Por CT
Los casi 100 kilómetros que separan Santiago de Rancagua y que se recorren en solo 1 hora 15 minutos, resultan breves para resumir el emotivo encuentro entre Tita Friedmann, madre de Raúl Pellegrin, fundador del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, y Mauricio Hernández Norambuena, miembro histórico de la organización político militar.
No solo se congregaban una parte de la historia insurrecta de Chile, también lo hacían dos personas a quienes las une el afecto mutuo por quien marcó sus vidas, y las de un grupo de chilenas y chilenos que apostaron por un cambio radical de nuestra patria.
«Fue una tarde de un día de visita. Quizá una tarde cualquiera, pero no, claro que no fue un día más en este lugar gris. Sentados, tomando las manos de aquella madre que infinitas veces acarició a su hijo Rauli», comparte Mauricio Hernández.
«Fue muy hermoso abrazarnos con Ramiro… Además, tuvimos las manos juntas muchas horas. Creo que 4 horas. Me hizo cariño en la cabeza y estuve acurrucada con él. Tan lindo… tan lleno de mi Rauli. No lloré, pero ahora estoy con lágrimas», relata Tita.
Fue en torno a una banca dispuesta meticulosamente por el propio Ramiro, con una manta roja donde ambos se reunieron. Detalle que le otorgó calidez «a ese metro cuadrado de cemento», como lo describe Carmen Fierro, testigo de la sencilla pero sentida visita.
Al borde la banca había un termo con agua caliente, 3 tazas y algunas bolsas junto a un envase de café, un queque y unos bombones de chocolate. «Todo ordenado con un amor de esos que llena el aire. ‘Es que pasa un carrito vendiendo golosinas”, dijo Mauricio como recuerda Carmen, al referirse a lo dispuesto en la banca, «lo hizo con una sonrisa bella, bellísima», añade.
Una madre y sus hijos
En la visita Mauricio les confesó a sus dos invitadas que solo usa buzo y poleras, pero para esta visita «se había vestido guapísimo, con unos pantalones de color crema y una chaqueta azul que parecía nueva», detalla Carmen Fierro.
Quien cuenta que al momento de llegar ambas vieron la cara iluminada de alegría a través de la reja de Mauricio, que “nos marcó para siempre”. Luego Ramiro y Tita se dieron un esperado y apretado abrazo.
Si bien la «sala de visitas era un lugar frío e inhóspito», el espacio que cuidadosamente él había preparado para esperar a sus invitadas apaciguo ese ambiente. «Él le tomó sus manos y no la soltó más, las palabras iban y venían con la dulzura y la complicidad del reencuentro de una madre con un hijo después de años sin verse».
Ambos justamente recordaron y hablaron de Raúl, para su madre fue inolvidable, «fue lindo escucharlo y sentir, como hermano de él y por lo tanto también hijo mío. Fueron momentos maravillosos».
«Es muy inteligente, cariñoso, empático, hermoso, comprensivo. Debe haber leído, cómo sabía, que para mí era tan importante las manos del Rauli», expresa Tita.
Fueron dos 2 horas y media de vida y recuerdos, hasta que los gendarmes les avisan que ha finalizado el periodo de visita. «El tiempo fue casi irrelevante, los recuerdos iban apareciendo y las historias se tejían con la misma fluidez y armonía con que la Tita nos tejía los chalequitos amarillos para salir del hospital con nuestros hijos o hijas recién nacidos, porque así era en Cuba», rememora Carmen Fierro.
Quien también comparte que fue un encuentro lleno de presencia de Raúl, «porque no cabe duda que en esas horas aparentemente solo éramos tres…pero fuimos cuatro desde ese primer encuentro de miradas a través de la reja, ahí estaba él, el Rauli Alejo Rodrigo, ahí estaba él, tocándole las manos a la Tita y arropándola con dulzura».
«Esa tarde me sentí conectado con nuestro José Miguel y con toda esa historia que él nos invitó a realizar. Su madre Tita esa tarde en la visita encarnaba la dura ausencia de ese hijo que se hizo pueblo y cordillera, dignidad y memoria», evoca Ramiro.
Se fueron caminando lento, «saboreando lo dulce de ese encuentro, mirando los pájaros que se iban parando entre las rejas», en un viernes que «marcó para siempre» a todos los que se juntaron al interior de la cárcel de Rancagua.