La rivalidad entre Caracas y Táchira había despertado poco interés en el país durante quince temporadas, hasta que en el año 2000 se produjo una batalla campal en el estadio Pueblo Nuevo que desde entonces convirtió cada partido en un verdadero clásico con jugadores y aficionados entregando toda la energía por el triunfo de su equipo.
Caracas era un equipo sin mayores pretensiones deportivas y con escasos aficionados, hasta que en 1989 fue adquirido por el empresario Guillermo Valentiner, dueño de los Laboratorios Vargas y mecenas de los deportes en el país.
Hijo de inmigrantes alemanes, Valentiner era una hincha del Bayern Múnich alemán. Su amor por el fútbol lo llevó a comprar la franquicia del Caracas, al que convirtió en pocos años en el club más organizado, con mejores instalaciones y con más títulos en Venezuela.
En los años ochenta y hasta 1995 la gran rivalidad del fútbol venezolano estaba centrada en los duelos entre Deportivo Táchira y Marítimo Sport Club, otro equipo de la capital que dirigido por empresarios lusitanos y una enorme afición de inmigrantes portugueses.
La desafiliación del fútbol venezolano y la posterior desaparición del Marítimo de la primera división, dejó a Venezuela sin un choque electrizante, hasta que en el año 2000 Caracas y Táchira se midieron en la final de la Copa Venezuela.
Caracas se impuso de local 2-1 en el partido de ida y luego empató 2-2 dramáticamente en el minuto 89 con un tanto del mago Stalin Rivas en el estadio Pueblo Nuevo que le aseguró el trofeo.
Pero un aficionado de Táchira saltó de las gradas para agredir a los jugadores del Caracas, y el delantero de los rojos Alexander “Pequeño” Rondón respondió al acto de violencia, propinando una patada al hincha tachirense.
La escena generó la ira del resto de los aficionados que llenaron el estadio Pueblo Nuevo. Tomaron por asalto el autobús en el que viajó el Caracas y lo incendiaron en pleno estadio.
A partir de ese día, los duelos entre Caracas y Táchira están cargados de electricidad. Los jugadores se sienten obligados a ganar cada duelo para alimentar la pasión de los aficionados, y estos llenan los estadios para exhibir con orgullo que son la mejor y más fervorosa hinchada del país.