El país más grande de América Latina, motor del Mercosur y de los acuerdos diplomáticos latinoamericanos se ve hoy en una encrucijada. Existe un consenso desde el medio hacia abajo de la pirámide social brasileña. El votante medio brasileño admite de hecho un retroceso en términos de políticas públicas, no tolerando un discurso que implica la reducción del papel del Estado en la economía y en el logro de los avances en las condiciones materiales de la vida. Marina Silva, exministra del PT para el Medio Ambiente (en el primer gobierno y hasta la mitad del segundo gobierno de Lula) no pudo explicar cómo propone una «nueva política» y tuvo la participación de economistas neoliberales en su equipo formulador del programa de gobierno. El postulado por el PSDB, el senador Aécio Neves y su partido han tenido –y tienen– para explicar (y hacer creer) que en ningún caso irán a desmantelar el aparato de las políticas sociales del lulismo.
Por otro lado, el electorado brasileño eligió un Congreso en el que casi la mitad de sus miembros estará compuesto por millonarios (248 diputados elegidos tienen esta condición de clase); casi el 80% de los parlamentarios se compone de blancos (descendientes de europeos o socialmente blancos, como los de origen árabe o judío) y según el Departamento Intersindical de Asesoría Parlamentaria (DIAP), tendrá el perfil más conservador desde el período post-golpe de Estado de 1964. Esto implica el crecimiento de la representación directa de los propietarios de tierras (como el más votado diputado federal de Rio Grande do Sul, Luis Carlos Heinze del PP) o básicamente neopentecostales como el célebre Pastor Marco Feliciano, diputado del PSC de São Paulo), militares (como el ex capitán del Ejército Brasileño y partidario de la dictadura, o el congresista más votado en el estado de Río de Janeiro, Jair Bolsonaro, del PP) y otros defensores de causas retrógradas.
Ante la paradoja del progreso en las propuestas de las condiciones materiales de vida y el retroceso en términos de comportamiento y universo ideológico, observamos que la centro–izquierda al desplazarse hacia el centro y hacer alianzas oligárquicas, empujó al tejido social desorganizado a las manos de la derecha. Los 44 millones de personas que ascendieron en la escala social, pasando a convertirse en la llamada clase C –la clase obrera urbana y metropolitana– se balancean en medio de la agitación del post-fordismo, trabajando, estudiando, y rodando sus deudas con su tarjeta de crédito, y han contraído compromisos financieros para sostener el consumo, la vivienda y el estudio (todos programas subvencionados por los bancos estatales). Esta masa humana brasileña del siglo XXI no tiene ideas de cambio ni un gran avance ideológico en su horizonte. Recuperar estos votos es el drama de Dilma y del partido del gobierno.
La primera vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil trajo algunos problemas de continuidad para el gobierno de coalición. Dilma Rousseff (PT) tuvo 4 millones de votos menos que en 2010 y necesita con urgencia atraer a algunas franjas del electorado, es decir, los votantes más a la izquierda que en gran medida estuvieron ausentes o anularon su voto en las elecciones; la porción del electorado todavía progresista de Marina Silva y los votantes de la clase C, beneficiados por el lulismo social y sus políticas económicas, pero que están lejos de ser ideológicamente de izquierda.
Con los resultados de la primera vuelta la candidata del lulismo se enfrentó a una significativa falta de votantes. Dilma recibió 43.267.668 millones de votos; la suma de cero, en blanco o abstenciones dio 38.797.280 millones; ya el representante de la alianza PSDB–DEM, Aécio Neves ganó 34.897.211 millones; Finalmente, Marina Silva, encabezando la coalición del injerto PSB afiliado al PPS, tuvo 22,176.619. Es importante destacar que Aécio ganó en São Paulo y Paraná, pero perdió en su estado natal Minas Gerais. Dilma ganó ajustada en Rio de Janeiro y Rio Grande do Sul, tuvo una buena victoria en Bahía y perdió por poco en Pernambuco. De los colegios electorales importantes, el problema se encuentra en São Paulo (el más grande del país y el 40% del PIB nacional) y, en consecuencia, la posibilidad de transferencia de los votos de Marina y el PSB (no necesariamente los mismos votos) a Aécio.
El crecimiento del nieto del ex presidente Tancredo Neves tuvo una correlación directa con el voto útil a la derecha (más a la derecha), cuando el ex gobernador de Minas fue visto como una posible oportunidad contra Marina, y una vez que la ex senadora por el estado de Acre no pudo mantener su discurso de «apolítica» bajo el manto de “La nueva política”. Incluso con divisiones internas significativas, el Ejecutivo Nacional del PSB decidió apoyar la candidatura Tucana (tucano es un pájaro y también el apodo de los miembros del Partido de la Social Democracia Brasileña –que de hecho es un partido neoliberal– el partido social demócrata brasileño –muy semejante al PSOE del Estado Español– es el PT); lo mismo se dio con el proto-partido político de Marina, la Red de Sostenibilidad (REDE). La REDE decidió rechazar la candidatura de Dilma y recomendar a sus votantes a votar nulo, en blanco o a Aécio. Es preciso separar, como se dijo anteriormente, los votos del PSB (como en Pernambuco) de los votos de Marina (como en São Paulo y Río de Janeiro). Los votos para la Red son menos relevantes que la confianza en su líderesa, ya derrotada dos veces. La tendencia es que Marina apoye, pero con discreción y sin la plena participación en la campaña al senador Aécio Neves. Como he dicho en otros textos, la «El lulismo sólo pierde por sí mismo o por su disidencia.» Con Marina apoyando explícitamente el PSDB, algo que no hizo en 2010 cuando se declaró neutral, se trata de alguien salida de la militancia y la trayectoria de la vida consagrada por el lulismo y ahora puede transferir votos reales a la oposición de inmediato.
Refiriéndose a la cuestión fundamental
Si la nueva clase C está desorganizada, entonces, ¿quién va a reaccionar a la posibilidad real de pérdida de derechos y al desmonte de las políticas sociales en el caso que el neoliberalismo se transforme en victoria? Hay fatiga en la acumulación y expansión del capital y entonces hay también una desconfianza concreta de la comunidad empresarial brasileña hacia un gobierno que le sirvió tan bien.
Brasil tiene un modelo económico que se dirige hacia el agotamiento. No está por caer a tierra la práctica de las políticas sociales, pero si el crecimiento basado en el gigantismo chino. Este se basa en la venta de productos básicos a China y la India y en el juego de ganar-ganar, donde el Estado subvenciona la mejora de las condiciones materiales de vida y así retroalimenta al capital de siempre. La maldita SELIC en nivel «bajo» (tasa básica de intereses definida por el Consejo de Politica Monetária, órgano clave del Banco Central de Brasil, esta tasa hoy está en 11 puntos al año), y correlacionada con el 42,3% del presupuesto utilizado para el desplazamiento de la deuda pública, es también parte del juego. Es un ritmo menor que en los ocho años de Fernando Henrique Cardoso (FHC) –significativamente más corto– pero todavía absurdamente alto para las urgencias del pueblo brasileño.
Ahora, con alianzas con el goteo de gobernanza escurriéndosele entre los dedos, la desesperación llama a la puerta del Directorio Nacional del PT, a su comité ejecutivo y de coordinación de la campaña de reelección de Dilma. En este lado del mostrador, el tema clave es la capacidad o no del movimiento popular para reaccionar de manera soberana, para asegurar los pocos derechos concedidos por estas políticas de tímido keynesianismo tardío. El PT optó por gobernar desde la derecha, con la derecha oligárquica y desorganizando al pueblo brasileño. Esto implicó una relación promiscua de los sindicatos y movimientos con el aparato estatal.
Tal derrota ideológica fue escuchada por este analista de la propia boca de petistas históricos: «aceptamos parte del juego de la sociedad democrático–burguesa en la reorganización partidaria propuesta en 1979–1980 y llevada a cabo por el general Golbery do Couto e Silva. Teníamos como objetivo entrar en el aparato del Estado para transformarl de arriba a abajo, y a través de éste a las relaciones sociales. Ganamos el Poder Ejecutivo en las urnas en 2002 y no transformamos ni la naturaleza del Estado brasileño (patrimonial), ni las relaciones sociales. Nos transformamos nosotros, siendo hoy más parecidos a los antiguos adversarios políticos y enemigos de clase”.
Considerando que el otrora reformismo radical en sus propuestas de los años ’80 hoy no es más que una «caricatura grotesca de sí mismo,» para lo cual al partido desorganizó y cooptó al movimiento popular que lo tuvo como referencia política, que incluso tiene una sólida central sindical de izquierda.
Cabe la pregunta. Si el neoliberalismo vuelve, ¿qué hacer? Y ahora, ¿quién va a reaccionar?
Bruno Lima Rocha*
*Profesor de ciencias políticas y relaciones internacionales
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