Allí estaban… Esperando el final del almuerzo de los huasos para ser aporreados después de viajar más de 500 kilómetros hacinados en un camión de pobre carrocería. 15 novillos que llegaron a la medialuna de Calama a sufrir es sesgo brutal de una tradición que pareciera está cuestionada por una generación algo más humanista y consciente del entorno donde vive.
Pero no es así. El rodeo en Chile arriesga desaparecer tanto como algunos creen que pueden extirpar las malas costumbres del poder mayor en un país desigual, donde las corrientes sociales generan más ruido que actos concretos, donde la corrupción chorrea a manos llenas desde arriba, donde el mas pobre obtiene una migala de entretención para enguatarse en vinos y platos típicos creyendo que celebra algo…
Fue el mismo presidente del club de rodeo de Calama, Rigoberto Callejas quien dio en el clavo con el futuro del rodeo. «Los animalistas son un grupo que mete ruido solo para estas fechas y si realmente les interesara el rodeo protestarían todo el año». Crudo pero cierto.
Y más allá de la cáscara social del pueblo en desarrollo, participativo, crítico, reivindicador o protestante, lo cierto es que el mal llamado deporte nacional tiene por estos días la oportunidad de demostrarnos quienes somos, donde nacimos y donde nos toca vivir haciendo caso omiso a las demostraciones de indecencia y pobreza de espíritu marcadas por la prepotencia del que tiene más plata.
El rodeo de Calama es la mejor prueba. Huasos emperifollados en medio del desierto con un entorno de circo pobre, pocos asistentes y una precariedad de espectáculo resguardada por carabineros para que grupos animalistas sólo puedan protestar bien lejos de sus narices. Como siempre ha sido. Una tradición soportada por los más pudientes resabios de una costumbre ancestral, cruel y heredada por el feudalimo, ese que en su fase más moderna tiene al resto llenando malls y haciéndose presa del consumismo para financiar sus cúpulas más presentes.
Declarado deporte nacional por un hijo de la clase social privilegiada y desapegada de los reales intereses del pueblo, –Jorge Alessandri, en 1962- el rodeo emerge como una de las actividades más resistidas y mantenidas en el tiempo, una burbuja de nacionalismo irrosoria, prepotente y digna de un país donde los derechos humanos están cada vez más de capa caída en nombre del individualismo. Siempre fue así. Una suerte de decreto en países pobres con facha de ricos –como España- donde la diferencia entre el abusador y el abusado está garantizada por las leyes y marcos de comportamiento aceptados.
Ni siquiera el argumento de “estos animales van a ir a un matadero después. Si no seríamos todos veganos” del propio Callejas –que no hace más que defender válidamente y honestamente el discurso con el que se crió- puede hacer entender el verdadero trasfondo. De alguna forma, por historia, por cultura y por cómo somos en el fondo, la barbarie del rodeo es el deporte nacional que nos merecemos. Y se ve bien difícil que algún día se pueda cambiar el rumbo…