El escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscisnki en uno de sus tantos artículos, en especial el llamado “La cacería del Otro”, estudió e intentó comprender las razones de las funestas cifras de muertes en el mundo.
De acuerdo a lo anterior, entre sus páginas enunciaba que los genocidios son percibidos como hechos aislados e irracionales, sin vinculaciones mutuas, en un mundo sobreinformado y bajo una constante vigilancia.
En este sentido, la percepción del Otro se presenta como una amenaza, como un representante de fuerzas extranjeras y destructoras y es común a todos los regímenes nacionalistas, totalitarios.
Esto se trataría de un fenómeno culturalmente universal, ya que ninguna civilización fue –según la historia- capaz de resistir a la patología del odio, el desprecio y la más cruel destrucción, propagada, por cierto, desde diversos regímenes y distintas latitudes.
Ahora bien, llevada al extremo, la enfermedad del odio se refleja en genocidios, que constituyen uno de los rasgos trágicos y recurrentes del mundo contemporáneo.
En el origen de cada acto genocida se halla en efecto una ideología del odio, amplia y metódicamente planificada. Además, cada genocidio estuvo fríamente planificado de acuerdo a preparativos técnicos por parte del aparato burocrático del Estado moderno, muy eficaz, por cierto.
¿Cuándo surge el peligro latente del genocido? Cuando el componente espiritual de una cultura se halla debilitado o ha desaparecido, cuando un entumecimiento ético se apodera de una sociedad cuya sensibilidad al vacío y al mal se halla atrofiada, ahogada, adormecida.
El hecho de que todas las ideologías del odio contemporáneas (nacionalismo, fascismo, stalinismo, racismo) han explotado esa debilidad que representa la aptitud humana para rechazar al Otro u especialmente a la persona desconocida, sentimiento que algunos poderes logran transformar en hostilidad y aún en disposición criminal.
La historia del siglo XX cuenta al menos nueve grandes genocidios y algunos serían: la matanza de armnios por parte de la Turquía moderna (1915-1916); el exterminio mediante hambrunas de millones de campesinos ucranianos por el régimen stalinista (1932-1933); el aniquilamiento de la población de Nankin y alrededores por los ocupantes japonenses (1937-1938); el Holocausto de la población judía de Europa realizado por los nazis (1941-1945); el asesinato de millones de musulmanes e hinduistas en la India durante la secesión (1947-1948); los millones de víctimas de la revolución, llamada cultural, hecha en China por el régimen de Mao Zedong en las décadas de 1950 y 1960 y el aniquilamiento de la población camboyana (1975-1978).
El reduccionismo de describir cada genocidio por separado, como si estuviera desvinculado de nuestra cruel historia y más particularmente de las desviaciones del poder en otras partes del planeta, se observa como una forma más de evitar las preguntas muy frontales sobre nuestro mundo, y particularmente, sobre las amenazas que sobre él se ciernen.
No existe ningún mecanismo, ni barrera legal para evitar futuros genocidios, la única defensa, según el periodista polaco, reside en la moral de las personas: una conciencia espiritual viva, una fuerte voluntad de hacer el bien, un simple y claro recordatorio: “¡Amarás a tu prójimo, como a ti mismo”.
Por Francisca Arriagada.
El Ciudadano