Hora de almuerzo en la capital y parecía que todo se detenía. No se había hablado de otra cosa. El eclipse parcial que se vería desde cualquier lugar de Santiago tenía todos los ojos puestos en él. Literal. Las expectativas se proyectaban altas. Pasaría un tiempo para volver a tener una oportunidad como esta. Por algunas horas, la ciudad aparentaba ser otra.
Muchos pensaban que deberían haber dado feriado, que nadie debía ir a trabajar y así poder entregarse al disfrute del evento astronómico, que apuntaba a ser magnífico. Pero el capitalismo no perdona. Aun así, los puestos de trabajo eran abandonados por un rato y las calles, azoteas, techos, balcones y cerros metropolitanos se llenaban de gente. El interés generado alrededor del sol fue brutal.
El caos fue total cuando a eso de las 14:30 horas, en la entrada principal de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), comenzaron a repartir los lentes adecuados para poder ver el eclipse, que en la capital alcanzaría un 92% de cobertura. Probablemente eran más de 100 personas las que deseaban con ansias observarlo sin dañar sus córneas.
Anterior a eso, alrededor de las 14:00 horas, la fila para entrar al recinto al interior de la Usach era enorme. La capacidad era para mil personas. La Fiesta Eclipse Usach, que había sido anunciada con bombos y platillos, prometía ser inclusiva. Eclipse: un juego de luz y sombra, película realizada por la entidad universitaria, sería estrenada en el evento; stands y charlas científicas; food tracks; Djs y música. Por primera vez se podría escuchar al sol, además de ver cómo desaparecía lentamente detrás de la luna.
Poco a poco comenzaban a llegar los espectadores. Nadie quería quedar fuera. Aun siendo con entrada, no faltaron los que saltaron la reja y disfrutaron de las actividades, que fueron múltiples. Al comienzo todo parecía ser confuso. Si bien las ofertas eran varias, daba la impresión de que nadie sabía muy bien hacia dónde ir. Los presentes esperaban que el eclipse ocurriera pronto.
Mientras tanto, algunos hacían fila para observar estrellas y planetas desde el gran telescopio Giant Magellan; los demás entraron a ver una de las dos funciones de la película Eclipse: un juego de luz y sombra; otros se acercaron al toldo de ‘Sonidos de ALMA’ en la música de DJ School Chile. El resto sencillamente esperaba fumando una y otra bocanada de marihuana tirados o sentados al costado de la torre planetaria.
Se acercaba el momento del comienzo. 15:00 horas aproximadamente y se llenaban los pastos donde se dio la charla acerca de Lightsound, el dispositivo de la NASA que capta la cantidad de luz que recibe y la transforma a través de un circuito en un sonido con distintos tonos. Curiosidad, ansiedad y expectación se sentía en el ambiente. Se trataba de una actividad inclusiva, en la que las personas que no pudieran ver el eclipse (por ser ciegas o tener cierta discapacidad visual), podrían oírlo. Ellos y todos quienes se encontraban en el lugar.
15:20 horas y el eclipse solar comienza. El Lightsound se enciende. La astrónoma Paulina Toro, quien actualmente trabaja en la Universidad Autónoma, explica que se comenzaría a oír al sol. Niñas, niños, jóvenes y adultos con discapacidad visual se acercan a los parlantes, algunos sentados en el pasto, otros en las sillas dispuestas para disfrutar. El césped comienza a llenarse. “Empezó, empezó”, se escuchaba como eco. La fiesta astronómica se había iniciado al fin.
Las demás actividades que había en el recinto empiezan a vaciarse. La mayoría se acerca a las afueras de la torre. En pantalla gigante se podía ver cómo el sol comenzaba a desaparecer. Parecía que alguien se lo estuviera comiendo. El sonido que emitía la máquina que transformaba la luz del astro en tonos sonoros -una mezcla de frecuencia y volumen- iba variando a medida que la sombra de la luna comenzaba a pasar. Así, el tono disminuía. Realmente sorprendente.
La luz se hacía más tenue, parecía que estaba atardeciendo. Así mismo la temperatura, podía sentirse más frío. El sonido del sol no cesaba. La gran estrella giratoria de gas caliente se convirtió por cerca de media hora en música noise. Las personas con discapacidad visual podían reconocerlo: manifestaban distinguir cómo los tonos cambiaban mientras la luz se desvanecía tras la sombra de la luna.
El eclipse llegaba a su máximo de 92% de cobertura en Santiago. 146 segundos de oscuridad parcial. Progresivamente, el multitono solar emitido por el Lightsound se fundía con la música –más o menos en la misma frecuencia- a cargo de un Dj. Pasado el clímax, la luz y la temperatura lentamente aumentaban. Parecía que la tarde retomaba su curso. Igual, para muchos ya nada sería como antes.
Parece increíble cómo la naturaleza puede sorprender tanto. Los eclipses han sido observados desde tiempos muy antiguos, sin embargo, hasta hoy emocionan. Algunas botaron más de una lágrima, otros aplaudieron, más allá hacían ruidos con la boca. Nadie de quienes estaban ahí quedó impávido frente al espectáculo.
Para muchos fue un rito. Sentados, estirados o parados sobre el pasto, todos los ojos apuntaban al cielo. La emoción parecía sentirse. “El ambiente está enrarecido”, decía uno, mientras otros indicaban sentir la vibración. “Me tiemblan las piernas”, “me duele la guata”, eran algunas de las manifestaciones del cuerpo que se escuchaban entre la gente. Tenían razón las antiguas civilizaciones: es el sol la gran estrella que ilumina y da calor, se posiciona una vez más, como una de las más grandes creaciones –que se pueden ver desde este planeta- de la eterna naturaleza.