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Es posiblemente la forma más cruel de explotación infantil. Pero no existen datos completamente fiables sobre turismo sexual con menores. Unicef calcula que son 1,8 millones de niños y niñas quienes la sufren, aunque tanto esta organización como la principal red de lucha contra la lacra, Ecpat International, reconocen que trabajan en función a aproximaciones y extrapolaciones.
Indican que la mayoría de los turistas que recurren a la prostitución infantil son ocasionales; no van expresamente en su búsqueda, no son pedófilos. “Simplemente se encuentran con disponibilidad de estos niños y se aprovechan de ello”, asegura Selma Fernández, responsable del Programa de Prevención de la Explotación sexual Comercial Infantil de la red Ecpat International.
En algunos países es fácil, barato. Incluso ropa y comida son intercambiados a cambio de sexo. Aunque Ecpat recuerda que este fenómeno puede producirse en cualquier lugar y contexto, la pobreza y la desigualdad son importantes desencadenantes.
La dificultad para abordar el fenómeno se debe en parte a que muchos Estados lo ocultan, no hay estadísticas homogéneas. “Al tratarse de una actividad ilegal no reconocida como un problema en algunas culturas o países, sumado a su invisibilidad, hace que se desconozca el verdadero alcance y naturaleza del fenómeno”, subraya Fernández.
Por eso es complicado saber con exactitud si va en aumento o en descenso. Lorena Cobas, responsable de emergencias del comité español de la agencia de la ONU para la infancia, explica que la sensación es que se van poniendo medios y que la concienciación es cada vez mayor: “Un 86% de los estados miembros han firmado el protocolo facultativo contra la explotación sexual infantil, con lo que deben legislar en consecuencia”.
Ecpat, sin embargo, indica que diversos estudios parecen indicar que, lejos de atajarse, la tendencia es creciente. Mientras que algunas medidas y campañas están cuajando, como sucede en Tailandia, uno de los destinos prototípicos de turismo sexual infantil, los países cercanos aprovechan para tomar el relevo, como hacen Camboya o Vietnam.
Igual que no hay cifras exactas de los afectados, tampoco es sencillo conocer quiénes son los abusadores. Más allá del uso que los nacionales hacen de la prostitución infantil, los flujos suelen describir un patrón, el mismo que el del propio turismo: de países ricos a países pobres.
Así, las organizaciones denuncian que cada vez son más los ciudadanos de Estados Unidos y Canadá que aprovechan la vulnerabilidad de niños en Centroamérica y Latinoamérica. También a estos destinos acuden europeos. Como al sudeste asiático, aunque aquí hay diferencias. Una encuesta de la organización AIDéTouS realizada en 2002 mostró que de las 4.214 visitas con propósitos sexuales de las que hubo registro en Camboya, un 36% de los clientes fueron locales, un 42% asiáticos orientales (chinos, vietnamitas y japoneses). Los occidentales fueron minoría: un 22%. Aunque conviene tomar la cifra con cautela, ya que no es reciente y se refiere a un solo país, sirve para dar una idea de los flujos en la región.
Una de las líneas de trabajo para erradicar esta práctica es el Código de Conducta que más de 1.000 actores turísticos del mundo (aerolíneas, agentes de viaje, hoteles…) han suscrito.
El documento les compromete a luchar de forma activa contra la prostitución infantil en estos sentidos: “Establecer una política ética corporativa contra la explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes; formar a su personal tanto en el país de origen como en los países de destino; introducir una cláusula en los contratos con proveedores estableciendo el rechazo común de la explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes; proporcionar información a los usuarios (turistas) por medio de catálogos, folletos, vídeos durante los vuelos, etiquetas en los billetes, páginas web; proporcionar información a los agentes locales clave en cada destino. Informar anualmente sobre la implementación de estos puntos”.
23 empresas fueron reconocidas el pasado mes de julio como ejemplo en buenas prácticas del Código de Conducta, auspiciado entre otras organizaciones por la Organización Mundial del Turismo. «Son verdaderos líderes en la protección de los niños en el turismo. Han ejecutado acciones concretas para mantenerlos seguros y para concienciar sobre el crimen que supone el turismo sexual con menores dentro de la industria y del público en general», dijo Andreas Astrup, manager general de la plataforma The Code. Las españolas Meliá y Riusa II estuvieron entre las galardonadas por implementar los seis puntos del código.
Unos de los agentes clave que describe el docuemento son, por ejemplo, los policías turísticos de la República Dominicana. Cristina Alonso, responsable de Alianzas Corporativas de Unicef España, explica que con su cooperación y la de los agentes hoteleros en el país se ha conseguido que sea casi imposible ver a un adulto entrando con un menor sin parentesco en un hotel sin que salten las alarmas. “No es que se haya erradicado del todo, pero al menos cada vez está peor visto y ya no se practica delante de todos con impunidad”, asegura.
Según un informe de Ecpat de 2008 que la organización asegura todavía en vigor, explica sin embargo que son muy pocos los turistas sexuales ocasionales arrestados, juzgados y sentenciados. “Esto tal vez sea porque generalmente no producen imágenes del abuso perpetrado ni recurren a medios extremos para practicar el turismo sexual con niños y adolescentes, como comunicarse con redes de pedófilos o intercambiar pornografía”, argumenta. En el caso de los pederastas, la persecución es algo más efectiva, ya que son reincidentes, muchas veces están organizados y en ocasiones comparten materiales de los niños.
La persecución y la concienciación, aunque herramientas imprescindibles, solo sirven para paliar los síntomas de la enfermedad. Cobas asegura que, en tanto el problema parte de la pobreza y la desesperación, “para luchar efectivamente contra él hay que llegar a su raíz”.
Por Pablo Linde/ El País