La emergencia del canto “a capela” del himno patrio…
Es difícil que el canto “a capela” de los hinchas durante el mundial de fútbol Brasil 2014 pasara indiferente -al margen de la nacionalidad- de quien lo escuchaba. Fuimos testigos de cómo la emoción del canto nos llevó hasta al punto de las lágrimas junto a esa sensación de “piel de gallina” cada vez que, al término del minuto protocolar, los chilenos lo continuaban entonando hasta el final. Los medios de comunicación de todo el mundo no tardaron en elogiar esta acción como algo inédito, novedoso y una inesperada muestra de patriotismo.
Los chilenos que cantaban a “todo pulmón” en cada partido, fueron los protagonistas de una “emergencia”, es decir, de aquello que emergió inesperadamente como novedad para todo el mundo.
Ahora bien, ¿Qué devela de nuestro “ser” chileno esta muestra explícita de patriotismo? ¿Es posible realizar un análisis social de los marcos referenciales y sociales de cómo se configura el sujeto chileno?
Para poder responder estas preguntas, regresemos brevemente a la emergencia. Esta se configura cuando algo irrumpe como inesperado, pero trae consigo un sentido, entrega información de aquello que no es visible en el entramado social. Una especie de radiografía, porque se requiere de otro tipo de “luz” para mostrar lo que no se ve a simple vista.
Una paradoja
Por un lado, aparecieron miles de hinchas que como embajadores de lo chileno, se esforzaron por arengar y mostrarle al mundo que el himno patrio los convocaba, los unía y los hacía iguales, casi hermanos –se pudo pensar en más de una oportunidad- porque todos hicieron fuerza común por un sólo ideal: ¿ganar?, No. Es mucho más que eso.
Después de esta muestra de “nacionalismo”, cualquier persona podría haber pensado que Chile evidenciaba ser un país unido, colaborativo y solidario. En el fondo, Chile aparecía con una identidad, donde las diferencias de todo tipo no existían (aunque fuese por breves segundos).
Por otra parte, en Santiago las noticias informaban cómo después de cada triunfo la masa celebrante destruía lo que encontraba a su paso: buses quemados y secuestrados, robos y malos tratos. ¿Dónde estaba el ideal que nos convertía en hermanos al punto de las lágrimas? ¿Podría tratarse del mismo patriotismo?
Una pregunta que es difícil evadir nos apunta en la siguiente dirección: qué muestra cada acción social y que aparecen como contraste una de la otra. Es decir, por un lado, el pueblo canta anidado, unidos en una sola voz; por otro lado, la misma unión podría ser capaz de arrasar con lo que encuentra a su paso. ¿Qué es esta impulsividad de la marea roja (acá y allá)?
Es posible que el fenómeno de masa del cual tan ilustrativamente nos habló Freud (1921) dé respuesta, en el sentido de que una masa puede contar con ciertas ligazones afectivas que la convierten en un solo cuerpo unidos por un mismo ideal. Una horda sin una cabeza visible que actúa colectivamente de manera impulsiva, sin lograr razonar.
Lo anterior, sin duda, podría profundizarse. No obstante, lo que importa por el momento es tratar de analizar la emergencia que aparece como “unidad” -para muchos envidiable- mostrada en el estadio y algunas de las características cívicas del ser sujeto chileno y que aparecen como paradójicas.
Características criollas
Chile, como toda nación, tiene lo propio: la idiosincrasia que lo distingue de otra cultura. Así, tenemos nuestras propias costumbres y nuestros personajes célebres (Eloísa Díaz Insunza, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Clotario Blest, etc.). Así mismo pareciera ser que somos un pueblo de contrastes: Chile es un país tremendamente conservador, llevó años legislar una ley de divorcio, ni hablar del aborto en casos especiales, o la insistencia del Estado en considerar la marihuana como droga dura. Pero por otro lado, Chile entrega el primer título a una mujer (Eloísa Díaz) como médico cirujano en 1887, caso inédito puesto que fue la primera en Chile y Latino América. Sumado a lo anterior, hemos sido protagonistas de elegir democráticamente dos veces a una presidenta de la república mujer, separada y agnóstica.
Además de estos contrastes (fragmentados o esquizoides si se prefiere), son muchas otras las costumbres que se han internalizado o importado tales como, por ejemplo; Halloween , Fifteen Party, Oktoberfest, etc, las que se viven y celebran como si fueran propias. ¿Qué nos dice este hecho sobre las características del pueblo chileno? Un análisis rápido devela una sociedad que tiene dificultades para “ver” y “apreciar” lo propio. Pareciera que lo anterior sólo se consigue al momento de presentarse el fenómeno de la masa: mundial de futbol, teletón, Chile ayuda a Chile en lluvias o terremotos, pero si no está presente este componente inusitado, sino aparece algo novedoso (emergencia) volvemos a lo de siempre: apatía en el saludo, incapacidad para tomarle la mano a un no vidente, el afanoso empeño de sostener la cara de “culo” en el metro, o negarse a dar el asiento a la embarazada o persona de la tercera edad, apatía al momento de asistir a las votaciones en cada elección, conducir a la ofensiva sin armonía, no atreverse a saludar al vecino, etc. Pareciera que en la singularidad nos cuesta ser lo que no somos en la masa. La masa nos brinda el soporte que la inseguridad de lo individual nos priva.
La violencia y los encapuchados, una mirada política
Los medios de comunicación han destacado los hechos en cada celebración post partido, y como se decía más arriba, ha quedado de manifiesto el desenfreno y descontrol social (en Chile y en Brasil). ¿Acaso el descontrol social será una expresión del descontento social que sólo puede gatillarse cuando el fenómeno social de la masa lo posibilita? ¿Acaso aparece este acto social impulsivo-agresivo cuando cede la represión? ¿Es una manera de manifestarse colectivamente en contra de algún tipo de “violencia” que padece el trabajador común, el estudiante sin mucho capital cultural ni oportunidades ciertas?
Es posible analizar las manifestaciones y desmanes de manera individual, sin embargo, sería un análisis incompleto, puesto que es innegable que la horda opera como masa y que algo enuncia en su arrebato impulsivo. Enunciación que está en otro lugar y que amerita ser indagada.
Es lícito preguntarse: ¿hacia quién va dirigida la agresión en cada destrozo de un bus o de un banco o de una farmacia? ¿Qué se cuela en este acto social impulsivo?
Una definición de violencia (que es diferente a la agresión) indica que es una situación donde el sujeto queda sin la posibilidad de escapar de ella, es un atrapamiento que lo anula en su cualidad de ser, es una opresión vertical que invisibiliza. Pues bien, ¿las manifestaciones de los “chuligans” -como los han llamado en la prensa- podría obedecer a algo de esto? Veamos.
Las acciones de canto jubiloso y destrozos realizadas por los hinchas son una puesta en escena, es una actuación que expresa algo, es una catalización social que tiene su propio lenguaje. ¿Pero Cuál?, revisemos un par de ejemplos:
a) Sensación de desigualdad: No es difícil darse cuenta de que muchas personas son víctimas de desigualdades económicas o brechas socio-económicas, las cuales son percibidas como injusticia, por ejemplo: alzas en los combustibles, sueldos a los que solamente se les actualiza el IPC, mientras que por otro lado aparecen las astronómicas ganancias de las APF, ISAPRES y cadenas comerciales. ¿Acaso esto no podría ser una manera de violencia en el sentido de que el sujeto violentado queda anulado y desesperanzado sin la posibilidad de que su reclamo sea oído?
b) La educación: Hoy por hoy, está en boga la reforma a la educación que apunta a cambiar tres ejes (fin al lucro, a la selección y al copago), sin embargo, para lograr esto requiere del éxito de la reforma tributaria. Es posible que en este marco, la ciudadanía perciba esta situación como una sensación en que los que ganan fortunas (muchos de ellos católicos de misa semanal) no quieren tender una mano para que todos puedan vivir con dignidad. ¿Acaso el trabajador y estudiante no lo percibe también paradójico o contradictorio y por lo tanto como otra forma de violencia?
Tal vez, el canto “a capela” a un solo compás traiga consigo esta ilusión de igualdad y dignidad, que se contrasta paradójicamente con la furia desbordada (psicótica decía más arriba). Arrebato que se rebela contra los otros encapuchados, esos que han violentado constantemente a muchas hordas que, en complicidad de la masa y sin mucho control de sí mismos, emergen como emociones y/o sentimientos desbordados. Es cierto que desmedidos, pero también en cada acto de agresión contra lo propio y lo del otro, se puede extraer un texto que está detrás del acto.
Seguramente, las acciones de estos hinchas no se pueden simplificar a sentimientos de ser maltratados por la desigualdad que persiste y que lo viven constantemente, pero la desconfianza hacia el otro, los gestos ausentes de corresponsabilidad o la seguridad social mejoraría si todos y, en el grado que les corresponde, pudiesen visualizar al otro como igual, como sujeto de derecho y no como alguien que suscita el temor amenazante producto de la persistencia de las brechas que generalmente son sociales y económicas. De esta manera, el ciudadano común, el hincha apasionado encuentra en estos espacios sociales la oportunidad (no muy consciente de ello) de expresar agresivamente un malestar que no logra verbalizar sino más que actuar.