Catorce horas de reunión del Eurogrupo y 17 horas de cumbre de jefes de Estado y de Gobierno en la zona del euro han desembocado en un acuerdo que permite seguir a Grecia en el euro y obtener un préstamo superior a 80.000 millones de euros durante tres años a cambio de durísimos sacrificios y pocas victorias. Entre ellas sobresale la mención a la deuda pública helena. Seis meses después de su victoria electoral, Alexis Tsipras y su equipo han negociado a cara de perro desde el sábado con los demás países del euro y han acabado cediendo en casi todo lo que no querían, que es más de lo que la Troika pedía hace solo dos semanas: se recortan las pensiones, se liberaliza el mercado de trabajo, se apuesta por privatizar masivamente para financiar la deuda. Únicamente, se contempla una reestructuración de la misma como concesión a Grecia. Un acuerdo sellado con tinta germana, como prueba el que Tsipras no ofreciera, como suele, una rueda de prensa sino que hablara solo a los medios en breves declaraciones a la salida de la cumbre.
Además de la cumbre con los líderes de la zona del euro, durante las horas de reunión hubo cinco encuentros paralelos para tratar de lograr un acuerdo sobre los puntos más complicados. Tres de ellos se celebraron entre François Hollande, Angela Merkel y Donald Tusk. A otro de los encuentros bilaterales acudieron Hollande y Tsipras mientras que una tercera reunión bilateral fue la celebrada entre el ministros de finanzas galo, Michel Sapin, Wolfang Shauble y su homólogo griego Evclidis Tsakalotos. Finalmente el francés dejó al alemán y al griego en una bilateral en la que se cerraron muchas cuestiones. Durante estas reuniones paralelas, los presidentes del resto de países echaban partidas a videojuegos en el ordenador o una siestecilla rápida en los despachos, según Reuters.
El tiempo dirá si el del 13 de julio es un pacto histórico o inservible. Es el acuerdo más complicado de cuantos se han firmado desde que la crisis financiera atenaza a la Unión Europea. Obtener la estampa de los 19 líderes –en realidad 17, porque los primeros ministros esloveno y lituano abandonaron antes el edifico – ha supuesto un esfuerzo ímprobo. Varias fuentes señalan que entrada la noche hubo un intercambio de violentos exabruptos entre el primer ministro holandés Mark Rutte y su homólogo italiano Matteo Renzi, partidario de suavizar las demandas. También de gritos y recriminaciones entre Schauble y el gobernador del BCE, Mario Draghi. Atenas recibirá un tercer paquete de rescate los próximos tres años dotado de una cantidad que oscilará entre los 82.000 y 86.000 millones de euros. Y tendrá que aprobar como muy tarde el miércoles un paquete de acciones prioritarias en el Parlamento heleno, la Vouli.
Visiblemente agotados, los líderes fueron compareciendo tras anunciar el acuerdo minutos antes de la apertura de las bolsas. Los primeros fueron Donald Tusk, Jean-Claude Juncker y Jeroen Dijsselbloen. El polaco valoró la “confianza recuperada”. Angela Merkel, que ha liderado en todo momento a los partidarios de más austeridad, abundó en esa línea y lanzó una advertencia a Grecia. “Los periodos de gracia y plazos de devolución serán discutidos una vez se produzca una valoración exitosa del programa de reformas griego”, condicionó la canciller sobre la deuda a reestructurar. “Hay aún cuestiones abiertas”, confirmó exhausto Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo. Al final, el alivio de la deuda, la parte que aún no está concretada, marca la final línea entre la humillación y una derrota digna para los griegos.
Del Eurogrupo, el cónclave informal que congrega a los 19 ministros de Economía y Finanzas de la zona euro, había salido mediada la tarde del domingo un documento durísimo de cuatro páginas que causó una enorme indignación en las redes sociales y en gran parte de la prensa mundial. Se aprobó 17 horas después prácticamente íntegro, excepto la referencia a la salida de Grecia del euro de forma temporal como alternativa. Un epígrafe que introdujo el ministro de Finanzas germano Wolfgang Schäuble. El presidente de Francia, François Hollande, vendió la retirada de este punto como una victoria propia, minimizando la severidad de las medidas que ahora tiene que legislar el Ejecutivo de izquierdas griego: “¡Había países que querían un Grexit y mucha gente en Alemania también, pero yo me he opuesto a esta solución!”, clamó. Conseguido el acuerdo, Hollande y Tsipras se fundieron en un abrazo.
Merkel avisó de que ahora las cosas tienen que ir “paso a paso”, puesto que primero Grecia debe aprobar por ley seis reformas prioritarias, que podrían resumirse en una subida del IVA y una reforma tributaria de calado; otra reforma –léase tijeretazo- en las pensiones; una autoridad fiscal independiente; dotar de total independencia a la oficina estadística griega; y una reforma judicial que facilite el concurso de acreedores y la trasposición de la directiva europea bancaria. Y después serán algunos parlamentos nacionales, como el Bundestag, los que ratifiquen el acuerdo.
Estas medidas servirán “para restablecer la confianza perdida en Grecia”, según el lenguaje al que recurren quienes proceden de la Troika. Una confianza que se quebró, según los socios del euro, con el desafío insólito que Tsipras lanzó hace dos semanas y consumó hace una, la convocatoria de un referéndum. Las tornas han cambiado una semana después. Si los griegos rechazaron las reformas de la Troika, ahora tragarán con otras más dolorosas.
La estrategia del primer ministro griego de luchar palmo por palmo, punto por punto, fracasó. La realpolitik no tuvo compasión con Grecia, a quien la opinión pública europea empieza a reconocer como víctima de la Troika y las instituciones. Lo que se vio el fin de semana es que Atenas carecía de aliados en la zona del euro a pesar de que Francia hizo de dique de contención. Portavoces del Gobierno heleno indicaron que sus negociadores alemanes quisieron hacerles entrar en razón: “Nos dijeron que Schäuble era invencible”.
Durante las negociaciones, Grecia se cerró en banda en torno a cuatro puntos: el Fondo Monetario Internacional debía de quedarse fuera del tercer programa de rescate a partir de 2016. No lo consiguió; pidieron eliminar el fondo de privatizaciones de activos del país: fracasaron en su intento, pero al menos lograron que éste se instale en Grecia y no en Luxemburgo; pelearon con éxito por la reestructuración de la deuda, aunque se quedan sin quitas. Y trataron de asegurarse que el BCE garantizara la liquidez a su banca insolvente y para pagar los pagos ya vencidos y que vencen ahora (1.400 millones adeuda Grecia al FMI, más de 3.000 millones debe abonar al BCE el 20 de julio). Esto último a priori parece confirmado a tenor de las declaraciones de los líderes de la UE.
LAS REFORMAS ACORDADAS
Uno de los puntos que más conflicto ha generado durante las negociaciones ha sido la creación de un fondo para gestionar los activos que vayan a privatizarse. Este fondo tendrá su sede en Grecia pero estará bajo la supervisión de las instituciones europeas. En él se incluirán los activos susceptibles de ser privatizados y tendrá un valor de 50.000 millones aunque todavía no han especificado cómo lo lograrán ya se contemplan varias fórmulas. En él se incluirán activos de todos los sectores: desde las compañías públicas como la red eléctrica a sociedades municipales de gestión de aguas pasando por porciones de la suculenta costa griega debidamente recalificada.
Las propuestas del Eurogrupo son inclementes hasta para abordar el capítulo de la reestructuración de la deuda, la única victoria parcial de Tsipras. Concede una consideración a “posibles medidas adicionales para suavizar el pago de la deuda, incluido el asegurar que las necesidades de financiación se mantengan a un nivel sostenible si fuera necesario”, y menciona “periodos de gracia y plazos de devolución más largos”. Pero descarta cualquier quita –suspensión del pago de la deuda- y, más severo aún, el comunicado introduce “serias preocupaciones” ante la insostenibilidad de dicha deuda “debido al relajamiento de las políticas durante los últimos doce meses”, de los que Syriza lleva seis en el Gobierno. La deuda pública en realidad no ha variado demasiado desde la llegada de la coalición de izquierdas al poder, situándose en alrededor del 180% del PIB.
El documento de la reunión informal de ministros va engullendo reforma tras reforma. Se reclaman iniciativas “ambiciosas” en el mercado de productos, en línea con recomendaciones de la OCDE como la apertura de los comercios el domingo y un programa para liberalizar completamente negocios y productos básicos como las farmacias, la leche y el pan. La privatización de la compañía eléctrica estatal tampoco es ajena a la Troika.
Nada es ajeno a los acreedores de hecho. Las pocas medidas emprendidas por el equipo de Tsipras tras su victoria electoral se las obliga a dar marcha atrás: una “revisión de la negociación colectiva y el despido colectivo” que supone una reforma laboral en toda regla; pero también la contratación de miles de empleados públicos despedidos –como los del sector de la limpieza- y quién sabe si la apertura de la televisión pública tras su cierre. Holanda pidió revisar la apertura del ente público pasadas las cinco de la mañana del lunes, sin éxito.
El Eurogrupo ataca además cualquier atisbo de soberanía: “[Grecia] no debería de volver a políticas del pasado no compatibles con los objetivos del crecimiento sostenible”. La pérdida del poder ejecutivo por parte de las autoridades helenas queda más que patente en otros apartados. “Para normalizar completamente los métodos de trabajo con las instituciones, el Gobierno deberá consultar y acordar con las instituciones –la Troika- cualquier iniciativa legislativa en áreas relevantes y con la debida antelación en consultas públicas o parlamentarias”. Desenredando el lenguaje técnico de la Troika, esto viene a decir que Atenas tendrá que pactar con sus acreedores cualquier referendo a posteriori.
Tsipras vuelve con un fardo tan pesado que muchos especulan ya con la implosión de Syriza. Un oficial griego lo veía con ojos distintos la madrugada del lunes en Bruselas: “En Grecia todos saben que Tsipras ha negociado un acuerdo pésimo. Pero saben también que nadie como él ha plantado cara a la Troika. Yo no daría por muertos ni a Syriza ni a Tsipras”.