Aunque nació en Arrufó, fue en Villada -un pueblo al sur de Santa Fe y a 99 kilómetros de Rosario- “donde creció, estudió, aprendió a jugar a la pelota, se enamoró y marcó su vida”, indica Néstor Clausen, mientras recuerda el ruido y las maniobras de los trenes que conducía su padre, con él al lado, en aquella región a fines de los años sesenta. “Era una aventura enganchar y desenganchar los vagones de aquellas locomotoras, pero era mejor cuando parábamos en los descampados que tenían las estaciones de los pueblos porque ahí comencé a darle a la pelota”, cuenta el entrenador de San José.
En esos campos nació su pasión por la pelota. De chico, Néstor le decía a su papá que se iba a leer al aire libre, pero se iba a jugar a los picados de Villada. Abandonó la secundaria cuando Bochini ya tiraba paredes con Bertoni ante la Juventus en el Olímpico de Roma. “Mis padres querían que siguiera estudiando y me anotaron en una escuela comercial en un pueblito a doce kilómetros. Me cansé de viajar y además ya jugaba de once, de cinco, de ocho o de lo que me pongan”. A Néstor no le importaba el puesto y en ese tiempo ya había debutado en las inferiores de Racing…
Racing de Villada fue su primer equipo, en tiempos que tenía como ídolos a Zanabria, Obberti o Santa María, jugadores que deslumbraban en el club del que era hincha: Newell´s Old Boys; aunque un día se atrevió y fue a Rosario para probarse en Central. “Jugué de siete e hice dos goles. Querían que fichara con ellos, pero como tenía que viajar tres veces por semana y además de noche, me quedé en Villada”. Volvió al potrero de la plaza enfrente de su casa, pintó las líneas con un poco de cal que había robado y comenzó a relatar sus propios partidos, haciendo de cuenta que era Zanabria.
En un campeonato para pibes que organizó el Canal 3 de Rosario, Clausen la rompió y un cazatalentos de Newell´s lo llamó para una prueba. Casi simultáneamente, Domínguez, un amigo de su padre y socio del Rojo le habló de la posibilidad de Independiente. “Le dijimos que sí por cumplir”. Unos días después, Néstor estaba llegando a la estación de Retiro a las dos de la mañana y a las ocho estaba listo para partir hacia Avellaneda. “Mi viejo me aconsejó que jugara de volante o delantero, pero cuando entré al camarín vi muchos chicos en esos puestos y le dije a Santoro que jugaba de cuatro”. A pesar de haber jugado en un buen nivel, su nombre no figuró entre los convocados para el día siguiente. Néstor regresó a Villada, le puso banderines de córner a la cancha él mismo había pintado y a los 16 años ya les daba instrucciones a los más chicos. Al no querer continuar con los estudios, su padre le puso una verdulería.
Luego ocurrió lo inesperado. A la casa llamó Domínguez, aduciendo que Santoro se había equivocado y que estaba todo arreglado para que Independiente le otorgue la pensión y un viático. “Me puse contento, pero comencé a llorar porque sabía que me separaba de mis viejos”, recuerda.
Los duros días de la vieja pensión en la que vivía bajo una de las tribunas de la Doble Visera y al lado de una villa -donde se preguntaba por qué no había estudiado, mientras revisaba a diario el periódico para ir buscándose un trabajo- se contrastaron con la Copa Libertadores y la Intercontinental obtenida en 1984, donde ya era él quien -desde el flanco derecho- tocaba con el Bocha y metía el pique. Dos años después se consagrará campeón del mundo con la albiceleste, al lado de Maradona, Bochini y –al igual que en Tokyo- de su mejor amigo Burruchaga. Jugó sólo el primer partido ante Corea: la altura le afectó demasiado. “Bilardo me sacó bien porque mi estilo de juego tenía mucho despliegue físico y la altura me quitaba el aire. No tengo ningún reproche, porque se hicieron los cambios necesarios que dieron resultado”, expresa.
Fue hasta 1989 que Clausen permaneció en el Rojo. Después se marchó a Suiza, donde lo recibieron con una celebración. “Mi abuelo nació en Ernen y cuando se enteraron que llegaba para jugar en el Sión, el pueblo me hizo una fiesta de bienvenida”. En el Sión fue campeón de la Liga 1991 y el Campeonato suizo 1991/1992. Luego regresó a Argentina, para fichar en Racing (sí, de Avellaneda). “Hubo un dirigente en Independiente que no quería que yo vuelva y apareció Racing. Un año después me llamó Giusti, volví al Rojo y fuimos campeones de la Supercopa”, recuerda el lateral que según el Pupi Zanetti ‘fue su inspiración en el puesto’. Sus últimos vestigios en el fútbol fueron en Sarandí: “La cancha de Arsenal quedaba a siete cuadras de mi casa. Una mañana de 1998 perdí la motivación de ir a entrenar y dije basta. Tenía 35 años. Sólo acudí a la cancha para despedirme de mis compañeros”.
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-¿Por qué te fuiste a Racing?
-Después de jugar en Suiza, fui a ver el Mundial del 94 a Estados Unidos y me encontré con Jorge Bottaro, el presidente del club. ‘¿Qué estás haciendo? ¿Cuándo vas a volver a casa?’, me dijo. Pero yo tenía mala relación con Héctor Grondona, que estaba en la comisión de fútbol. Nunca le pude preguntar por qué. En un principio éramos amigos, pero yo también era amigo de los rivales políticos suyos. Uno de ellos me había vendido mi primer departamento y a través de esto yo tenía una amistad con él. Calculo que Héctor tomó mi amistad como que yo estaba haciendo política. Yo se lo fui a contar a Julio (Grondona). ‘Mire, me pasó esto con su hermano ¿qué hago?’ Y Julio me aconsejaba. Era como mi padre’.
-¿En esa época no te puteaban por cambiarte de vereda?
-Esa época ya había el revanchismo si te pasabas de vereda. Hubo jugadores que tuvieron ese problema, porque para ganarse el cariño de la hinchada de su nuevo club, hablaban mal de su anterior equipo, o al revés. Yo no tuve ese problema porque fui a Racing, me entrené, no hablé nada, di lo mejor de mí y ambos hinchas lo reconocieron. De hecho, en los días previos al primer clásico, los dirigentes y jugadores de Racing me jugaron un asado a que los del Rojo me iban a reputear y salimos a la cancha y -me acuerdo como si fuese hoy- toda la tribuna de Independiente coreaba mi apellido. Al próximo año, cuando se fue Héctor, volví a Independiente.
-¿Aún tenés la camiseta de Kenny Dalglish?
-Noooo, ya no tengo nada. La intercambiamos en el partido de Tokyo, pero no le doy valor a muchas cosas. De repente, cada tanto, me cruzo con jugadores que tienen la colección y yo digo ‘¡Qué pelotudo que fui por no guardar esas cosas!’, así como no guardé el primer par de botines que usé. Cosas que uno recién se da cuenta ahora, pero ya está. Las medallas del 84 y del 86 sí las tengo.
-¿Qué diferencia hay entre esas dos finales?
-Es llegar a lo máximo que puede aspirar cualquier jugador, con tu equipo y con tu selección. Tuve la suerte de jugar y me considero partícipe de ambos logros. Es un orgullo muy grande, aunque yo no ando por la vida recordando eso. Estoy más avocado a la actualidad, porque no puedo vivir del pasado.
-Estoy obligado a preguntarte por una cábala del Doctor.
-Uhhh. La que más recuerdo de Bilardo es de un día en que íbamos en el micro para jugar un partido por las eliminatorias. Con el tránsito que había estábamos llegando sobre la hora a la cancha y desde lejos se veía que la barrera del tren venía bajando y Bilardo le decía al chofer ‘¡acelerá, acelerá!’. La barrera finalmente bajó y tuvimos que esperar a que pase el tren. Como habíamos ganado ese encuentro, cuando jugamos el próximo partido el micro se quedó esperando que baje la barrera para que pase el tren, cuando aún se podía pasar. No entendíamos por qué (risas).
-¿Por qué el gol de Percudani lo gritaron los hinchas de otros clubes en Argentina?
-Porque fue el primer partido entre argentinos e ingleses después de la guerra. Nosotros fuimos a ese partido con bronca. Era como que íbamos a jugar una guerra también. Futbolística. Se jugaba el orgullo. Recuerdo cuando salíamos por el túnel, gritábamos: ‘¡Vamos a matarlos, vamos a cagarlos!’. Nos alentábamos a dejar todo.
-En México dejaste de jugar por la altura y en The Strongest fuiste bicampeón a 3600 metros. ¿Estás a favor o en contra?
-A ver. Ahora que estoy en San José, que es de altura (NdR: 3735 msnm) es más parejo para pelear un campeonato, porque vos jugás contra Bolívar, Strongest, Wilstermann, Real Potosí, Universitario y son todos equipos de altura ¿Me entendés? En cambio, si vos estás en Oriente o Blooming, vos competís con siete u ocho equipos de altura. Es más dispareja la competencia. En la estadística se ve cuántas veces salieron campeones los del llano y cuántas los de la altura. Cada vez que salieron campeones los del llano fue porque el campeonato fue por zonas y allí tenían más posibilidades.
-Recordame, en orden, los equipos que dirigiste.
-Independiente, Oriente Petrolero, The Strongest, Chacarita, Huracán de Tres Arroyos, FC Sión, Oriente Petrolero, Selección de Arabia, Selección juvenil de Omán, Neuchatel Xamax, Al Kuwait SC, Bolívar, Dubai CSC, Blooming, Wilstermann, Sport Boys, Selección de Bolivia y San José.
-Oriente Petrolero o los petrodólares del Medio Oriente ¿A cuál te acostumbraste más rápido?
-Sinceramente, me acostumbro a donde voy. Siempre busco el lado positivo del lugar para estar bien. A veces se hace difícil: en Medio Oriente hay cinco rezos por día, por ejemplo, entonces si vos querés hacer un entrenamiento de tres horas, de repente no podés porque está llegando la hora de un rezo y tenés que cortar el entrenamiento. Además, de día tampoco podés entrenar porque la temperatura es de 40-45 grados, entonces tenés que entrenar a las cinco de la mañana o a las siete de la noche.
-Sugeriste que Bolivia copie el proyecto futbolístico de Venezuela. ¿Cuán importante fue Pastoriza en aquel progreso?
– El Pato llevó otra mentalidad a Venezuela. La mentalidad del argentino de buscar un juego con más atrevimiento, de no tener tanto respeto a los rivales. En definitiva, todos esos países que antes perdían con facilidad era porque ya salían derrotados a la cancha. El Pato tenía una mentalidad de ir al frente, le gustaba jugar lindo, ganar y era exigente con el rendimiento. El Pato puso su granito de arena, pero también hay que destacar la inteligencia de los entrenadores de Venezuela, que supieron captar el mensaje y formarse como entrenadores con esa visión.
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En diciembre de 2013, mientras Néstor almorzaba en Cochabamba, su celular comenzó a sonar. Era Mario Cronembold, presidente de Sport Boys, un club de la localidad de Warnes –30 km. al norte de Santa Cruz- en el que Cronembold también hace de alcalde.
Cronembold quería que Clausen sustituya a Hilda Ordóñez, la secretaria del club a la que había invitado unas semanas antes para hacerse cargo de la dirección técnica del primer equipo ‘por ser la que más conoce el club’. Clausen reemplazó a la primera mujer que estuvo al frente de un plantel profesional en Bolivia y que en su debut había vencido por 4 a 0 a Oriente Petrolero.
En el último tiempo, al club habían llegado exfiguras del fútbol internacional que llevaban más de un año de haberse retirado de la actividad, como Esteban Fuertes, Jaime Moreno y Joaquín Botero. “La idea del presidente era que trayendo este tipo de jugadores, el club iba a tener más prensa. Yo les decía que si estaban bien físicamente, iban a jugar. Sino, uno pierde todo el respeto por lo hecho hasta hoy”, aclara Clausen.
Cuando asumió el DT, el dirigente le trajo un par de refuerzos: Cristian Fabbiani y Limberg Gutierrez. Es decir, Cronembold juntó a un excampeón del mundo; a Limberg, que era el mayor goleador en actividad del fútbol boliviano; y al Ogro, el delantero mediático de los kilos, la noche y los chimentos.
Pero faltaba el gran fichaje. En abril de 2014, después de la inauguración de una cancha de fútbol, como es habitual, Evo Morales se calzó los botines para jugar un partido con su equipo. Ese día, Mario Cronenbold, compañero de Evo en el Movimiento al Socialismo, también acudió a jugar. Cuando concluyó el picado, se acercó a Evo y le preguntó: “Presidente, ¿cuál es sueño?”
-Mi sueño siempre fue jugar al fútbol profesional-, respondió Evo.
Hace casi medio siglo atrás, en su natal Orinoca, la primera palabra que pronunció el pequeño Evo fue tamta, ‘pelota’ en aymara. Con pelotas de trapo y de lana, gambeteaba las llamas, yaretas y las pajas bravas de aquel sector del altiplano, en la provincia Sud Carangas, de Oruro. A los 13 años, organizó por primera vez algo: ‘Fraternidad’, el equipo de fútbol de su comunidad. Quería parecerse a Carlos Aragonés, un jugador que brillaba por esa época en el fútbol boliviano. Ya adolescente y buscando un mejor futuro, se trasladó junto a su familia a la capital orureña. Allí se probó en San José -el cuadro que hoy dirige Clausen- pero no pudo cumplir el sueño de llegar a Primera…
-¿Si venía Evo, lo ponías entre los once?
-Sí. Pero era una movida de marketing. Al presidente le gusta mucho el fútbol, pero tanto él como sus asesores me avisaron que era muy complicado hacer realidad el sueño de que juegue al fútbol profesional.
-¿Llegaste a hablar personalmente con él?
-Sólo una vez, por teléfono. Me dijo que había muchas críticas de varios sectores si él jugaba. Yo le dije que se animara, que las puertas del club estaban abiertas para cuando él quisiera venir a entrenar. Una vez estuvo por Santa Cruz y yo iba a hacerle un entrenamiento personalizado, pero por sus compromisos y reuniones recién se liberó a las once de la noche y mandamos un preparador físico nuestro para que lo vaya a entrenar a esa hora. Físicamente no le esquiva, le gusta. Se ve que alivia el estrés jugando.
-¿Lo ponías sólo por el marketing o por la idea histórica de tener al presidente en tu equipo?
-El presidente del club es político y es del mismo partido de Evo. Yo lo vi por el lado del marketing, por que al ser un club chico, muchas empresas se iban a interesar en venir a apoyar y en el equipo habían muchas dificultades para cobrar. Evo, sin llegar a jugar, movió el mundo periodístico, incluso llegaron medios de Europa (NdeR: La noticia ocupó las primeras planas de BBC, The Guardian, El País y Marca, entre otros) para hacer notas en Sport Boys.
-¿Ya tenías la indicación para Evo antes de ingresar a la cancha?
-Él tiene características de juego ofensivas y con técnica de canchas pequeñas. Así que si llegaba a jugar era tenerlo ahí arriba y hacer un juego inteligente, es decir, que no intente gambetear, simplemente participar un rato del juego para hacer realidad su sueño de haber estado en una cancha como jugador profesional.
-“Los problemas deportivos en Bolivia podrían resolverse con una salida al mar”.
-Lo comenté en el sorteo de la Copa América, en Santiago (NdeR: Fue en representación de la selección de Bolivia, en la semana en la que fue el técnico interino), porque una salida al mar significaría un beneficio económico. Y el fútbol se mejora con plata. Aunque algunos periodistas lo tomaron como una broma, en ese momento se produjo un silencio. No es un tema para estar haciendo un chiste, yo lo dije en serio. Ahora que ya no está Carlos Chávez (expresidente de la FBF), Evo seguro va a invertir para mejorar el fútbol, porque es un apasionado por este deporte y él sería el más alegre de que su Selección vaya a un Mundial.