En Chile no se atizan mamporros, se pegan combos. Tal parece que a los banqueros mundiales les pueden caer algunos encima. Finalmente, puesto que bien merecidos se los tienen. El gobierno estadounidense se querelló en contra del hasta ahora sacrosanto banco de inversiones Goldman-Sachs, cuyas acciones perdieron 12.000 millones de dólares en un solo día. A las pocas horas, nada menos que el Fondo Monetario Internacional llamó a imponer impuestos globales a las actividades bancarias.
La Securities and Exchange Commission (SEC), algo así como la Superintendencia de Valores y Seguros chilena, sólo que más fuerte, gallarda y belicosa, ha procesado al banco Goldman-Sachs por su papel en la confección y venta de obligaciones de deuda respaldadas por activos colaterales, conocidos como CDO por sus siglas en inglés. La SEC acusa que en una sola de estas operaciones, el banco colaboró con un corredor apellidado Paulson, igual que el entonces ministro de Bush, en confeccionar un CDO, que luego aseguraron con inversionistas alemanes en mil millones de dólares. Los mismos que perdieron estos últimos y se embolsó el tal Paulson, cuando los deudores hipotecarios detrás del CDO dejaron de pagar. Goldman-Sachs cobró jugosas comisiones por organizar toda la operación.
Un CDO era una suerte de torta de mil hojas, compuesto por centenares o miles de bonos, generalmente hipotecarios de muy baja calidad, «subprime,» que a su vez era vendida en lonjas a inversionistas. Éstos supuestamente quedaban protegidos del riesgo, puesto que recibían un pedacito de cada bono subyacente y se suponía que nunca todos iban a dejar de pagar al mismo tiempo. Ello era certificado por las agencias clasificadoras de riesgo, las mismas en las cuales se sostiene ahora de modo exclusivo la regulación de las inversiones de las AFP chilenas, que los calificaron como «AAA» o deuda de primera.
En su infinita creatividad, los magos de las finanzas diseñaron CDO «sintéticos,» los cuales ni siquiera poseían las hipotecas que los respaldaban, sino sencillamente hacían referencia a las mismas. Es decir, su valor se determinaba por los pagos que hicieran o no hicieran los deudores de aquellas a sus acreedores, ambos bien reales por cierto. En otras palabras, las hipotecas subyacentes funcionaban como el oro respecto de las monedas nacionales, es decir, eran su referencia de valor. Al igual que no se necesita poseer ni un gramo de oro para valorizar todas las monedas del mundo, tampoco se necesitaba poseer ni una sola hipoteca para determinar el valor de un CDO sintético. En ambos casos, basta con saber el valor de los sustentos respectivos, el cual debe ser bien real, por cierto.
Los CDO «sintéticos» servían sólo para apostar a la posibilidad que los deudores hipotecarios reales cumplieran con sus obligaciones o dejaran de hacerlo. De este modo, los inversionistas que apostaban a que los deudores originales iban a caer en mora, compraban seguros contra default de los CDO, conocidos estos últimos como CDS por sus siglas en inglés. Puesto que se suponía que los CDO eran inversiones muy seguras, los apostadores pagaban primas bajas a quiénes vendían dichos seguros, generalmente grandes aseguradoras como la tristemente famosa AIG. Para estas últimas, el negocio aparecía redondo, puesto que cobraban las primas sin moverse de su escritorio, aparentemente sin correr riesgo alguno.
Ahora se enteran que los apostadores estaban «dateados,» puesto que ellos mismos seleccionaban las hipotecas que conformaban los CDO, de acuerdo con el banco que organizaba la operación. Por cierto, seleccionaban las hipotecas peores, para asegurarse que luego caerían en default. Así lo hizo el tal Paulson en complicidad con Goldman-Sachs, como demuestra la querella de la SEC. AIG, ahora de propiedad del gobierno de los EE.UU., ha anunciado asimismo querella contra Goldman-Sachs, según informa el Financial Times del 210 de abril del 2010.
Fue timo gigantesco, puesto que sus originadores apostaban a la falencia de los CDO al mismo tiempo que los confeccionaban. Estaban perfectamente conscientes de ello, como prueba el increíble email citado por el Financial Times del 18 de abril del 2010, enviado por el funcionario de Goldman-Sachs hoy acusado de fraude por la SEC. El 27 de enero del 2007, es decir pocos meses antes que se desatara la crisis, Fabrice Faure, el «Fabuloso Fab,» escribió lo siguiente:
«El edificio completo está a punto de colapsar… el único sobreviviente potencial es el fabuloso Fab… de pie en medio de todos estos instrumentos complejos, exóticos y altamente apalancados (sostenidos con créditos), que él ha creado sin necesariamente entender todas las implicaciones de estas monstruosidades…»
Las inmensas dimensiones del fraude quedan en evidencia al observar el primer gráfico adjunto, presentado el 19 de abril del 2010 por Aline van Duyn del Financial Times, quien reemplaza como comentarista diaria de mercados a John Authers, ampliamente citado en estas notas, quién ha sido promovido a jefe de la prestigiosa sección editorial Lex del diario londinense. El gráfico muestra los gigantescos volúmenes de CDO emitidos en los años precedieron a la crisis. El 2006 y 2007 promediaron más de 200.000 millones de dólares por año. Sin embargo, lo más impactante es que ¡casi todos los CDO emitidos estos años cayeron luego en default!
Madoff se quedó chico, puesto que solo embaucó por un total de 60.000 millones de dólares, mientras los embustes de Goldman-Sachs y sus cómplices, entre los que se cuentan Merryl-Lynch, UBS, Citi y Bank of America, entre otros, sumaban 200.000 millones de dólares ¡por año!
Cuando vino la debacle, los aseguradores se vieron en la obligación de pagar a los apostadores el monto total de las hipotecas subyacentes que habían caído en mora. El resultado fue que los primeros sufrieron pérdidas multimillonarias y cayeron en la insolvencia. Si el asunto hubiese terminado allí, la cosa no habría pasado a mayores, puesto que los apostadores tramposos habrían quedado en la estacada, porque sus víctimas no podían responder. Así ocurrió de hecho en el caso de muchas aseguradoras más pequeñas, que efectivamente quebraron y dejaron a los apostadores en la estacada. A quien roba al ladrón…
Sin embargo, allí acudió al rescate el otro Paulson, ex presidente de Goldman-Sachs y a la sazón Secretario del Tesoro de los EE.UU. De acuerdo con el actual ministro de hacienda de Obama, Timothy Geithner, por entonces jefe de la Reserva Federal del Estado de Nueva York, organizaron el salvataje de AIG, a la que inyectaron cerca de 200.000 millones de dólares, con los cuales respondió al 100 por ciento por sus apuestas con Goldman-Sachs y otros. En otras palabras, el que perdió la apuesta en definitiva fue el fisco.
El FMI, por su parte, llamó a poner un impuesto global parejo sobre todos los pasivos bancarios, que permita que cada país acumule un fondo del orden de 2 a 4 por ciento de su PIB, como provisión para futuras crisis bancarias. Adicionalmente, el FMI propone una «tasa sobre actividades financieras,» conocida como FAT por sus siglas en inglés, que grava las utilidades y bonificaciones excesivas.
¡Tu también…Dominique! ironiza la columna Lex del Financial Times del 21 de abril del 2010, parafraseando al Julio César de Shakespeare. Agrega que los bancos sabían que tenían enemigos, pero fueron sorprendidos por Strauss-Kahn, jefe del FMI, cuya propuesta de FAT califica de «gloriosa.»
En su comentario del mismo día, Martin Wolf, editor de economía del diario londinense presenta los gráficos adjuntos, que confirman una vez más el «hyperburbujazo financiero,» que infló de modo distorsionado el tamaño, la concentración y las utilidades del sector financiero, respecto del conjunto de la economía, a lo largo de los últimos cuarenta años. Como se aprecia, los activos de los bancos británicos pasaron de la mitad del PIB de ese país en los años 1970 ¡a 5,5 veces el PIB el 2007! Su rentabilidad sobre el patrimonio se triplicó, aumentando desde cerca de un 7 por ciento promedio entre 1921 y 1970, hasta más un 20 por ciento promedio en las últimas cuatro décadas. La concentración aumentó cuatro veces, hasta el punto que los tres principales bancos estadounidenses concentran hoy un 40 por ciento del total de activos del sector bancario en ese país.
En la gran pugna que se libra por estos días en las alturas de comando del gran capital, entre los banqueros por un lado y el resto de los capitalistas por otra, los primeros parecen llevar esta vez las de perder. Ello tiene una inmensa importancia global.
Los banqueros fueron los padrinos que resucitaron a los extremistas profesores neoliberales inspirados en Milton Friedman, verdaderos «anarquistas burgueses» como los califica Eric Hobsbawm, del ataúd en que yacían desde los años 1930. También apadrinaron a los Reagan, las Thatcher y toda la camarilla de politicastros y tecnócratas de pacotilla, que dominaron los asuntos de Estado y las finanzas públicas a lo largo de las últimas décadas. Impusieron alrededor de buena parte del mundo las recetas promovidas desde el Banco Mundial y también por el FMI, que ahora parece haber cambiado tanto. Presidieron sobre una era de codicia despiadada, corrupción y aplastamiento de la democracia. Acarrearon grandes daños a los países, sufrimientos e inseguridad a los pueblos y muy especialmente de los trabajadores.
Otro mundo de seguro es posible, puesto que existió entre los años 1930 y 1970. Se trataba de un mundo en que predominaban otros capitalistas, especialmente los industriales, es decir, aquellos ligados a la producción. No hay que hacerse tampoco muchas ilusiones. Ciertamente no era el paraíso terrenal. No le hicieron asco a la guerra de Vietnam, por ejemplo. Sin embargo, la verdad es que si bien la mayoría no lo pasaba tampoco nada de bien, al menos progresaba más rápido y con más equidad. No por casualidad los nombres de John Maynard Keynes y Franklin Délano Roosevelt son recordados con admiración, respeto y cariño, por miles de millones de seres humanos alrededor del planeta.
Sin dejar de mencionar, por cierto, que nunca hubo ni habrá nada que se asemeje a la magnificencia del Impala.
Por Manuel Riesco
Economista de Cenda