la acción movilizadora, que tenga su “propia promesa”. Que haya una relación entre acto y fin.
El paro, como una de las herramientas sociales que exige más a sus participantes, mucho más si es de dos días, si no tiene claro sus objetivos o no agotó antes herramientas más simples, puede terminar al final de la jornada como un acto impotente que no tuvo gran sentido. Corre riesgo de ser olvidada a las pocas semanas.
Si el paro termina por no convocar suficientemente a las fuerzas sociales. Si no es acatado por la ciudadanía en masa. Si la ciudadanía no tiene claro para qué se está llamando al paro, o si se siente luego de él que no se avanzó mucho, el paro puede ser sentido como un esfuerzo sin frutos, truncado y debilitador.
La historia está llena de ese tipo de manifestaciones anónimas que se olvidan en el cementerio de las acciones sociales, sin flores ni lloronas.
Lo más grave para quienes buscan los cambios es que este efecto puede ser funcional para quienes buscan mantener las estructuras. Los gobernantes buscarán minimizarlo y reinterpretarán el débil efecto a su favor. Se corre el riesgo de perder el impulso. Es el nuevo escenario que se eleva y que habrá que trabajar.
Será lógico preguntarse ¿Con qué herramientas se seguirá si la herramienta mayor se haya mostrado impotente?
Toda acción social debe enmarcarse en una espiral en ascenso de otras luchas. Debe ser considerada por su función estratégica.
Para ponerlo distinto: No se combate un resfrío con una cirugía al pulmón. Hay mucho que hacer antes de la intervención mayor. Hay que tener ojo con el culatazo de una acción que termine así.
La movilización necesita de maduro escalonamiento desde acciones sociales no-violentas previas más simples y fáciles de articular, hasta las más complejas y costosas. Necesita que los objetivos estén internalizados y comprendidos en los ciudadanos. Se debe producir una interacción social que sume conscientemente a nuevos ciudadanos ajenos al proceso y que fortalecerán al fin del camino las acciones mayores. Es un trabajo de todos y para todos.
Además, debe ser un producto profundamente democrático que se oponga a la lógica predominante, producto de un trabajo deliberativo de las comunidades afectadas, de los gobernados, si se quiere avanzar hacia mundos más justos, más humanos.
Por Fernando García Naddaf
M.A. Ciencias Políticas