Presentación: Comunidad virtual ‘Nueva Civilización’: Creativa, autónoma y solidaria
Serie ¿Cómo iniciar la creación de una Nueva Civilización? Capítulos I a XVII y XVIII a XXXVII
XXXVII. ¿Es posible un mercado justo y solidario? ¿Qué es un mercado democrático? ¿Cómo puede democratizarse el mercado?
Vimos que el mercado es una necesidad: sin el mercado las personas y las comunidades no podrían subsistir ni desarrollarse. Afirmamos también que el mercado es un hecho social, que existe porque los individuos, las comunidades y los países nos necesitamos unos a otros, y porque trabajamos unos para otros. Para participar en el mercado es preciso «hacernos útiles» para los demás, sea mediante nuestro trabajo, sea proporcionando bienes y servicios, sea proveyendo informaciones y poniendo a disposición nuestro «saber hacer» y nuestras capacidades organizativas y emprendedoras.
Ahora bien, el mercado nos une, pero también nos separa y nos hace entrar en conflicto. En el mercado se manifiesta nuestra naturaleza social, pero también nuestra individualidad, nuestros intereses personales y nuestro egoísmo. En efecto, el mercado se constituye en los intercambios; y en los intercambios nos presentamos unos frente a otros poseyendo algo que estamos dispuestos a ofrecer, y buscando algo que tienen otros. Cambiamos algo por algo, y en esa relación de intercambio, cada cual pretende obtener lo más posible a cambio de entregar lo menos posible. Así, en el mercado nos relacionamos y nos ponemos de acuerdo, pero poniéndonos unos frente a otros teniendo intereses distintos y a veces contrapuestos.
Ahora bien, como el intercambio se verifica cuando ambas partes quedan conformes en lo que entregan y reciben -de lo contrario no se efectúan las recíprocas transferencias-, podría suponerse que en las relaciones de intercambio las partes se transfieren activos de igual valor; que en el mercado «se intercambia equivalente por equivalente». Esta sería la situación en que el ‘valor de producción’, el ‘valor de cambio’ y el ‘valor de uso’ se equivalgan.
Pero sabemos y vimos que en la práctica no es así, y que en los intercambios ocurre muchas veces que unos ganan y otros pierden. ¿Por qué sucede esto? Por la sencilla razón de que en las relaciones de intercambio los sujetos hacen pesar su poder de mercado, su fuerza de contratación. Este «poder» está dado por un conjunto de elementos, entre los cuáles cabe destacar los conocimientos y el acceso a la información, las capacidades de negociación, la diferente intensidad con que cada cual necesita lo que el otro posee, las diferencias en la riqueza que tiene cada uno, las capacidades de convencer y de engañar, etc.
Esas diferencias de poder dan lugar a tendencias a la concentración de la riqueza en el mercado. En efecto, si las relaciones de intercambio no son entre equivalentes sino desiguales, ganando el poderoso sobre el débil algo en cada precio que se fija, el resultado es que el poder y la riqueza se concentran constantemente, al mismo tiempo que la pobreza relativa se acentúa.
Cabe preguntarse, ahora, acaso necesariamente deba de ser así; o más exactamente, ¿bajo qué condiciones el mercado podría funcionar sin acrecentar las desigualdades existentes?
Los economistas han dado esta respuesta: si el mercado funcionase bajo las condiciones de la «competencia perfecta». En efecto, allí donde los sujetos económicos no tengan «poder de mercado», donde exista igualdad de oportunidades para todos, plena transparencia de información, libre acceso (o sea que no existan trabas al ingreso de nuevos actores a cualquier rubro de actividad), atomización de los participantes (esto es, que todos los participantes sean pequeños, sin que nadie monopolice alguna actividad), flexibilidad y plena movilidad (que los participantes puedan desplazarse desde cualquier actividad a cualquiera otra, sin fronteras que obstaculicen los movimientos), sólo entonces los intercambios serán entre equivalentes y nadie podrá obtener ganancias indebidas a costa de otros.
Pero tales condiciones de la «competencia perfecta» no existen más que en los modelos teóricos. En realidad, el mismo concepto de ‘competencia perfecta’ se basa en una errónea comprensión de lo que es el mercado, pues lo concibe como un «mecanismo automático» que funciona independientemente de la voluntad de las personas. Pero el mercado no es eso, sino resultado de la actividad de los individuos y de los grupos, de las decisiones más o menos conscientes y voluntarias de los agentes económicos, que ponen en él sus intereses y pasiones, sus egoísmos y su generosidad, sus pequeñeces y sus grandezas, sus capacidades y sus limitaciones, sus poderes y sus debilidades. En el mercado las personas y todos los agentes económicos compiten, luchan entre sí, buscando cada uno alcanzar una participación mayor en la riqueza. Para lograrlo se organizan, forman alianzas, ejercen influencias sobre el poder político, usan los medios de comunicación, hacen publicidad engañosa, controlan y subordinan a las personas, etc. Todo lo contrario de un «mecanismo automático», el mercado es una ‘correlación de fuerzas sociales’.
Por todo eso los mercados pueden encontrarse estructurados con mayores o menores niveles de competencia o de control monopólico, con grados diferentes de concentración o de dispersión del poder, y ello es lo determinante a la hora de precisar los grados de equidad y justicia que exista en ellos. Siendo el mercado construido socialmente y reflejando la relación histórica de fuerzas sociales, el mercado puede estar organizado más o menos democráticamente. Puede ser democrático u oligárquico, según el grado de concentración o de diseminación social del poder que exista en la sociedad. Es por esto que decimos que la «competencia perfecta» es un concepto incorrecto, en cuanto descuida el hecho fundamental de que siempre los sujetos que participan en el mercado tienen algún poder que hacen pesar en los intercambios.
En cualquier caso, es fácil comprender que lo que más se aproxima a la condición teórica de la ‘competencia perfecta’ es lo que hemos definido como «mercado democrático«, o sea, una organización económica en que el poder y la riqueza se encuentren socialmente distribuidos, diseminados por toda la sociedad, y donde nadie pueda hacer pesar poderes monopólicos o altamente concentrados.
Cuando el mercado es democrático las ganancias de los distintos agentes económicos tienden a coincidir con sus esfuerzos y sus aportes a la creación de valor; los consumidores pagan precios justos por los bienes y servicios; los trabajadores obtienen el valor de lo que producen; no existe explotación de unos por otros. A su vez, si así, con equidad y justicia se generan y distribuyen las ganancias, el mercado refuerza su organización democrática.
Del mismo modo, para que el mercado sea democrático es indispensable que se den las condiciones para que el dinero -los tres tipos de dinero necesarios- cumplan cabalmente sus cinco importantes funciones, sin distorsión. Y si así se crean y circulan los dineros, el mercado refuerza su funcionamiento democrático.
Concluimos entonces, que una economía nueva y justa requiere un mercado democrático; construirlo es parte fundamental de la creación de una nueva civilización. El proyecto no es de una economía sin mercado, sin ganancias y sin dinero, sino una economía con un mercado justo, ganancias legítimas y justamente distribuidas, y dineros eficientes no distorsionados. Llegar a ello es un proceso, como proceso es toda la creación de una nueva civilización. La tarea es, entonces, a este nivel, la democratización progresiva del mercado.
Democratización del mercado que implica avanzar por un camino que puede concebirse como la creación práctica de los supuestos teóricos de un mercado democrático: establecer una verdadera igualdad de oportunidades; hacer transparente la información y desarrollar la capacidad de comprenderla y de utilizarla; eliminar las trabas al acceso a los recursos, bienes y servicios; permitir la plena flexibilidad y movilidad de los participantes en el mercado; reducir el poder de los grandes y facilitar la actividad de los pequeños: organizar empresas asociativas en que la ganancia sea justamente realizada y distribuida; y crear dineros locales, nacionales y mundial que cumplan las condiciones que los hagan funcionar con eficiencia y equidad.
Pero aún hay más que comprender y proyectar para una nueva y mejor economía. Porque aunque el mercado, el dinero y las empresas funcionen perfectamente, aún quedan problemas económicos que afrontar. Lo veremos en el próximo capítulo.
El Ciudadano