¿Vamos a la Gran Depresión? ¿Sí? Agarremos el bastón…

Decididamente la reflexión económica inteligente sigue senderos muy diferentes a la ecolalia que practican los “expertos” de la prensa nacional

¿Vamos a la Gran Depresión? ¿Sí? Agarremos el bastón…

Autor: Wari

Decididamente la reflexión económica inteligente sigue senderos muy diferentes a la ecolalia que practican los “expertos” de la prensa nacional. Esta nota reciente de Frédéric Lordon merece la pena de ser conocida en Chile, aunque solo sea para poner en evidencia que la imbecilidad aún no domina el mundo.

Esto comienza como un octosílabo, pero a la situación le falta poesía. Se podría continuar con un  aforismo de bar agregando que si lo peor nunca es seguro, tampoco está excluido. Todo esto para decir que estábamos sorprendidos en el otoño de 2008 de ver gobiernos capaces de hacer cualquier cosa para salvar al sector bancario de la ruina completa, y que de vez en cuando se pudiese creer en los efectos del aprendizaje: la colección de errores que transformaron el Crac de 1929 en Gran Depresión fue meditada y evitada.

Desde luego los Bancos se salvaron con los ahorros públicos, rigurosamente nada se les pidió a cambio, y el escándalo intrínseco de este rapto unilateral  se amenizaba con el espectáculo de ver repartir el circo, con el lucro, los bonos e inevitablemente una próxima crisis en fin de secuencia.

Pero al menos no estábamos muertos, lo que no está mal. El 2008 y pássim podían escapar al tartamudeo de la historia y no ser la simple repetición de los años 1930. No longer. Habrá que tomar la brutalidad del vuelco general efectuado por las políticas económicas europeas por un índice del poder tutelar adquirido por los mercados de capitales.

Porque no hace dos meses el análisis de moda hasta en la prensa más razonable, financiera y anglosajona, ordenaba salir progresivamente de los planes de estímulo económico, pero no ahora y sobre todo no muy rápido. Algunas semanas de delirio especulativo bastaron para que estas sensatas precauciones fuesen enviadas al diablo y que los gobiernos hasta ahora ocupados en sostener el crecimiento (¿alguien recuerda que Sarkozy creó un ministerio para eso?) pasen de golpe a un rigor extremo.

Antes que nada hay que complacer a nuestros amigos los inversionistas, los mismos que suscriben nuestras emisiones… y que de allí sacaron el derecho de mandar en todo. Es verdad que esa situación impone objetivamente sus restricciones: depender totalmente de los mercados de obligaciones para financiar los déficits públicos conduce ipso facto a someterse  a todos sus caprichos.

Y si de repente los mercados pierden la chaveta y piden el último grado de la austeridad bajo pena de masacrar todo (tasa de interés, tasa de cambio) hay que dárselo. Cualquiera pensaría en cuestionar tal “situación” limitando los márgenes de maniobra especulativa de los operadores, o bien reconsiderando las estrategias de financiación de los déficits para no pasar por los mercados. Los gobiernos europeos no. Es verdad que tampoco pensaron en pedir nada como contrapartida de los cientos de miles de millones sin los cuales los Bancos hubiesen desaparecido. Se les puede acordar pues una cierta forma de coherencia…

GRECIA EN VANGUARDIA DE LO PEOR

Sin embargo no es esa “coherencia” la que  les haría falta para darse cuenta que la tutela que eligieron les lleva al desastre. Aisladamente, el plan griego ya podía ser considerado como self defeating. Contrariamente a lo que repite la teoría económica ortodoxa, las condiciones de éxito de los ajustes presupuestarios son particulares, raramente satisfechas y en los hechos fundamentalmente extrínsecas: no es la restricción fiscal por ella misma (reducción del gasto, alza de impuestos)  la que produce la reducción del déficit, sino más bien su interacción con circunstancias colaterales como la explotación de un buen precio de las materias primas, una devaluación más o menos subrepticia, o la existencia de relevos de crecimiento externos gracias a una buena coyuntura de los países vecinos y de los principales socios comerciales.

Grecia no tiene ninguno de esos favores. Los automóviles aún no funcionan con aceite de oliva. El Euro puede bajar pero prohíbe la única devaluación pertinente: contra los socios europeos de la economía griega. Del vigor de los socios en cuestión… mejor ni hablar.

El plan griego está pues condenado al fracaso, es decir, en el peor de los casos, a una agravación del déficit si la recaudación fiscal cae más rápido que no se opera el ajuste presupuestario en razón de su efecto recesionista. Y en el mejor de los casos, a una reducción del déficit tan lenta que condenará de facto a Grecia a un decenio de austeridad… y a ver su deuda crecer a gran velocidad por el cúmulo de déficits (levemente) reducidos. El ratio Deuda/PIB seguirá creciendo en razón de un numerador en constante aumento y un denominador en fuerte contracción.

Los mercados de obligaciones se darán cuenta entonces que, allí donde el plan europeo exonera a Grecia de un retorno al mercado por tres años, son en realidad diez años de inmunización los que le harían falta y que la Unión no aceptará tales plazos. La solvencia de la deuda será aun peor que al principio, sin esperanza significativa de mejora endógena ni posibilidad de prolongar el socorro europeo. La gran masacre de los títulos griegos (re)comenzará entonces, y esta vez nada podrá detenerla.

LOS PLANES EUROPEOS O LA GRAN DEPRESIÓN  DO IT YOURSELF

En eso estábamos cuando la cumbre de Bruselas del 9 de mayo decidió  agregar su toque personal, historia de alegrar el cuadro. Alegrar menos la cumbre misma que sus prolongaciones inmediatas, porque el anuncio del plan de “estabilización” de € 750 mil millones fue seguido a pocos días de intervalo, pero en un movimiento visiblemente coordinado, por una ráfaga de anuncios de planes nacionales de rigor: los mercados obtuvieron todo lo que querían. Pero pudiese ser que esta victoria aparente no resista a mediano plazo por las mismas razones que condenan el plan griego al fracaso, o sea a los inversionistas a la derrota final pero todo a la potencia diez.

Grecia no pesa sino un 2,5% del PIB europeo (y su deuda pública un 3,8% del total de la zona Euro). Ahora bien, poner en dificultad no un 2,5% del PIB europeo sino más de un tercio si hacemos la cuenta de los países que ya anunciaron un frenazo (Portugal, España, Italia, Irlanda, Francia, y pronto el Reino Unido) promete efectos recesivos de otra amplitud. Ya se había clamado por una coordinación de las políticas europeas: hela aquí  realizada, pero para lo peor. Y para órdenes de magnitud nunca vistos desde que existe el Euro (y mucho antes). Porque los ajustes presupuestarios impuestos por la presión de los mercados financieros apuntan a seis puntos de PIB en promedio, cuando no más por ejemplo en Grecia, en Irlanda, en España… o en el Reino Unido. Es verdad, este último no pertenece a la zona Euro, y el gobierno de Cameron aún no anuncia nada formalmente. Pero los efectos de interacción pasan por el comercio intra-europeo y no se detienen a la frontera de la zona Euro, y el Reino Unido no pesa poco en este asunto.

Es pues una gigantesca sinergia negativa que se está instalando a la escala europea, en la que cada cual contribuye a crear para los otros un efecto depresivo suplementario y todos se arrastran mutuamente en la caída. No hay que ser profeta para anunciar que esta desaceleración organizada, de una extensión y una intensidad inauditas en la historia europea, va a tener consecuencias recesionistas nunca vistas.

Como siempre, hará falta algo de tiempo para que se materialicen plenamente -el peor de los efectos puede llegar en un horizonte de dos años-, y entretanto habrá un largo e irresistible descenso. Como para Grecia, pero a la escala de toda la zona, y a fortiori por las externalidades, este plan es insensato y está demasiado probablemente condenado al fracaso.

Así pues, hubo efectos de aprendizaje… pero en los límites que autorizaba el mundo de las finanzas: hacer lo que fuera para salvarlo, y punto. Una desaceleración consecutiva a una contracción del crédito, gatillada por un accidente especulativo de una magnitud excepcional, no puede resolverse sino por políticas presupuestarias contra cíclicas, aceptando en el mediano plazo la profundización de los déficits que reactivan el crecimiento que los reabsorberá espontáneamente.

Es la vía rigurosamente inversa la que siguen los gobiernos europeos, con el cuchillo de los mercados en los omóplatos y el cerebro bien lavadito con el detergente liberal.

Por Frédéric Lordon

18/05/2010

Versión española de Luis Casado

El Ciudadano N° 82, segunda quincena junio 2010.


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