«¿Puede nuestra sangre servir para identificar a nuestros nietos?». Esa fue la pregunta que se hicieron las integrantes de la asociación humanitaria Abuelas de la Plaza de Mayo en Argentina, y que dio vida al Banco Nacional de Datos Genéticos, una entidad de referencia mundial que cumple 30 años restituyendo vidas.
Este grupo de mujeres valientes y decididas a localizar y devolver a sus legítimas familias a todos los niños robados por la última dictadura militar argentina (1976-1983) a los detenidos-desaparecidos, movilizó a científicos de diferentes países en una época en la que internet no existía y ese área de investigación estaba «en pañales».
Su ahínco abrió la puerta a una solución: El «índice de abuelidad», que garantizaba en un 99,99 % la filiación con descendientes de segundo grado, y la creación del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) en 1987. «El banco es el primer caso de éxito de un Estado que es responsable de los crímenes que se perpetraron por mano del Estado y que decide crear una herramienta de reparación para esos crímenes perpetrados por el mismo», explicó a Efe la directora del organismo, Mariana Herrera Piñero.
Con su creación, Argentina se convirtió en el disparador del trabajo de genética y estadística forense que luego se desarrolló en el mundo, y dejó claro el rol central de la ciencia como herramienta para probar que en el país austral había existido «una política sistemática de apropiación de niños» como «botín de guerra».
En una nación como Argentina que no entiende de grises y los crímenes de la dictadura están siempre en el ojo del huracán, la entidad calma las aguas y asegura que «siempre sacó algo bueno» de los Gobiernos, «de todos los colores», con los que ha coincidido a lo largo de este tiempo. La cosa cambia al hablar de presiones, «siempre mediáticas», en algunos de los casos más polémicos de niños robados; y alude a la controversia que suscitó el caso de los hijos de Hernestina Herrera de Noble, propietaria -recientemente fallecida- del Diario Clarín.
En la actualidad, unas 110 personas al mes se acercan al Banco para realizar los análisis. En los laboratorios del BNDG sacan las muestras de sangre, las procesan, extraen el ADN y lo secuencian hasta obtener el perfil genético de quienes se acercaron para intentar determinar si son uno de los 400 nietos que todavía no conocen su verdadera historia, explicó a Efe Malena Canteros, una de las trabajadoras del Banco. Patrones genéticos que se comparan con cerca de 300 grupos familiares que buscan a sus seres queridos entre las 9.000 muestras almacenadas en el banco.
Pero la tarea no siempre es tan sencilla. En muchos casos, quienes tenían dudas sobre su identidad fallecieron antes de entregar su muestra sanguínea, o es necesario cotejar el patrón genético con algún otro pariente difunto, por lo que es vital la intervención del equipo de antropología forense de la casa. Ellos buscan muestras dentales, óseas y, en ocasiones, tejidos biológicos que permitan, con su carga genética, completar los interrogantes que faltan en un grupo familiar. Un trabajo minucioso que trasciende fronteras, ya que asesoran y forman a otros países de América Latina; como Colombia, El Salvador o Perú, que desean recomponer su historia e iniciar un proceso similar.
Para el personal del Banco, en este 30 aniversario, las Abuelas de Plaza de Mayo son las «verdaderas protagonistas». «Las abuelas son las grandes ganadoras, se merecen el Premio Nobel de Medicina, de la Ciencia, más que el Nobel de la Paz porque lo que le dejaron al mundo a nivel científico es enorme, y la ciencia pone la objetividad necesaria par que esa restitución sea indubitada», agregó la directora, convencida de que hoy no serían una referencia mundial sin ellas.
«Este banco es único y es un ejemplo. Es el espacio de la ciencia que nos garantiza con seguridad el encuentro del nieto. El nieto y no otro», manifestó orgullosa la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, en un vídeo institucional conmemorativo. Por los pasillos de la entidad científica corre el champán y la alegría de todo el equipo cada vez que una coincidencia devuelve la identidad a un niño robado y repara, de algún modo, el dolor de toda una familia.
Hay una media de cuatro por año. Un dato que esperan vaya creciendo a medida que el tiempo libere a esos hijos robados de la presión de comprometer a las familias que les criaron. Por el momento, el pedido es unánime. Que cualquier persona que dude sobre su identidad se acerque sin miedo, porque hay unas abuelas que llevan 40 años deseando abrazar a sus nietos