Años secos, inviernos duros. Anochece en Santiago y el frío se asienta en la columna urbana Providencia-Alameda, donde los vestigios del estallido social se confunden con la gente que se agolpa en las entradas del metro y con las carpas que se multiplican en los recodos de parques y calles poco transitadas.
Carpas que proliferan desafiando los porosos límites comunales, tensionando hasta la fractura el enfoque territorial administrativo. Ya en el año 2005, en el Primer Catastro Nacional de gente en situación de calle se insinuaba que una condición de esta población es su constante movimiento. Ya sea por estrategias para obtener diversos recursos, o por la expulsión por parte de la policía, la movilidad es parte de su esencia.
Nomadismo teñido de exclusión y vulneración de derechos fundamentales. Las carpas han reemplazado a las tradicionales rucos, pero los relatos de quienes habitan las calles de Santiago nos hablan de las mismas heridas de hace 16 años. De infancias plagadas de abusos, de entornos hostiles, de posiciones sociales que no perdonan ni permiten la posibilidad de fallar.
Vecinas y vecinos que cruzaron la frontera de la calle, a veces huyendo de mundos domiciliares violentos, a veces expulsados por sus errores, acorralados hasta el punto de encontrarse de pronto durmiendo en el banco de una plaza. Noches que se transforman en semanas, en meses, en años. También en experiencias, en amigos, y en otra forma de habitar la ciudad desde la más extrema de las resiliencias.
Al año 2020 el Registro Social Calle del Ministerio de Desarrollo Social y Familias contabilizó más de 15.000 personas en situación de calle, porcentaje marginal en comparación a la población chilena. Sin embargo, y como en todo orden de cosas, estas cifras dependen de la perspectiva: las/os cerca de 8.000 niños, niñas y adolescentes de SENAME son también estadísticamente marginales, pero sus implicancias simbólicas son tan cruciales que se encuentran en el centro de toda agenda política seria.
Pero no. La exclusión de quienes viven en la calle es tal, que ni siquiera aparecen en los programas de gobierno: ninguna mención en los programas de Boric, Briones, Desbordes, Jadue, Lavin o Sichel. De forma secundaria, el programa de Paula Narváez menciona a esta población como grupo objetivo de un borroso Observatorio de Bienestar.
¿Será que no son proletarios o que sus aventuras laborales no califican de emprendimiento?, ¿que no conforman grupos de presión?, ¿que nadie se atreve a coordinar políticas de Estado capaces de superar los tediosos cambios de administración?
A dieciséis años de aparecer por primera vez en agenda pública, las carpas se agazapan en los rincones de Santiago esperando una inminente expulsión; a diez años de la creación del regionalmente pionero programa Noche Digna, las personas en situación de calle continúan envejeciendo año tras año en albergues temporales; a casi cinco años de la creación del Registro Social Calle, no logramos diseñar una base de datos robusta para monitorear este fenómeno.
Sin duda hemos avanzado: se han incorporado programas residenciales con enfoque de derechos, se ha agilizado el acceso a bonos y transferencias, y el dinero invertido hoy en esta población es superior a cualquier otro en la historia. Sin embargo, hoy, ad portas del inicio de un Chile nuevo, todo esto se encuentra en riesgo. Con el grueso del presupuesto sostenido por la fragilidad de las glosas presupuestarias, ¿cómo vamos a afrontar la multi-territorialidad de este fenómeno?, ¿cuándo iniciaremos una política preventiva?, ¿qué estrategias de vivienda hemos de implementar?
Años secos, inviernos duros. Mientras el debate constituyente comienza a tomar forma, y los debates presidenciales buscan definir preferencias, en la columna urbana Providencia-Alameda, en el Parque Forestal, y en tantos otros sitios de Santiago, las carpas parecieran mirar de espalda o de reojo a ese mundo ajeno y distante, aun incapaz de soñar un país que les incluya.
Felipe Larenas
* Sociólogo, Máster en Estudios del Territorio y de la Población de la UAB, se ha desempeñado durante años en estrategias para personas en situación de calle en instituciones públicas.
Ilustración: Josefa Zúñiga