Aunque no es el clásico minero oficial, un partido entre Cobresal y O’Higgins de Rancagua tiene un sabor especial, como de disputa entre primos. A pesar de las diferencias futbolísticas –el colista del torneo local contra uno de los punteros- éstas no anulan el temple de un pueblo que desafía al desierto y a los pronósticos sobre la vida útil de la mina motor de su existencia.
Chile es un país largo y privilegiado en cuanto a diversidad de ambientes naturales. Hacia el norte y sin aviso, se pasa de un paisaje familiar en colores y formas a otro más desconocido donde dominan cerros semi-áridos. Poco después, entramos definitivamente en el silencio estruendoso del norte chico, grande, y del desierto de Atacama.
Un descampado al inicio de la ruta que lleva a Punta de Choros sirve para descansar el cuerpo la primera noche de viaje en un pequeño automóvil, protegiéndose del frío con trago y tabaco, bajo un cielo generoso en estrellas fugaces; miles de estrellas que no se ven en la ciudad.
Con el recuerdo vivo de la onírica niebla del amanecer, El Salvador nos acoge a media tarde. Sus calles convergen en la plaza principal; sin embargo, más que centro cívico ésta alberga varias oficinas de la División Salvador de Codelco, exclusivo motor de este campamento que hasta el último Censo tenía cerca de 7 mil habitantes. Pocos saben que los planos originales están firmados por el arquitecto Oscar Niemeyer, coautor de Brasilia. Desde arriba, El Salvador parece un anfiteatro o un casco minero.
EL COBRE SALE
Aquí se vive del y para el cobre; la mayoría de los hombres trabaja en la mina o en las empresas contratistas relacionadas, otros oficios escasean, a diferencia de mujeres, que raudas pasean sus pieles y cabelleras morenas por enormes avenidas donde pasan muy pocos autos y casi no hay semáforos.
Aunque la tradición pirquinera se remonta a los atacameños, primero fueron los gringos y luego el Gobierno de la UP los que empezaron a explotar la zona industrialmente. En los ’80 la mina tuvo su apogeo y la población llegó a ser más del doble de la actual.
De entre un puñado de fuentes de soda, restaurantes y pubs, son los clubes sociales donde la conversación fluye más interesante. A pesar del precio del cobre, desde 2001 la mina arroja pérdidas y estudios señalaron que la cantidad de mineral sólo daba para explotarla un par de años más. En 2005 se anunció que el cierre definitivo empezaría a concretarse en 2008 y el 2011 ya sería total. Entremedio, trabajadores de otras faenas fueron traslados al campamento, dándole una nueva inyección de vida, quizás la última.
Pero las vueltas: en 2010, la ex presidenta Bachelet anunció que nuevos estudios permitían alargar la explotación en, al menos, diez años. Hoy, los parroquianos (la mayoría, mineros o afines) nos informan que nuevos anuncios la alargan por 20 años más. Y así continúa la historia del campamento que se niega a morir.
CELESTES Y NARANJOS
La excusa para viajar 1000 kilómetros hasta la Región de Atacama es un partido de fútbol. Aunque es considerado por algunos un deporte alienante, no puede negarse el interés sociocultural que representa.
Cobresal se fundó en 1979, iniciando una ascendente carrera que lo llevaron en 1986 a llegar la Copa Libertadores, con Iván Zamorano y Rubén Martínez a la cabeza, y a ganar el apertura de 1987. Clasificados al torneo internacional, respondieron a sus exigencias ampliando el Estadio El Cobre a capacidad para 20 mil personas, por lo que, en relación a la población, podría considerarse uno de los estadios más grandes del mundo.
Esos años los equipos del cobre se beneficiaban de los aportes de Codelco. En el caso de O’Higgins de Rancagua, los trabajadores eran asociados automáticamente y se les descontaba las cuotas por planilla. Es decir, el equipo tenía 30 mil socios con cuotas al día, otorgándole un enorme poderío.
Hoy, como sociedades anónimas, varios equipos están entregados a los vaivenes del mercado. La última inyección que tuvo el equipo de Rancagua –“capo de provincia” o “la celeste”, como lo llama la hinchada- fue la inversión de Ricardo Abumohor, ex presidente de la Asociación Nacional de Fútbol (ANFP), quien también tiene acciones en Colo Colo. O’Higgins tiene una fanaticada cautiva de al menos 5 mil personas, lo que la ubica entre los tres primeros lugares de recaudación en el torneo local, y los convierten en un buen negocio.
Hinchas naranjas que preparan el partido en el Club de la Asociación de Rayuela de El Salvador comentan sobre la poca gente que apoya al equipo, aun cuando siendo socios pueden acceder a todas las instalaciones deportivas y recreativas que posee el recinto. Trabajadores mineros, el cuento del fin del campamento les parece sólo eso, acostumbrados a hacer frente a las condiciones de la naturaleza.
Nos llegan noticias que el día anterior, el partido entre Colo Colo y Audax Italiano fue suspendido por dos horas porque la Garra Blanca detonó bombas de ruido e incluso arrojó una a la cancha. El domingo a las cuatro de la tarde, el Estadio El Cobre contrasta: no más de cinco Carabineros custodian el recinto; llegan familias y adultos mayores, esperanzados en un triunfo que saque al equipo local del fondo de la tabla.
Un hincha celeste nos cuenta que demoraron 24 horas en llegar desde Rancagua, en una micro que trajo a una veintena de incondicionales. 30 mil pesos les cuesta la gracia. Pero para el hincha nunca es demasiado. El ánimo es bueno, lo demuestran cantando sin parar los 90 minutos del encuentro. Claro que debido a las nuevas disposiciones de seguridad, no hay bombos, bengalas ni lienzos.
El partido transcurre lento, aunque la pelota corre más rápido en los 2 mil metros de altura. Iniciado el segundo tiempo, al minuto 54 Miguel Cuellar convierte de penal para los locales. Las paradojas del fútbol profesional de provincia contabiliza 575 asistentes y, aunque la “trinchera celeste” llena El Cobre con sus cánticos, son los salvadoreños quienes gritan gol. Luego, vuelven al silencio. El partido acaba, el estadio se vacía y nosotros nos preparamos para regresar.
El silencio sigue dominando en el desierto, no así en el Club de Rayuela, donde se disputa el campeonato regional. Imaginamos que los festejos continúan ahí. Cobresal avanza un puesto en la tabla y O’Higgins retrocede uno. Pero todo cambia para quedar igual: Acostumbrados a saborear jornada a jornada el desempeño de su equipo, sea dulce o agraz, los hinchas van más allá del bien o el mal y el resultado. Aunque nadie lo comprenda.
Por Cristobal Cornejo
El Ciudadano
Publicado en El Ciudadano 126, 1| quincena de junio 2012