Pablo es un trabajador santiaguino de tiempo completo. Tiene 53 años y antes que cualquier otra cosa, la verdad, es un atleta, un corredor. Corre desde sus 12 años, donde aprendió del ejemplo Abebe Bikila y corre sin tecnologías, sin gel alimenticio, sin líquidos de sales hidratantes, sin DryFit, sin batidos, sin esteroides, sin nada. Su entrenamiento es correr desde su casa en Maipú hasta su trabajo en La Dehesa. Pablo corre como Bikila, corre con su mente. Este fin de semana, Pablo, dejó la corrida matutina al cerro San Cristóbal, dejó su trabajo pendiente... dejó de lado todo por veintcuatro horas y se largó a correr… fueron 568 vueltas a una pista atlética, donde recorrió 227 kilómetros en 24 horas. Corrió en todo horario: vio el atardecer agredeciendo la brisa fresca que regala ese momento; luego vio el anochecer, donde la cordillera comienza a verse como un bloque y se dejan de distinguir sus pliegues; después vinieron las crudas horas de la madrugada, donde sólo tu respiración te mantiene despierto, el frío te penetra los huesos y es tu mente la que va dirigiendo todo. De pronto los pajarillos te avisan que está amaneciendo, que estés tranquilo y ya viene el sol nuevamente a llenarte de energía. Pablo corrió día y noche, terminó un domingo. Pablo era un corredor de la carrera 24 Horas este fin de semana y fue un ganador. Ganó el primer lugar de la competencia, y cuando le entregan su copa, su medalla que dedica a su familia, se abriga y nos dice: «ya vámonos, para descansar un rato…mañana tengo que ir a trabajar». Lo dice sereno, tranquilo, con temple, feliz. Es un héroe urbano, anónimo, de esos que uno aprende la vida de solo mirarlo.
Por Simone Pavin
Imagen Flickr Suburbiaproductora