El siglo XX fue elemental en el comportamiento entre hombres y mujeres. La interacción entre sexos no es algo simple y esa época fue dando un impulso a la igualdad y la equidad; la lucha feminista y la concientización de los hombres han sido clave en la forma en la que este nuevo siglo se está desarrollando.
Las mujeres ahora son parte indispensable de la fuerza laboral en las ciudades. Con los altos costos de productos y servicios se necesita un doble ingreso para poder mantener un estilo de vida y en algunos casos, incluso, sobrevivir. Pero no hay que engañarnos, el machismo continúa vigente; la mujer sigue percibiendo menos ingresos por hacer el mismo trabajo que un hombre, la violencia contra ellas se refleja a diario en los sitios de Internet y los periódicos; pero la lucha por erradicar esto es más fuerte que nunca.
En tiempos modernos, la interacción social entre la mujer y el hombre es dispersa. Muchas veces se escucha que ya no hay caballeros, y del otro lado llega el rumor de que las mujeres cada vez se asemejan más a los hombres que a las damas que antes existían. El estereotipo de la dama y el caballero ha cambiado y lo que para unos parece haber denigrado el término y la apariencia de que ahora cada quien se conforma con lo que sea, puede ser visto también como una aceptación de lo que realmente somos como personas y sociedad.
Es por eso que es interesante entender el pensamiento masculino de hace 50 ó 100 años. Es un periodo de tiempo bastante grande para entender cómo ha evolucionado la mente masculina y su percepción del otro sexo. Desde una época en la que los derechos de la mujer eran propiedad del padre y posteriormente del marido, pasando por una época de revolución social y sexual que empoderó a la mujer física e intelectualmente, entender el actuar pasado para comprender la situación actual y formar un criterio que se acople hacia un camino a la igualdad y la equidad.
Durante la mitad de siglo sucedió uno de los eventos históricos más importantes, el fin de la Segunda Guerra Mundial. La paz llegó a casa y todos regresaron a sus antiguas vidas después de un largo trayecto por el infierno. En Estados Unidos la nación pudo convulsionar debido a toda la fuerza laboral que fue trasladada a Europa y Asia, pero no lo hizo gracias a que muchas mujeres encontraron un nuevo lugar en la vida laboral.
Cuando los hombres regresaron del frente, las mujeres ya estaban acostumbradas al trabajo pesado, algunas incluso a puestos considerablemente importantes dentro de empresas. Según un artículo de la revista universitaria IPC, fechado en 1946, las mujeres se quejaban de que los hombres no cuidaban su apariencia personal, no pasaban demasiado tiempo con ellas y preferían estar con sus compañeros que con ellas.
“Uno no tiene oportunidad con una chica de hermandad después de que ella compara notas con sus hermanas después de una cita”.
“Si sales a una cita con una chica, estás en quiebra por dos semanas”.
“Hay que cargar con pañuelos para quitar esa cosa roja de sus labios, y no es divertido quitarnos esa plasta de nuestros cuellos”.
“Esos pantalones de hombres y las camisas que ahora usan, me deprimen. Se ven como un grupo de refugiados de bombas tratando de conseguir comida enlatada”.
El ícono cultural de la mujer fuerte e independiente traído por “Rosie the riveter” o lo que sería en español “Rosie la remachadora” que mostraba a una mujer de aspecto físico musculoso y cuya frase era “¡Podemos hacerlo!” no era bien vista entre los jóvenes de la época. La misma revista que dio voz a los hombres universitarios designó un espacio para hablar de la nueva mujer independiente que al conseguir un trabajo no necesitaba de los hombres y eso los hacía sentir inferiores.
Sin embargo durante esos años los hombres también veían a las mujeres como la clase de personas que no les permitían apuntar más alto. A través de la historia de un hombre que quería dejar su trabajo en el banco para perseguir el sueño de conseguir un bote de pesca y trabajar en el mar, pero que no lo hizo debido al miedo de su esposa y a que si se divorciaban él perdería gran parte del dinero que había ganado. Continuó con esa vida de banquero que tanto odiaba. La reflexión del escritor fue:
“Los miedos de las mujeres afectan cada vez más la vida nacional. Nos estamos convirtiendo rápidamente en una nación de empleados de grandes corporaciones, con hombres como Pete, cuyos trabajos están asegurados pero no llevan a la gloria y la aventura. Las mujeres no merecen toda la culpa, pero sí mucha de ella. Ellas son las guardianas tradicionales del hogar y el corazón. Su constante preocupación por la seguridad ha sofocado muchas otras preocupaciones igual de importantes”.
Viajando poco más de 100 años al pasado, terminando el siglo XIX, James Russell Miller escribió un pequeño libro en el que conjuntó lo que le había preguntado a varios jóvenes cristianos sobre lo que opinaban de las mujeres que eran sus contemporáneas; algunos de los comentarios no eran más galantes:
“Se les da mucho tiempo a las señoritas para su vestimenta, difícilmente piensan en otra cosa”.
“Su amor por la ropa, su inexplicable necesidad de resaltar sobre sus demás compañeras”.
“La frivolidad ante cualquier otra cosa, incluso las cosas más sagradas las llenan de frivolidad. Sus mejores años son gastados en pláticas vacías y libros aún más vacíos. Lágrimas y suspiros desperdiciados en una novela mientras las criaturas de Dios mueren o necesitan unas palabras de simpatía”.
“Cuántas veces no dejan de lado a sus madres y padres para poder arreglarse para una cita, ponen su propio bienestar antes que el de ellos y sólo para estar a la moda, cuánto sacrificio de una madre es tirado a la basura sólo por esa ambición”.
Las mujeres en esa época, más cercana a los libros de Jane Austen que a nuestra realidad contemporánea, eran vistas por los hombres como seres fríos, incultos, pretenciosos e individualistas. Verlas en malas compañías las tachaba para siempre, pero según los hombres, ellas gustaban de hacer eso; la capacidad del hombre en encontrar defectos para la mujer era inmensa.
Comparando estas dos épocas, lo que sucede hoy parece no haber cambiado mucho; ahora la mujer tiene mucha más voz a la hora de criticar al hombre, pero parece que las quejas de los hombres y las mujeres en algunos aspectos como las relaciones personales no ha mejorado mucho. Podemos ver esto como una desventaja, pues parece que los sexos continuarán peleando por las mismas cosas, o podemos verlo como algo bueno, pues significa que no vivimos en la peor época de las relaciones.
Lo importante ahora es ver que no importa lo que el hombre piense de la mujer y eso tenga efecto en sus decisiones. La mujer ahora goza de su propia voz, de una identidad que sobrepasa los estereotipos; y es con esta construcción que lleva más de 100 años en los que es posible no poder encasillar a la mujer, pues mujeres hay muchas, sus sueños son diferentes y la visión que tienen sobre la vida es única y personal.
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Fuente:
The art of manliness
visto en Cultura Colectiva