Una familia se va de vacaciones al campo. La pareja, desgastada, discute por la elección de la ruta, por el cigarrillo en el auto. El tedio de la relación se encarna con la lluvia constante que en los caminos de tierra es la imposición de la espera paciente, tan imposible para el porteño.
Cuando llegan a la casa en donde deberían estar los amigos con la mesa tendida y el fuego chisporroteando al lado de la parrilla en la galería, no encuentran a nadie. La casa está vacía.
Como una premonición, la mujer se había negado tozudamente a gastar una semana de sus quince días de vacaciones en el medio de la nada. Cejó, más por cansancio que por otra cosa, en su afán de volver a la playa a pasar el verano.
Como la peor premonición, mientras las gotas continuaban resbalando por las ventanillas, la hija preguntó somnolienta desde el asiento de atrás del auto:
– ¿Y si están todos muertos?
Un planeta a trescientos años de distancia. Una civilización avanzada que encuentra en ese destino una salvación para su raza. Por razonamiento básico, para que llegue alguien vivo tienen que pasar al menos cinco generaciones atravesando el espacio dentro de la nave.
Las primeras tres morirían de seguro durante el proceso, sostuvieron los científicos, pero todo valdría la pena si los últimos vástagos pisaran tierra firme en un mundo plagado de océanos, oxígeno y una fauna amigable que posibilitara su perpetuación en el tiempo.
Y así parten hacia la galaxia tres pares de seres que serían una copia exacta de los humanos si no fuera porque su crianza en laboratorios los transformó en cuasi-autómatas que, sin entusiasmo ni desprecio, persiguen el objetivo de reproducirse y transmitir información valiosa para que el proyecto por el cual quedaron allí depositados no haya sido en vano.
Dos viajes que conforman un mismo libro y que de comparables tienen la pluma distintiva de Sergio Bizzio, uno de los más reconocidos escritores argentinos contemporáneos.
En “Dos Fantasías Espaciales”, Bizzio teje un entramado que en “Estancia”, la primera narración, se distingue por lo cotidiano mezclado con lo siniestro y en “Viaje al único” es el absurdo el que tiñe todo el cuento y se interrumpe por brotes de lo cotidiano.
El escritor de “Rabia” retoma en “Dos Fantasías…” un elemento central que recorre gran parte de su obra: el encierro, el desarrollo de la historia en un mismo lugar que, lejos de funcionar en un segundo plano como mero decorado, toma un rol preponderante en el relato, tanto como si la nave o la casa de campo respiraran pesada, pausadamente, desde el fondo y por lo bajo.
Bizzio también vuelve a cargar al lector de una tensión prolijamente acumulada, con golpes efectivos como en las películas de terror más clásicas, y como contrapeso el estilo característico del autor que filtra el sentido del humor hasta en las situaciones más oscuras.
En ambas narraciones, Bizzio lleva al lector sobre un ritmo impredecible y un desarrollo que de repente se tuerce para mostrar un rostro desconocido, justo ahí, donde nadie se lo espera.